Abogo por el eufemismo, más si se acompaña del ingenio. Pero ni por asomo incluyo lo políticamente correcto dentro de la educación ni lo asemejo a los buenos modales, distingo perfectamente ambos: la primera, es pensar en los demás antes que en uno; los segundos, se limitan solo a hacer que la interacción con los demás sea más agradable.
Después de la salud, lo que más valoro es la libertad en cualquiera de sus manifestaciones, la de todos y la de cada uno; y la corrección política en tanto que no deja de ser una repugnante censura, en mi opinión cercena la libertad de expresión. Es más la considero la antesala del discurso normativo, tan usado hoy por quienes pretenden imponer en la sociedad, que es de todos, lo que es o no es moralmente aceptable, y para ello empiezan por agotar al personal con el adiestramiento en el uso de un absurdo lenguaje políticamente correcto, a veces hasta estúpidamente inventado para la ocasión.
El discurso normativo pretende hacernos creer lo que es algo y que como tal lo incorporemos, sin someterlo ni al mínimo análisis crítico, a nuestro acervo cultural individual; cuando en realidad lo que nos muestra como tal con su patética prédica no es más en realidad que su representación moralista de ese algo. Es mero ideario político, es puro y vulgar proselitismo.
El discurso normativo se basa en afirmaciones falsas que a fuerza de repetirlas hasta la saciedad y el hastío persigue convencer a todos de su veracidad; pero esto no es lo peor, en su absoluta falta de respeto y educación sin rubor se atreve a aseverar que obviamente no existe otra alternativa en la que creer que sea moral.
Y así quien lo sigue se deja amaestrar en el uso del tópico como único recurso mental y poco a poco se destruye como persona al detener su crecimiento intelectual.
La corrección política y el discurso normativo están vacíos y son eso, paupérrima ideología de salón; y cuando algo solo es eso y nada más que eso, ha llegado a su meta, la de finalmente no ser nada.