En estas mismas páginas ya dejamos constancia de que su espléndido libro de memorias ("Mis Años Vividos. Entre los siglos XX y XXI") no es sólo el legado que el propio Linhard deja a su familia -repartida entre Alemania y EE.UU.- amigos. Es una carta abierta al género humano con posdata: El sentido de nuestra propia existencia reside en aceptar lo que somos y convertirnos en la mejor versión posible para pasar por la vida dejando huella y no cicatrices. Ese es el propósito principal de la singladura vital de nuestro protagonista y la conclusión que extraigo de la espléndida conversación que tuve a bien compartir con él hace escasas fechas y que a continuación comparto con nuestros lectores.
¿Cuál es el primer recuerdo que le viene a la memoria?
Recuerdo un día de 1945. Mi padre estaba reunido con unos amigos. Celebraban algo y yo pregunté. Y me dijeron: “Celebramos el final de la Segunda Guerra Mundial”. Yo no tenía ni idea de qué era eso…
Posteriormente ingresó usted en el internado de las Escuelas Pías.
Efectivamente. El internado fue fundamental en mi forja. Las visitas de mis padres fueron ocasionales. Por otra parte, sólo te permitían ir a casa una vez al mes siempre a condición de sacar buenas notas. Fue un periodo de forja que contribuyó decisivamente a que me empezase a acostumbrar a estar solo y desarrollar ideas.
Hablemos de sus padres, judíos alemanes que llegaron a España en unas circunstancias difíciles.
Mi padre leyó “Mein Kampf”, entendió lo que ese libro significaba y por eso abandonó Alemania, en 1933 ¿Por qué con destino a España? Vino con la esperanza de estar un tiempo y después partir hacia los Estados Unidos una vez que se reuniese con mi madre. Mis padres se conocían desde que eran niños. Mi madre llegó a Barcelona en 1936 y la guerra civil comenzó de inmediato. Eran judíos y no tenían documentación alguna. Las circunstancias les forzaron a quedarse aquí. Ellos se sacrificaron enormemente para darnos a mi hermana y a mí la mejor educación posible. De hecho, ambos hermanos fuimos alumnos en sendos internados. Mi hermana en uno regentado por monjas que estaba al pie del Funicular de Vallvidrera y yo en las Escuelas Pías de Sarriá. Por aquel entonces yo ignoraba completamente mi origen judío y lo que significaba.
Su padre era poseedor de un espíritu emprendedor que usted heredó.
En Berlín, mis padres trabajaron para los grandes almacenes KaDeWe como compradores. Sin embargo, cuando mi padre abandonó Alemania para instalarse en Barcelona la suerte no le acompañó. Antes de la guerra civil española llegó a tener una ferretería que funcionaba muy bien. Él apoyó a los brigadistas internacionales. Por eso, al final de la contienda, algunos miembros de Falange quisieron causarle problemas, pero él repartió todo lo que recibió de las Brigadas entre los vecinos y por eso se libró de la cárcel o de algo peor.
Usted aprendió de sus padres el valor del esfuerzo personal y de la solidaridad.
En el internado procuré sacar buenas calificaciones. Allí se inculcaba una filosofía basada en el trabajo, en el esfuerzo y la perseverancia. En casa las cosas se pusieron muy difíciles. Mi padre enfermó de leucemia y mi madre sufrió problemas de hígado. Recuerdo cómo yo mismo le ponía a mi madre inyecciones de morfina para mitigar su dolor.
El año 1954 es un punto de inflexión porque la vida le empujó a convertirse en un hombre de la noche a la mañana y a arrimar el hombro.
Mi padre murió con 51 años y la economía familiar se resintió hasta los cimientos. Ya no se podían pagar la Escuelas Pías en Sarriá y tuve que ponerme a trabajar en una Agencia de Aduanas. En paralelo, mi padre realizó unas gestiones en el Consulado alemán de Barcelona para tramitar las pertinentes indemnizaciones a las que teníamos derecho como alemanes perjudicados por ser judíos. Él no vivió para poder aprovecharlas, pero mi madre, mi hermana y yo sí.
En 1956 llega usted a Berlín animado por el espíritu propio de su juventud y decido a tratar de comprender el por qué la Alemania de la época amparó la persecución y los crímenes de estado contra los judíos.
Nunca hubo nada calculado. Todo vino rodado y de la mano de la casualidad. Hay varios factores que jugaron a mi favor y contribuyeron a facilitar mi marcha a Berlín. En primer lugar, recibir la indemnización económica alemana. En segundo lugar, el abogado que la tramitó se puso a disposición de mi familia. Y, en tercer lugar, personas que habían dado la espalda a mi padre dejaron de hacerlo. Empecé a trabajar como aprendiz durante tres años en los mismos almacenes donde mis Padres trabajaron y a continuación tuve que cursar el bachillerato alemán.
