¿Por qué motivos ha decidido crear esta revista digital, ‘Pecados del arte’?
Soy licenciado en Comunicación y cuento con una especialización en Historia del Arte. En el pasado dirigía una agencia de prensa, pero, por circunstancias derivadas de la crisis financiera que se inició en 2007, tuve que cerrarla. Fue una tesitura que aproveché para dar la vuelta al timón de mi vida y adquirir capacidades como perito judicial en el ámbito del arte. Esas son las ventajas que ofrece una crisis, que permite que te reinventes, pero, si le soy sincero, a mis 57 años, estoy ya un poco cansado de reinventarme. Esta es la cuarta reinvención, por cierto, y mi intención es que sea ya la definitiva, porque llega un momento en que te apetece centrarte y estabilizarte en un proyecto duradero. Y creo que ‘Pecados del arte’ puede ser ese proyecto que andaba buscando, porque implica la conjunción de las que han sido mis dos actividades de referencia, como comunicador y como perito e investigador.
¿Cuál es la hoja de ruta de esta publicación?
Básicamente, el objetivo es centrarnos en la búsqueda de información acerca de los delitos más comunes relacionados con el mundo del arte y el patrimonio. Es la primera revista de estas características que echa a andar a nivel nacional, y, posiblemente, también sea la única que exista en todo el mundo. No estoy seguro, pero podría ser así. En la investigación de mercado que llevamos a cabo antes seguir adelante con el proyecto, hallamos datos sobre publicaciones que, periódicamente, ofrecen noticias acerca del campo en el que nosotros nos movemos, pero no de una forma exclusiva. Por otra parte, a la hora de desarrollar nuestra labor informativa y divulgativa, cobra una gran importancia la relación que mantenemos con las Fuerzas y Cuerpos de seguridad. En España, hay unidades especializadas sobre actividades ilegales y fraudulentas vinculadas al sector del arte. Las hay en la Guardia Civil y la Policía Nacional, por supuesto, pero también en las comunidades autónomas, como ocurre con los Mossos d’Esquadra y la policía valenciana. En cualquier caso, el nuestro es un proyecto que está empezando, que vio la luz hace muy poco tiempo, en concreto el pasado 20 de junio, y, ahora mismo, la ilusión es máxima, como se podrá imaginar. Como director, mi gran obsesión es luchar por la excelencia de los contenidos, y por este motivo pretendemos rodearnos del mejor equipo posible, con abogados expertos en la vertiente jurídica y legal del arte, historiadores, arquitectos, criminólogos...
El radio de acción de ‘Pecados del arte’, ¿qué margen abarca, desde el punto de vista territorial?
Estamos en contacto con Cuerpos policiales de todo el mundo, y he decir que, si comparamos los diversos países, es en Italia donde históricamente se ha mostrado un mayor nivel de actividad en cuanto a la persecución de estos delitos. Los ‘carabinieri’ cuentan con un departamento específico desde 1968, nada menos. Igualmente, estamos tratando de cerrar una relación estable de colaboración con la Interpol. Es cierto que son empeños complicados, porque las Fuerzas de policía acostumbran a facilitar información solo cuando el caso está resuelto, no antes. Sin embargo, pretendemos que entiendan hasta dónde puede llegar ‘Pecados del arte’ en su trabajo informativo, y que comprendan que podemos convertirnos en un instrumento extraordinariamente útil en un campo tan crucial como la recuperación de piezas y obras de arte que se perdieron en su momento. Este es el sentido de la sección ‘Se busca’, que forma parte de nuestra revista. Ya hemos tenido ocasión de colaborar con el FBI y con una fundación norteamericana especializada en la restitución de objetos expoliados durante la Segunda Guerra Mundial.
¿Se cometen muchos ‘pecados’, es decir, delitos, en el mundo del arte?
Muchísimos. Una pasada. Vamos a publicar en breve un artículo de investigación que hemos elaborado a partir de un informe realizado por Interpol en 2020 que proporciona una idea muy aproximada de la dimensión internacional de este fenómeno. Por decirlo de manera que todo el mundo lo pueda entender: en el mundo del arte, algo que ocurre en Pekín afecta a Madrid, y lo que sucede en Madrid, tiene repercusiones en Nueva York. En definitiva, estamos hablando de dinero, de mucho dinero, y la perspectiva de llenarse los bolsillos induce a 'pecar'. Claro que unos 'pecan' más que otros. Los americanos, los ingleses y los suizos son los primeros de la lista, pero no debemos dejar de lado el comportamiento de las grandes fortunas orientales y rusas, que operan completamente al margen de la ley.
