Si nos apuntamos para sostener como válida la segunda opción, estaremos apostando que cuando hay un número significativamente alto de personas que apoya esa idea, con independencia de las más o menos similares características de los integrantes del grupo y del conocimiento individual que cada uno de ellos tenga de la materia, y de que se haya ejecutado o no con anterioridad la misma, por el mero apoyo de una multitud ya es buena la idea.
Si nos guiamos por el primer criterio concluimos que “la idea es buena”, donde la bondad se pospone a la ejecución de la idea y se corre el riesgo de dejar pasar oportunidades; si en cambio nos conducimos por el segundo criterio concluimos que “es buena la idea”, donde la bondad se antepone a la ejecución de la idea y se corre el riesgo de lamentar innecesarias tragedias.
En el primer caso al imponerse el método científico, con aquella idea que no permita muestra o prueba previa en pequeña escala ni tampoco admita reparación en sus consecuencias mejor no experimentar; en el segundo caso al imponerse la democracia, por las consecuencias de las consecuencias derivadas – tras oírse un sálvese el que pueda y al no quedar una ficha en pie- del democrático efecto dominó que conlleva, se corre el riesgo de obtenerse lo que no se desea para el colectivo.
Al inclinarnos por el “menos es más” de la aportación, se aboga por la prudencia; si se aboga por el mero número propio del populismo, tendremos boleto ganador para alcanzar al final solo un lamentable “más es menos”, eso sí con el falaz consuelo de haber sido vehementemente defendida la “gran idea” por muchos.