Respecto a los terribles acontecimientos que desencadenaron una ola de odio que llevó a que muchos alemanes delataran o asesinaran a sus propios vecinos nunca los he llegado a entender. Durante los años que viví en Alemania jamás me topé con un nazi que expresara un rechazo frontal a mi persona por ser judío.
En 1961, mientras usted está cursando sus estudios universitarios en la Universidad Libre de Berlín la ciudad es dividida en dos.
Al principio no había ningún muro, sino barreras humanas a lo largo de de 42 kilómetros.
La parte oriental era la mayor con casi 500 Kilómetros cuadrados. Acabó en manos de la URSS, que habían sido los primeros en llegar a Berlín en 1945.
Dos años más tarde usted tuvo el placer de saludar personalmente al entonces Presidente de EE.UU. John Fitzgerald Kennedy.
El Canciller alemán de la época, Konrad Adenauer, acompañó al Presidente Kennedy durante su estancia (estuvo unas 14 horas en Berlín). Lo que más me impresionó tuvo lugar en el distrito berlinés de Schöneberg. Aunque yo no era intérprete de inglés sino de español, ese día me tocó acompañar al expresidente de México, Mateo Alemán, y por eso pude entrar en el departamento municipal donde estaba Kennedy, quien se encontraba ensayando la famosa frase “Ich bin ein Berliner” (yo soy berlinés). Le costaba mucho trabajo, pero persistía y esto nos hizo mucha gracia a todos los que presenciamos la escena. Su propósito era muy claro. Deseaba transmitir la idea de que 2000 años antes, la mayor honra era ser ciudadano de Roma y ahora era ser ciudadano de Berlín. Aquel día toda la ciudad salió a la calle para verle. Fue una figura histórica a la que he dedicado horas de lectura por su importancia e influencia. En junio visitó Berlín y en noviembre de aquel año 1963, como sabemos, fue asesinado en Dallas (Texas).
Tiempo después usted presenció otro momento histórico con motivo de la visita oficial de Luis Carrero Blanco a la RFA.
Como intérprete oficial de español para visitantes españoles y latinoamericanos, me encontraba a la espera en el aeropuerto de Berlín. Cuando el Almirante Carrero llegó yo tenía el programa de visita en la mano. Se lo entregué y me dijo “Yo tengo que ir todos los días a misa”. Un servidor le expuso la situación: ”Almirante, Berlín es una ciudad protestante, aquí misa todos los días no hay.” Su respuesta fue tajante: “O lo arreglas, o me voy.” Finalmente, todo se arregló. Localicé un convento de jesuitas en el que él pudo acudir a escuchar la misa católica. Lo más desagradable vino después. El protocolo del gobierno alemán obligaba a que los visitantes ilustres firmasen en el Libro de Oro de la ciudad. Carrero se tuvo que ver cara a cara con Willy Brandt, quien había estado en España apoyando a la II República durante la guerra civil y era el Alcalde de Berlín. Brandt, aparte de ser una figura en ascenso dentro del SPD (Partido Socialdemócrata) alemán, llegó a ser Canciller Federal. A nivel humano, puedo constatar que era una magnífica persona, del todo entrañable. En suma, inolvidable. Así las cosas, un dignatario franquista se vio cara a cara con un rojo, un socialdemócrata. Aquel día, ambos cumplieron estrictamente el protocolo sin dirigirse la palabra. Durante 30 interminables minutos pasé trago muy malo.
Sin embargo, la visita del entonces Ministro de Asuntos Exteriores de España, Fernando María Castiella, fue todo lo contrario. Le dejó un buen sabor de boca y una grata sorpresa.
¡Ya lo creo! En principio, él solicitó que yo buscase una empresa que se encargara de reparar y remozar las instalaciones de la antigua embajada de España en Berlín y cuya misión era albergar el consulado español (la capital alemana entonces estaba ubicada en Bonn). La sede diplomática española había quedado muy dañada por los bombardeos de la guerra. Encontré la firma que se encargó de la reforma solicitada por el jefe de la Diplomacia española y al poco tiempo recibí lo que en principio parecía una carta de agradecimiento por las gestiones. En realidad, se trataba de la Cruz de Plata de la Orden de Isabel La Católica. Increíble, ¿verdad?
Con un Berlín ya dividido por el muro usted viaja primero a Israel y después por toda Latinoamérica.
Permítame una nota personal sobre Berlín y el muro. La noche del 12 al 13 de agosto de 1961 yo salía de un local nocturno que estaba muy cerca de la Plaza de Potsdam pude ver cómo los policías y soldados de la Alemania oriental comenzaban a desplegar alambradas. En 1962 visité Israel por primera vez. Estuve en un kibbutz. Volví en 1965 y en 1967, justo cuando varios países árabes se unieron para atacar a Israel. Mi idea era alistarme y -como judío- dar la vida por el país si era preciso. Resultó que cuando llegué la Guerra de los Seis Días ya había acabado, aunque yo tenía la sensación de que nos matarían a todos.