Para precisar un poco más, ¿cuáles son estos grandes ‘pecados’?
Básicamente, hacemos referencia a actividades de robo, expolio, contrabando, fraude y falsificación. De todos estos delitos, el más común es el fraude, pero también hay cuantiosos casos de robo y falsificación. En cuanto al expolio, estamos hablando de una práctica que se mueve en otra dimensión, en otra dinámica, en la que, más adelante, en esta entrevista, si le parece, podemos profundizar.
El ladrón o estafador de arte, ¿es, por así decirlo, un delincuente de guante blanco? ¿Alguien, incluso, con un notable grado de cultura y formación?
No se equivoque. Aquí, la única persona realmente culta es el intermediario, que es el que encarga la pieza y sabe perfectamente cuáles son los intereses que el cliente trata de satisfacer. El resto de delincuentes que intervienen en estos procesos son unos bestias. Unos vulgares chorizos, por decirlo de forma elocuente. Estamos hablando de bandas criminales organizadas a las que no les importa lo más mínimo traficar con arte o con cualquier otro tipo de objeto. Eso sí, están muy bien asesorados.
¿Ah sí? ¿Por quién?
Quizá le va a sorprender lo que voy a decirle, pero el 80 por ciento de los robos que se producen en los museos se cometen con la implicación de personal del propio museo. Hay un caso muy conocido que ocurrió en Austria, allá por 2003. En uno de los museos nacionales de este país, el Kunsthistorisches de Viena, robaron un salero de plata elaborado por Benvenuto Cellini. Su valor estimado es de 50 millones de euros. Pues bien, el autor de la sustracción fue un trabajador de Seguridad que entró por la tapia del museo y accedió hasta la pieza. Le identificaron a través de las cámaras de seguridad, pero mantuvo el botín escondido durante más de dos años. De hecho, estas investigaciones suelen ser largas y complejas. Por esta razón, la resolución de los casos, a veces, se prolonga por espacio de mucho tiempo.
En cambio, tal vez por la influencia de los libros o las películas, el delincuente del arte cuenta con una cierta buena imagen entre la población. ¿Cómo se explica esto?
Porque el ciudadano común no sabe todo lo que hay detrás. La gente ve a estos delincuentes como personas que desafían a las instituciones, a los poderosos, pero la realidad es muy diferente. Las bandas organizadas que se dedican al ámbito del arte sustentan actividades como el terrorismo internacional, el tráfico de drogas, la prositución, la venta de armas... En este contexto, el arte constituye una moneda en cambio y una fuente de financiación para las mafias. Y otra cosa que no debemos olvidar: por el arte, se mata. En países como Perú y Ecuador, la vigilancia de los yacimientos ha de correr a cargo del Ejército. Ni siquiera la policía puede hacerlo.
La irrupción de Internet, ¿está ayudando a que las piezas robadas sean más fáciles de localizar?
Desde luego. Internet ha representado un gran avance en este sentido, y, por esto, como le decía, en nuestra revista queremos potenciar la sección ‘Se busca’, porque cuando una pieza robada es publicada, resulta mucho más improbable que el delincuente pueda colocarla en el mercado. En este ámbito, la información es un elemento primordial. A mi juicio, las compañías aseguradoras pecan de una excesiva prudencia, cuando la estrategia adecuada debería ser que cuando se roba una determinada obra de arte, se comunique fehacientemente y a los cuatro vientos para que todo el mundo que lo tiene que saber, lo sepa. Además, estás enviándole un mensaje muy explícito al ladrón, y es que si trata de vender ese objeto del que se ha apropiado de forma ilegítima, deberá afrontar las consecuencias.
Usted reside durante largas temporadas en Mallorca y conoce a la perfección el mercado de arte de la isla. ¿Es Mallorca un territorio caracterizado por una gran proliferación de actividades delictivas relacionadas con este ámbito?
