Lo peor, sin duda, es que España vaya a carecer a partir de esa sesión de investidura de una alternativa real al bloque social-comunista al frente de la nación. Pero hay algo más, igualmente negativo, y son los pelos en la gatera que puede dejarse el ya maltrecho líder del PP en estas semanas que tiene para la reconquista casi utópica de apenas un puñado de votos vitales.
Probablemente sea una exageración considerar ya a Feijóo un muerto viviente, un zombi que aguanta asistido no se sabe por qué clase de artificial respiración, por inercia. Sin embargo, esa imagen tremendamente tocada puede quedarlo más si durante los días venideros la imagen que se proyecta es la de la impotencia, la de la ausencia de estrategia, la de la falta de destreza para maniobrar en el campo nacional de la política con incómodos actores, la de las contradicciones, la de la renuncia a principios y valores esenciales (¡¿qué bueno se puede esperar de los contactos con los partidos de Puigdemont u Ortuzar?!).
Y existe una alta posibilidad de que esto ocurra, puesto que va a ser el objetivo de los aparatos mediáticos más próximos a socialistas y comunistas: exponer, y denunciar, con toda la trompetería, que el gallego es un señor de propuestas inútiles, que va por la vida sin apoyos y, más sangrante, que está agotado y acabado apenas tras su primer round, al estilo Casado.
Se abra o no, en pocos meses, una era post-Feijóo (démosle tiempo al tiempo y sus circunstancias) es esencial que, en la medida de sus limitadas posibilidades, Génova ponga en marcha desde ya una estrategia de comunicación y propaganda política efectiva para que, a pesar de que el resultado de la investidura sea una ajustada pero inapelable derrota, el PP no salga de esa cita contusionado por doquier, anulado en su ánimo, sobrecastigado, descalabrado. Sísifo, noqueado otra vez, se vería obligado a empujar la pesada roca, de nuevo, desde la falta de la montaña.