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¿Qué papel de la Unión Europea en Oriente Medio?

La guerra en Gaza, provocada por los atentados de Hamas, han puesto en evidencia la nula trascendencia de la diplomacia de la UE, apenas inexistente o insensible.
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La guerra en Gaza, provocada por los atentados de Hamas, han puesto en evidencia la nula trascendencia de la diplomacia de la UE, apenas inexistente o insensible.

· El 24 de febrero de 2022 los tanques rusos cruzaron la frontera con Ucrania

miércoles 08 de noviembre de 2023, 09:43h

Los estrategas militares habían convencido a Putin de la supuesta debilidad y flaqueza de la administración de Kiev y de la escasa resiliencia de la sociedad. Un fatídico error de cálculo que desvirtuó la que debía haber sido una operación relámpago en una guerra en pleno corazón de Europa. Desde entonces los enfrentamientos bélicos se suceden incesantemente sin que pueda vislumbrarse una solución acordada y pacífica a corto o medio plazo. Los equilibrios geopolíticos tambalearon y las grandes potencias mundiales se vieron en la obligación de tomar partido. La alienación del oligarca petersburgués jorobó tanto a China, el gigante asiático por antonomasia, como al gobierno estadounidense. Ambos se encuentran inmersos en una disputa económica que, según el analista Mattia Zangrossi de BNP Paribas, “condicionará el expansionismo financiero de la siguiente década”.

Pero la escalada bélica posibilitó a la Unión Europea (UE) presentarse por primera vez como actor estratégico solvente y creíble. Con la excepción del líder húngaro Viktor Orbán, las restantes fuerzas comunitarias se movieron con rapidez, decisión y al unísono. De inmediato se acordaron las sanciones contra la administración moscovita y no hubo casi discrepancias en la financiación y envío armamentístico, con la penosa excepción del gobierno de España.

La imagen proyectada al exterior fue la de un organismo solvente, alineado con el derecho internacional y que exhibía músculo diplomático gracias a la coordinación entre la presidenta Ursula von der Leyden y el alto representante Josep Borrell. Algunos estados mostraron su inconformidad con la respuesta europea, pero los veintisiete remaban de común acuerdo.

Una sincronía derrumbada como castillo de naipes a raíz del conflicto en Oriente Medio. El historial de los países europeos sobre un asunto tan complicado es de continuas disconformidades. Una cacofonía que no debería sorprender en exceso, la rivalidad entre Palestina e Israel ha sido tradicionalmente una de las cuestiones de política exterior más controvertidas tanto de la Comunidad como, a posteriori, de la Unión Europea. La brutalidad de los milicianos de Hamás y la infausta y excesiva reacción castrense han generado una parálisis a nivel comunitario y alimentado las divisiones preexistentes. El triste resultado es la falta de cooperación y la constatación de la inexistencia de una política exterior común. Un perjudicial “doble rasero” que nos retrotrae a la invasión de Irak en 2003 y a la consecuente pérdida de credibilidad internacional.

Los vaivenes de algunas potencias sobre la cuestión resultan atronadores. Durante la Guerra Fría estados de la Europa central y oriental, bajo el yugo soviético, optaron por alinearse con el mundo árabe a pesar de que Moscú había sido la primera en reconocer oficialmente al estado de Israel. La guerra de los seis días en 1967 representó el punto de inflexión.

Seguidamente, con la implosión de la Unión Soviética, la Perestroika y abatimiento del muro berlinés en 1989 algunos de ellos, como la actual República Checa, volvieron a respaldar a Israel con el objetivo de ingresar en la Alianza Atlántica y el mismo sistema comunitario. También cabe señalar el viraje de Moscú con una actitud más laxa hacia Tel Aviv permitiendo la emigración de decenas de miles de judíos.

En el flanco occidental fue París quién optó por retirar el apoyo a Levi Eshkol y condenar la ocupación de los territorios palestinos después de la derrota siria y egipciana. Las tiranteces entre las dos administraciones duraron hasta la llegada al Eliseo de Nicolás Sarkozy, cómplice el brutal atentado a la revista satírica Charlie Hebdo en 2015 y la dramática toma de rehenes en un supermercado kosher. Bélgica adoptó decisión similares y también en la convulsa Italia, que durante la guerra fría siempre había solidarizado con la causa palestina, se impusieron posiciones más equilibradas.

España, que siempre se ha caracterizado por anteponer los intereses de la población árabe – en abierta discordancia con la administración catalana de Jordi Puyol - realizó un importante gesto simbólico otorgando la nacionalidad a la comunidad sefardí, un reconocimiento de la injusticia perpetrada en 1492 con la expulsión del país. La identificación de Irlanda con la causa palestina es antagónica al proteccionismo de Holanda hacia la importante comunidad hebraica. El sangrante recuerdo del Holocausto obliga a Austria y Alemania a sostener de manera casi indiscriminada a Tel Aviv.

Entristece recordar que el único momento en que los países europeos mostraron unidad y camaradería fue en ocasión de los Acuerdos de Oslo en 1993. El asesinato de Itzhak Rabin por un radical sionista y las intifadas como respuesta al avance de los colonos judíos condenaron esta parte del hemisferio a una inestabilidad crónica.

Tampoco ayudan a reforzar la imagen comunitaria las diferencias de opinión de los mencionados Borrell y von der Leyden. El primero intentó articular una respuesta que condenara firmemente la masacre perpetrada por Hamás y al mismo tiempo amparara a los civiles palestinos del bombardeo y del avance militar israelí. Un complicado equilibrismo desarbolado por el firme apoyo de la presidenta comunitaria a Tel Aviv. En Bruselas la enorme desconfianza entre ambos políticos es un secreto a voces. Una desorganización que condena la Unión Europeo a un progresivo aislamiento avivado a diario por las riñas internas y la incapacidad de concordar una posición común.

Diferencias que, en opinión del historiador Antonio Missiroli, no son “ni fundamentales ni inabarcables”. El necesario protagonismo comunitario en Oriente Medio dependerá de la evolución del conflicto y eventuales ramificaciones. La UE debe contribuir a evitar una conflagración regional que supondría un aumento de los costes energéticos, desplazamiento masivo de refugiados y probablemente ataques terroristas indiscriminados.

El conflicto entre Palestina e Israel no puede solucionarse mediante el uso de tanques, lanzacohetes y ametralladoras. Es re recibo un acuerdo político suscrito por las potencias europeas, estadounidense y en particular las monarquías del Golfo. Las mismas disponen de los recursos necesarios para estabilizar una región que hasta la fecha han contribuido a dividir y perturbar según qué intereses.

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