Vivimos en una tierra que ha sido un epicentro importante de las tramas sobre robos y falsificación. Es cierto que históricamente en Mallorca no existía una gran tradición coleccionista, y eso mismo ocurre en el resto de España. Sin embargo, a partir de los años 60 y 70, con el boom económico, las nuevas fortunas se dedicaron a comprar arte, y eso mismo hicieron los residentes extranjeros que disponían de dinero para ello. Ahora bien, que un cliente adquiera un cuadro, una escultura o cualquier otra pieza, no significa que sepa qué está comprando exactamente, y es por este desconocimiento que se han cometido auténticas estafas. Dentro de mi labor como perito judicial, he intervenido en la ejecución de documentos testamentarios que han dejado en evidencia toda esta realidad. He visto a hijos, nietos, sobrinos, que, de pronto, a la hora de repartir el legado del familiar fallecido, se han enterado de que esa escultura que creían que tenía un valor incalculable, en realidad es de una calidad muy inferior a la que suponían.
¿Cuál es el tratamiento fiscal que se aplica en el caso de la compra o la venta de obras de arte?
Ahí hemos dado con una cuestión peliaguda. En Mallorca, y en toda España, uno de los grandes pecados es el fraude fiscal, que, en este ámbito concreto, supone comprar en B, es decir, con excedentes de dinero que se dedican a esta finalidad. Existe una legislación muy específica que afecta a los bienes muebles, y, por tanto, hay prevista una fiscalidad concreta. Una obra de arte ha de pagar impuestos porque genera una plusvalía que, a su vez, dará pie a la obtención de unos determinados ingresos. Sin embargo, el problema es que en muchas ocasiones este patrimonio se adquiere con fondos B. Fíjese qué curioso: en realidad, se declaran pocos robos de piezas artísticas. ¿Y sabe por qué? Pues, simplemente, porque al propietario le resulta difícil justificar el valor de esa obra y su procedencia. Y esto se deriva de la creencia de que el arte es una inversión que pertenece a un ámbito muy privado en el que las autoridades no van a meter las narices. Se equivocan quienes piensan así. La verdad es que el mercado del arte es un mundo opaco.
Anteriormente, hemos dejado pendiente hablar sobre el expolio, un fenómeno muy asociado a las guerras, y no olvidemos que, precisamente, ahora estamos afrontando un proceso bélico en Europa. Durante una guerra, ¿es inevitable el expolio o la destrucción de patrimonio artístico?
En primer lugar, me gustaría aclarar que cuando estalla una guerra, como la que actualmente se está dirimiendo en Ucrania, el objetivo es expoliar el patrimonio del país enemigo, no destruirlo. No es lo mismo una cosa que otra. En realidad, tanto en uno como en otro caso, la pretensión es humillar al adversario, y esa es la gran función que persigue el denominado botín de guerra. En la revista, hemos lanzado algunos temas que conjeturan acerca de los acontecimientos que pueden estar produciéndose en Ucrania a este nivel, pero no resulta sencillo verificarlo porque en este conflicto la dinámica de información y desinformación es una constante. Eso sí, ya se han detectado casos de saqueos a mansalva en diversos museos situados al sur del país, y no por parte del Ejército, sino por la acción de grupos de civiles, aunque iban acompañados de tropas. Los rusos, precisamente, son especialistas en saqueos, de la misma manera que los nazis alemanes lo fueron en materia de expolios.
¿Cuál es el destino final de las piezas que son expoliadas?
El expolio representa un negocio de grandes dimensiones. Por supuesto, las obras son vendidas, aunque, en algunos casos, son retornadas, especialmente si se trata de trabajos catalogados. Mención aparte merecen los expolios en yacimientos arqueológicos. España es un buen ejemplo, porque sus yacimientos son continuamente expoliados por las mafias que se dedican a esta actividad. El procedimiento es muy sencillo: una universidad o una institución académica localiza un determinado emplazamiento donde se ha detectado la presencia de patrimonio histórico, y, cuando el lugar se queda sin vigilancia, los expoliadores atacan. Tenga en cuenta que muchos de estos yacimientos pasan muchas horas sin ningún tipo de protección o de seguridad.
Precisamente, hablando de excavaciones, hay que ver hasta qué punto condicionan la ejecución de obras que deben paralizarse tras el hallazgo de algún tipo de resto arqueológico...
