Elegir es descartar, precisa valorar el coste de oportunidad inherente a toda toma de posesión de lo que deseas, pues siempre hay una alta probabilidad de ser sorprendido en un futuro por las consecuencias de tal rechazo; viéndonos obligados de nuevo a elegir.
Al ser nuestro nacimiento siempre el efecto de una causa precedente, y por ello no existir por nosotros mismos; nadie es necesario, somos todos contingentes. Y por ello el irreductible y omnipresente azar a todos nos envuelve; nuestra tranquilidad solo depende de que el azar en su permanente arbitraria y caprichosa conducta la respete.
Un azar que si no controlar, si se puede observar, analizar y comprender.
El buen entender sirve en primer lugar para distinguir, para no verse en la situación de tener que optar y sentir que nos invade una tremenda confusión de confusiones; se entiende bien cuándo sin la necesidad de un rato para pensar se sabe que lo primero que ocurre automática e inevitablemente al abrir la mano es que desaparece el puño.
Y para entender solo tenemos dos recursos el tiempo, sea la que sea su incierta duración, y la experiencia. Y como nuestra propia experiencia es intrínsecamente limitada, para entender el mundo necesitamos incorporar la experiencia ajena de los que son coetáneos y de los que nos precedieron.
Y, dado que es ineludible que tendremos que elegir, aquí es donde destaca la importancia de ser conscientes de la fundamental labor que realiza un buen maestro para ayudarnos a entender.
Los principios generales de cualquier asignatura los puede aprender cada uno por su cuenta desde su casa con libros, en papel o electrónicos, buscando en internet, etc; pero si verdaderamente se quiere y desea que el origen, la intención, el detalle, el matiz, la esencia, el espíritu, el concepto, la hondura y en definitiva el pleno entendimiento de ese saber en toda su extensión habite dentro de uno, entonces el conocimiento de esa materia se debe extraer de aquellas personas en cuya mente y alma ya habita con anterioridad, y generosamente mediante el discurso y el ejemplo se abren para ofrecer a los demás, en especial a aquellos que no se rinden ante el esfuerzo, que procedan a tal extracción.