Así ha sido en el marco económico y social, pero en el marco político la forma de alcanzar el poder, factor clave para la buena marcha de la nación, se instrumentó mal con la ley electoral. El espíritu de concordia durante la Transición tampoco supo prever la deslealtad del nacionalismo ni el odio que alimenta, como demostró la Gran Guerra que no fue sino la implosión de los nacionalismos en Europa: quiero mi odio a los franceses había escrito el poeta alemán Moritz Arndt a finales del siglo XIX; en Francia otro escritor, Jules Milet, decía que el amor a la nación había sustituido el amor a un Dios que huye de nosotros; en España el fundador del PNV Sabino Arana reprendía a los vascos que sin pizca de dignidad habéis mezclado vuestra sangre con la española, raza vil y despreciable.
Mas la circunstancia a la que quiero referirme ahora es la que se deriva del Art.6 de nuestra Constitución, que traza el camino para todo el que aspire a puestos de poder: hacerse militante de un partido, porque la formación de la voluntad popular queda asignada en exclusiva a estos. Las democracias no han encontrado fórmula mejor desde la Revolución francesa, cuando el partido jacobino con apenas 900 militantes en Paris llevó al poder a Robespierre. He recopilado otros ejemplos singulares (www.lahistoriadelpoder.com): el partido bolchevique de Lenin apenas tenía 200 militantes cuando inició su oposición al zar y en poco más de dos décadas se hizo con el poder en Rusia. Mao organizó el primer Círculo Comunista en Shanghái en el año 1921 y tuvo que lograr un número de 30 militantes para ser reconocido por la Internacional comunista; dos décadas después se convirtió en el amo absoluto de China.
Procede recordar cómo consigue un partido el poder por aceptación mayoritaria. Lo logra si ofrece una VISION de nuestro mundo cotidiano y nos hace creer que lo hará mejor, mas cuando los canales de comunicación son múltiples y eficaces para trasmitir su visión, la militancia deja de tener la utilidad de pasado, lo que importa es el valor de la sigla. En las primeras elecciones democráticas la UCD, sin apenas militancia, Adolfo Suárez ofreció la visión deseada por la mayoría: una transición pacífica tras la dictadura. Agotado el partido en esa misión, fue el PSOE con unos pocos miles de afiliados, conducido por el dúo Felipe Gonzalez y Alfonso Guerra el que alcanzó el resultado más alto de nuestra democracia y la sigla acumuló gran valor durante su gobierno. En el mundo empresarial a ese valor intangible se denomina good will y queda vinculado a la marca. En el caso del PSOE aún se mantiene, pero no gracias a Sánchez sino a pesar de Sánchez. Sin embargo, es tal el descontento de los que se sienten engañados, que para aferrarse al poder ha querido apoyarse en los militantes ya que no se fía de los votantes. Ahí es donde se hace visible en su autentica dimensión el problema que supone para la salud democrática que el poder de decisión pretenda sustentarse en una escasa militancia que, además, está condicionada por algo esencial para cualquiera como es el cargo y la nómina.
Hago otro inciso para subrayar el problema: Nunca, en nuestros años de democracia, se había observado una polarización tan intensa como la que ha generado Sánchez. Si a él le preocupa cómo pasará a la historia, lo más resaltable será habernos polarizado al extremo de escuchar al líder del tercer partido en representación, que su futuro como presidente será ocupar una habitación en el exilio junto a Puigdemont. Se ha visto en pancartas el ¡Sánchez a prisión! Ni siquiera en momentos tensos de la Transición hubo tanta furia. Y eso que estaban en la escena política protagonistas de la guerra civil como Santiago Carrillo y Pasionaria.
La consulta a la militancia, las bases, como se enfatiza en lo partidos, es un vano ejercicio de propaganda, una burda coartada que no engaña a los que disciernen y los irrita sin necesidad. Si alguien piensa que el precio a pagar por la investidura del que controla la nómina va a ser objetado por quienes la cobran, es que quiere engañarse. Pero lo inquietante para la salud democrática es que no se atisban soluciones, ni deseo de buscarlas. Veamos cifras y porcentajes reflejados en la prensa: la militancia del PSOE que ha participado en el particular referéndum de Sánchez ha sido el 63% de su censo, unos cien mil votantes de los que el 80% le dicen Amén. Veamos datos llamativos del PSC catalán. Su militancia es de 7.909 y de los partícipes en la votación (61,6%) el 80% le da el sí a sus concesiones, ósea que hablamos de 3.840 votos.
El marco de convivencia y de mayor o menos bienestar de 46 millones de españoles habría sido decidido por una consulta al 0.21% de los españoles ¿Cabe mayor desatino? Convengamos que el panorama es los suficientemente triste y escandalosos como para que Felipe Gonzalez Y Alfonso Guerra, que dieron al PSOE ese valor de marca hayan alzado la voz. Pocos más reparan que si Sánchez logra la investidura pagando facturas sin límite a un nacionalismo insaciable, el valor de marca del PSOE terminará rediciéndose a un solo digito. Alguno de sus lideres lo advierte, porque tienen presente los ejemplos en Europa que lo prueban.