A veces, se actúa de una manera un tanto exagerada, ciertamente. El servicio de Metro de Roma es un ejemplo paradigmático. Solo pudieron habilitarse dos líneas. Cuando empezaron las obras, en la época de Mussolini, los operarios tenían que estar parando continuamente porque era muy frecuente hallar restos. ¡Qué le vamos a hacer! Europa es así, y España todavía más. Me refiero a que es un territorio que acoge muchos vestigios del pasado y de todas las culturas y civilizaciones que han convivido en este entorno. Puede que, desde determinados puntos de vista, se piense que se aplica un celo excesivo en materia de protección de este patrimonio, pero si estudiamos la cuestión desde la perspectiva académica habrá que comprender la necesidad de preservar esta historia para tener la oportunidad de realizar un dibujo preciso del contexto en que se movían todas aquellas culturas.
¿Cuál es el lugar del mundo que despierta en mayor medida el interés del arqueólogo o del investigador en temas de patrimonio?
El centro mundial del arte y, como usted dice, también del patrimonio, es Europa, sin duda alguna. Y no hablo de países concretos, sino del continente en su conjunto. La historia de Europa se enmarca en una dinámica constante de intercambio de bienes y de objetos entre gobiernos y entre monarquías, para bien y para mal. Igualmente, si hablamos del poder colonial, hay aspectos que deben matizarse. Por ejemplo, la relación de España con Iberoamérica. Para nuestro país, en esa lejana época, esos territorios no eran colonias, sino provincias a las que exportábamos nuestro arte para que sus habitantes desarrollaran sus técnicas en base a nuestras tradiciones. En otras palabras, cuando hacemos referencia al arte colonial, es importante tener en cuenta que se basa en los procedimientos que esos pueblos aprendieron.
¿Quiénes fueron los primeros expoliadores de la historia?
Difícil saberlo. ¿Quién empezó a expoliar a quién? Bueno, digamos que los expolios, al igual que los saqueos y los botines de guerra, son tan antiguos como las más antiguas civilizaciones, las cuales hay que situar en el Oriente Medio. Así, por ejemplo, el imperio romano expolió y saqueó, por supuesto, y lo mismo hicieron otros pueblos que, en un momento determinado, ejercieron un gran poder militar, social y económico. No obstante, pienso que es crucial entender el contexto de cada periodo concreto de la historia. El revisionismo caracterizado por juzgar desde el siglo XXI acontecimientos que sucedieron en tiempos remotos, está fuera de lugar. Había otros valores, otras ideas, otras referencias, y es así como debemos entenderlo y asumirlo. El expolio era un botín de guerra y se ha aceptado de esta manera hasta, prácticamente, el pasado siglo, en algunos casos. Tras la Segunda Guerra Mundial, los rusos requisaron numerosos bienes artísticos y patrimoniales a los alemanes, y todavía hoy en día se niegan a devolverlos porque alegan que lo obtuvieron como botín durante un conflicto bélico. Así lo afirmó Putin en 2007, cuando se refirió a este contencioso y afirmó que en ningún caso iba a producirse esa devolución. Pero no es solo el expolio ruso o el que perpetraron los nazis. Tomemos de nuevo como referencia la Segunda Guerra Mundial. Las tropas aliadas entraron en Alemania y durante muchos años la saquearon a mansalva. La situación no empezó a normalizarse hasta iniciada la década de los 50, cuando el país se dividió en dos fracciones. Por otra parte, los grandes museos acogen en sus instalaciones una voluminosa muestra de obras de arte procedentes del expolio. Ocurre con el Louvre, en París, y, por supuesto, con el British Museum, en Londres. Quizás El Prado, en Madrid, es de las pocas dependencias museísticas que no se basan en este planteamiento de exhibición de los bienes requisados a otros países o culturas.
Y en España, ¿se han producido muchas situaciones de expolio?
