Quignard ha merecido el prestigioso galardón, a juicio del jurado, “por la maestría con que ha rescatado la genealogía del pensamiento literario, por la destreza con que se sustrae a la banalidad textual, por haber resuelto las dimensiones más inesperadas de la escritura, y por la composición de su gran tratado sobre los enigmas literarios del alma humana”. Ha sido profesor de la Universidad de Vincennes y de la Escuela Práctica de Estudios Superiores en Ciencias Sociales; junto con François Miterrand, Quignard fundó el Festival de la ópera y teatro barroco de Versalles. También perteneció al comité de lectura de la editorial Gallimard, del que fue nombrado secretario general en 1990. Sin embargo, desde abril de 1994, abandonó sus tareas editoriales entregándose de lleno a la literatura, moviéndose a caballo entre el ensayo novelado y la novela ensayística o plenamente narrativa.
Cree Quignard que los músicos, como los niños, como los escritores, habitan las carencias del lenguaje y que estos últimos se instalan para siempre en el espanto. Asegura que un escritor se define simplemente por ese estupor en la lengua que, por otro lado, conduce a la mayoría de ellos a ser proscritos de lo oral. El propio Quignard, parco en palabras y poco dado a elocuencias generosas o a verbosidades discursivas, es vivo ejemplo de ello. “¿Qué hombre no tiene la desaparición del lenguaje por destino y el silencio como último rostro?”, se pregunta. El escritor, asegura, para escribir las palabras, las busca, porque piensa que el que escribe es un hombre con la mirada fija, con el cuerpo paralizado o incluso las manos tendidas en ademán de súplica, a la búsqueda de unas palabras que le son esquivas. El ensimismamiento fecundo de quien considera a la literatura como palabras que crecen acechando en el silencio hasta que se hace realidad en el florecimiento visible de la lengua.
Quignard lo ha leído todo, desde Ovidio a San Juan de la Cruz, transitando por los grandes maestros medievales, y ha sido capaz de poner de moda en el debate público la viola de gamba y la música antigua, gracias a su investigación y colaboración con el maestro Jordi Savall, al que le une una estrecha amistad desde hace tres décadas. Basilio Baltasar, convencido de que hay que seguir rindiendo tributo a las obras maestras, ha asegurado que la literatura de Quignard contiene “la contemplación plasmada en el milagro del lenguaje” y que el Premio Formentor es un elogio al escritor y al conjunto de su obra, no una competición ni una carrera de obstáculos por alcanzar el podio y, sobre todo, “una recomendación pública: por favor no dejen de leer a Pascal Quignard”. Atisbar las huellas de un futuro en el que la muerte viene a dar testimonio de que ha comenzado a germinar es una de las tareas que se ha encomendado a sí mismo, plenamente consciente de que los objetos aparecen y desaparecen, que no hay un progreso en ello, y que, como ha asegurado el galardonado en Canfranc, “cuando estemos en un lugar rodeados de montaña y de cielo, es posible que estos desaparezcan ontológicamente, pero la naturaleza permanecerá”. Su literatura, en definitiva, trata de responder a dos cuestiones fundamentales, qué es escribir y qué es el amor, indagando en la poética de esas solidaridades misteriosas, tan secretas como los vínculos de la mejor literatura.