Falta de tiempo, recursos o procedimientos, pero falta al fin y al cabo.
Falta implicación, lealtad y honestidad, en definitiva valores que nos definen porque si no digo nada, no contesto, no escribo, no aviso, ni informo, no pasa nada... ¿Verdad?
No acudir a un puesto de trabajo ya cerrado como vacante supone reiniciar todos los procesos de selección llevados a cabo además de la repetición de un trabajo que se creía ya finalizado con pérdida de recursos personales, económicos y ante todo, una falta de productividad. Entonces, algo tuvo que fallar en alguna parte del proceso, ¿no?
Quizá un procedimiento poco transparente y poco comunicativo. Quizá el puesto era de poca cualificación o de condiciones precarias cuya oferta no resultaba muy atrayente.
O a lo mejor el trabajador, ha sentido que actuaba como tantas veces se han comportado con él, desapareciendo en algún punto del proceso, y la vida siguió igual...
Quizá no se eligió bien a la persona sin tener en cuenta sus valores o principios y solo se tuvieron en cuenta determinados requisitos. O tal vez, nada de todo esto...
Las cosas suceden y cada vez las normalizamos más, pero sería conveniente hacer análisis y autocrítica en ambos sentidos.
Estamos cansados de oír que falta comunicación por parte de las empresas, pero no es solamente eso. Es falta de atención, empatía, escucha. Falta una búsqueda de talento real, sin sesgos, ni edadismo, valorando a la persona en su globalidad (conocimientos y habilidades, lo que tiene y lo que puede aportar), apostando por candidatos de experiencia contrastada y en jóvenes que quieren aprender y están comenzando.
¿Cuántas respuestas se reciben a envíos de CV?
¿Cuántos feedback que aporten y enriquezcan se dan?
¿Cuántos CV son rechazados en las primeras preguntas filtro y no se recibe el motivo de descarte?
¿Cuántos agradecimientos por el tiempo y la dedicación se dan a los candidatos?
La falta de compromiso, de respuesta o implicación sucede en ambas partes, tanto en empresas como trabajadores, pero en los dos parece que poco importa la marca, la reputación o la trascendencia de nuestras acciones. Nos mueve el propio deseo de satisfacción y cuanto más inmediata, mejor.
Una situación real como el edadismo en la que no es que se sufra el “ghosting”, es que es la tónica general de la búsqueda de empleo porque el candidato parece invisible. No es desaparición, es inexistencia.
No se presta atención al que llama a nuestra puerta, ni al que envía cientos de CV, ni al que deja sus datos en todos los portales de empleo. Abunda la falta de respuesta y comunicación, pero no es justificable actuar igual.
Esta situación de desaparecer no sucede solo en procesos de selección, vacantes, trabajadores o servicios gratuitos. Cuántas veces escribimos mails, pedimos información, enviamos propuestas, etc., sobre alguna cuestión a clientes o proveedores, y no recibimos contestación. Cuántas veces escribimos un mensaje tan incompleto y tan escueto que genera malentendidos, varios mensajes más con explicaciones que van complementando el inicial o que directamente no se gestionan porque no se les da importancia o no son entendidos.
¿Cuánta información queda en el aire por no hacer una comunicación efectiva?
Comunicación que no es lo mismo que envío de información neutra e impersonal al candidato como mensajes automáticos de recepción, agradecimiento o resolución de la vacante. ¿Hasta cuando la falta de personalización?
Tratar bien al candidato puede ser un reflejo de cómo la empresa cuida al trabajador. Si esta forma de actuar no se ve mejorada y no existe la preocupación de revertir situaciones de este tipo, la rotación, la movilidad o el “ghosting” seguirán produciéndose cada vez más y en cualquier ámbito o proceso.
Si el “ghosting” hace tanto daño a unos y a otros, ¿por qué se sigue produciendo?