En nuestro país, lo que ha ocurrido es que nos hemos expoliado a nostros mismos. Ahí están, sin ir más lejos, las guerras carlistas, las desamortizaciones y, desde luego, la Guerra Civil. En 'Pecados del arte', estamos abriendo una línea de información e investigación, gracias a la colaboración de Arturo Colorado, que gira en torno a las piezas que, en los años previos a la Guerra Civil, fueron sustraidas a sus propietarios y que luego, una vez finalizada la contienda, no fueron restituidas. De hecho, ningún gobierno lo ha hecho, ni durante la dictadura ni tampoco después, en democracia. Pero vayamos por partes. Las instituciones de la Segunda República incautaron unas veinte mil piezas, aproximadamente, que pertenecían a la iglesia, la aristocracia y la burguesía, y, dentro de este estamento social, la burguesía republicana liberal y la de derechas. Acaba la guerra, y el bando ganador se plantea proceder a la devolución de estos bienes. En algunos casos, la restitución es sencilla, pero en otros el camino es mucho más tortuoso, ya que los propietarios son personas exiliadas que, por supuesto, se abstienen de presentar reclamaciones. De esta manera, aquellas piezas que no se retornaron quedaron en depósito o custodia. Han transcurrido más de 80 años, y muchas de estas obras, aproximadamente unas nueve mil, siguen pendientes de ser entregadas, porque tampoco tras el advenimiento de la democracia se ha abordado esta cuestión seriamente. Y, bajo mi punto de vista, es un asunto de justicia. Estas personas son los legítimos propietarios de este patrimonio. Es una lástima que se haya aprobado una Ley de memoria histórica y, en cambio, no se haya tenido en cuenta el caso que incumbe a estos ciudadanos. Desde 'Pecados del arte' vamos a tratar de echar una mano para cerrar, de una vez por todas, esta asignatura pendiente.
¿Qué opina acerca de la oferta museística en Mallorca?
La impresión que tengo es que se podría haber avanzado más. En Mallorca, nos hemos quedado, como gran equipamiento, con es Baluard, pero no es suficiente, a mi juicio. Necesitamos un espacio más adaptado a nuestra idiosincrasia. Hace muchos años que se habla sobre el proyecto del museo de arqueología, pero se ha quedado en eso, en un proyecto eterno que debería ser ya una realidad. Lógicamente, Palma cuenta con la Fundació Miró, y he de destacar que esta sede descolla sobre las que hay en Barcelona y Tarragona. En cuanto al Museu de Sóller, creo que tiene también su interés. Pero, bueno, la verdad es que el entorno museístico de Mallorca se ha centrado en la recepción de colecciones familiares y particulares, como ocurre con la Fundació Miró, que, básicamente, acoge la obra de este artista catalán. Habría que completar esta oferta y poner en valor todas esas obras y piezas que permanecen ajenas al conocimiento general de la población y los visitantes. Que están escondidas, podríamos decir.
¿Cree que la isla presenta credenciales suficientes para convertirse en un punto emergente de turismo cultural?
Mallorca no es un destino cultural. Tampoco lo es España. Y así será mientras, en los meses de invierno, a las cinco de la tarde ya se haya puesto el sol. No apetece estar en la calle y, además, hace frío, porque, se diga lo que se diga, en invierno, en Mallorca, hace frío. En Italia ya están reclamando que se modifiquen los estandares horarios. ¿Por qué no pedirlo también nosotros? Más allá de eso, en nuestro país, el turismo cultural gravita en torno a Madrid y Barcelona, que es donde se ubican los grandes museos, especialmente en Madrid. En Mallorca se ha apostado históricamente por otros reclamos turísticos que podríamos definir como vacacionales. Esa es la realidad.
Ha habido, y sigue habiendo, una pandemia. ¿El mundo del arte se ha resentido especialmente de esta situación?
La pandemia ha afectado a todos los ámbitos, y también al cultural y artístico. En España, de las algo más de dos mil galerías de arte que existían antes de la Covid, ahora permanecen activas unas 1.800. En contraposición, las medidas del Gobierno para ayudar al sector han sido ridículas, con prestaciones de unos cien euros que no bastan ni para abonar la cuota de autónomos. En cuanto a las subastas, también se han visto perjudicadas, porque se trata de eventos públicos que, con las limitaciones y restricciones que se han venido imponiendo, no han podido desarrollarse con continuidad y normalidad. La alternativa ha sido buscar otras fórmulas, como la venta online, por ejemplo, además de dirigirse a otro tipo de público y modificar el producto que se oferta. Claro que las subastas por internet ofrecen el riesgo de que el comprador no sabe con un cien por cien de seguridad sobre qué producto está pujando. A su vez, las piezas que crean una mayor expectación mediática no han salido al mercado, sino que han quedado reservadas para una mejor ocasión. Por tanto, la estrategia ha sido recurrir a las obras de grandes maestros que habían quedado arrinconadas para ser progresivamente sustituidas por las vanguardias. En pocas palabras, se ha sacado aquello que se había guaradado en un cajón.