Después de la experiencia israelí usted decidió viajar por el ancho mundo.
Mi situación era cómoda. Contaba con medios para hacerlo. Tuve la suerte de viajar desde el Círculo Polar Ártico hasta el Antártico. A este respecto, no puedo dejar de mencionar la ayuda de grandes amigos como Antonio Pujol (DEP). Él fue decisivo porque me enseñó muchas cosas. Inclusive a fumar en pipa. Se instaló en Canadá y tuve ocasión de visitarle varias veces. La pasión por viajar hizo que tuvieran que pasar ocho años hasta que culminé con éxito mis estudios universitarios.
Usted nunca dejó de estudiar mientras progresaba profesionalmente
Es cierto. Ingresé en la empresa farmacéutica Schering, donde su director de investigación me apoyó para hacer el doctorado. En 1978 presenté mi tesis doctoral. Conté con la inestimable ayuda de las secretarias de la empresa. Sin ellas no hubiera sido posible incorporar numerosos detalles como las imprescindibles notas a pie de página. Al final de1979, fui nombrado director de la propia Schering para España y Portugal. Me esperaban cuatro años maravillosos que disfruté ya instalado en Madrid junto a mi esposa y mis dos hijas. Sin embargo, no era un buen plan para mí estar constantemente subido en un avión, yendo de Berlín a Madrid y viceversa. Mi esposa y yo decidimos quedarnos en España, concretamente en Barcelona para poder estar más cerca del mar. Poco después acabé desligado de Schering y la suerte me volvió a sonreír. Volkswagen compró SEAT y ambas partes me eligieron como mediador. Me pagaron muy bien, lo que me permitió más adelante fundar una empresa propia cuya finalidad era ayudar a las firmas farmacéuticas alemanas a establecerse en España.
¿Qué puede decirnos de su estancia en los Estados Unidos de América? ¿Cómo resultó su experiencia?
Fueron cinco años maravillosos en Carolina del Norte, donde tuve la oportunidad de ser profesor invitado. El reverso negativo fue comprobar cómo la cuestión del seguro médico en EE.UU. presenta grandes deficiencias. Habiendo sido operado previamente del corazón en España, mi salud empeoró y tuve que ser ingresado en un hospital. Un hecho así marca y mueve a la reflexión. Sin duda, fue el detonante para tomar la decisión de abandonar el país y regresar a España cosa que hice con mi esposa, precisamente el 11 de septiembre de 2001 de tan triste recuerdo por la tragedia del ataque a las Torres Gemelas de Nueva York. El balance de mi experiencia estadounidense no puede ser más positivo. No en vano, una de mis hijas vive allí. Se instaló hace años, fundó una familia y tanto ella como su esposo e hijos son ciudadanos estadounidenses. Por cierto, mi otra hija hizo exactamente lo mismo pero, en su caso, en Alemania.
En 2004, tres años después de su regreso de EE.UU., usted crea e impulsa la Tertulia Migdia. El pasado día 19 de septiembre de 2023 supuso el punto final a su brillante etapa como coordinador tras 200 convocatorias.
En honor a la verdad, he de decir que no es una tertulia como tal sino un encuentro cuyo formato es comida + conferencia. Comenzó su singladura en marzo de 2004 y por ella han pasado 150 personalidades (políticos, empresarios, intelectuales, científicos, etc.) de renombre y cerca de 2000 convidados. Por diversas circunstancias y avatares, fuimos cambiando de ubicación física a lo largo del tiempo. Hemos pasado la prueba con nota -incluyendo una pandemia- y justo cuando acabo de decidir ceder el testigo estamos ubicados en Citrus, un céntrico restaurante barcelonés que nos dispensa un trato exquisito y que espero que siga siendo la sede de una nueva etapa de la citada Tertulia en la que participaré, pero como un integrante más. He cedido el testigo y estoy a disposición de quienes quieran continuar con una iniciativa cultural que ha ofrecido momentos realmente memorables.
Un hombre tan viajado, abierto de mente y cosmopolita como usted ha conocido celebridades. ¿Quién le ha impresionado más, en la distancia corta, por sus cualidades humanas?
Sin duda alguna, Willy Brandt. Estuve muchas veces con él (incluso en su casa). Conservo una carta de agradecimiento que me escribió. Por suerte, pudo vivir para ver la caída del muro de Berlín. También conocí a sus hijos. Siempre he tenido una relación especial con quienes se muestran humildes. Da igual si son célebres o no. Tengo una deuda de gratitud con quien fue mi director de tesis en Medicina Sociológica, el Dr. Ignacio Sotelo (DEP) al que me unió una gran amistad. Es un placer tratar con aquellas personas cuya sabiduría no se les sube a la cabeza.