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La economía de Israel, el talón de Aquiles de la ofensiva de Netanyahu

· La capacidad de Tel Aviv para sostener la contienda bélica a largo plazo no es ilimitada

sábado 12 de octubre de 2024, 07:19h
El primer ministro israelí, Benjamin Netanyahu.
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El primer ministro israelí, Benjamin Netanyahu.
Mientras crece la incertidumbre, el gasto militar se ha disparado, los turistas han desaparecido y aumenta el déficit. La startup nation ha sufrido la desaceleración de su locomotora tecnológica. Y la respuesta del Gobierno no parece estar a la altura. El 6 de octubre Herzi Halevi, jefe de Estado Mayor del ejército de Israel, envió un nítido mensaje a sus subordinados: “la guerra que estamos librando será larga y no dependerá únicamente de nuestras posibilidades castrenses, sino también de la fuerza de voluntad y la perseverancia”. Pero una dilatada confrontación y su intensidad representan variables que reducirán la capacidad de las IDF para hacer frente al enemigo de manera sostenible. De hecho, el alargamiento del despliegue militar obligará al Gobierno conservador a adaptar la estructura financiera del país a una economía de guerra haciendo peligrar los márgenes de crecimientos futuros.

El paralelismo con el conflicto entre Rusia y Ucrania faculta comprender los riesgos a los que se enfrenta Benjamín Netanyahu. En un lado del cuadrilátero encontramos una superpotencia energética con elevadísimos índices de desigualdad y pobreza agravados por las sanciones occidentales, mientras que en el otro una economía avanzada que depende de la producción y de la exportación de bienes tecnológicos de alto valor adquisitivo. Durante el bienio 2021-2022 fueron los temores de una invasión orquestada desde Moscú y la avanzada de los tanques hacia Kiev a ocasionar un aumento de los precios del gas, del petróleo, de los alimentos y de las materias primas a nivel global.

Pese a los vaticinios, la economía del Kremlin no se ha resentido. Fíjense que en la década 2010-2019 la comercialización de hidrocarburos aportaba unos 170 mil millones de dólares anuales. Sólo en 2022 tal cuantía se incrementó más del doble, alcanzando los 370 mil millones. Estos ingresos resultaron esenciales para que Vladimir Putin siguiera financiando el desempeño bélico. Como justamente señala la académica Fiona Hill, ex asesora de Donald Trump, “en una época en la que los combustibles fósiles todavía dominan el mundo, las sanciones reducen, pero no evitan, los efectos inflacionarios de la guerra” sobre el presupuesto ruso.

Un escenario completamente distinto al israelí. Basándonos en las estimaciones del Fondo Monetario Internacional (FMI) de abril de 2024 el crecimiento económico de Tel Aviv se redujo un 3% respecto al año anterior, o sea en un contexto ajeno a cualquier enfrenamiento bélico. Esto significa que, incluso con un aumento de población, el Producto Interior Bruto (PIB) per cápita ha sufrido una ligera pero relevante contracción. Afortunadamente el colapso no ha sido el esperado. Inicialmente reputados analistas financieros calculaban que la economía israelí podría reducirse del 10% en un semestre. Pero al incrementarse el gasto público, el déficit nacional se ha disparado hasta el 8% y la deuda pública se incrementó desde el 57% del PIL hasta el 67%. Señales alarmantes.

La agencia de calificación Standard & Poor’s ha revisado a la baja su calificación de la deuda israelí (desde AA- a A), mientras que Moody’s ha aplicado un severo correctivo (desde A1 a Baa1, al borde del bono basura). En mayo el Banco de Israel en un informe público estimó que los costes derivados de la guerra en 2024 alcanzarían los 66 mil millones de dólares, equivalente al 12% del PIB. Una cifra de por sí elevada y destinada a aumentar por la extensión de las operaciones castrenses en Líbano.

Asimismo, el Institute for National Securiry Studies (INSS), prestigioso think tank con sede en Tel Aviv, en su memorándum de agosto tasaba el impacto de la guerra sobre la economía israelí según tres variables: el prolongarse del conflicto a niveles similares a los de Gaza, un alto el fuego o una escalada con operaciones a larga escala en la franja norte como realmente ocurrió. El tercer escenario, según los analistas del INSS, ocasionará una ulterior contracción del PIB en 2025, con una deuda pública del 85% y una drástica reducción de inversiones extranjeras.

Tres son los factores que más inciden en la depauperación económica. En primer lugar la deslocalización de mano de obra hacia la industria bélica. Si bien la guerra contribuye a la actividad financiera - Rusia docet con la reconversión del tejido industrial para satisfacer las necesidades castrenses - un país desarrollado como Israel con una parte significativa de su población empleada en sectores de elevado valor adquisitivo no puede evitar una contracción del PIB. También influye la cambiante percepción de Tel Aviv en el exterior. La imagen de una economía abierta y de una sociedad democrática ha empeorado por la de un Estado en guerra permanente, con evidentes riesgos adicionales para multinacionales tecnológicas que busquen un usufructo de las inversiones.

Last but not least, está aumentando la posibilidad de que las nuevas generaciones emigren. Trátense de asalariados con excelente formación académica que serían bien recibidos por las grandes multinacionales con sede en Silicon Valley o Cupertino. Al respecto se aconseja la lectura del interesantísimo reportaje de los periodistas Sal Emergui y Cinta Fosch aparecido en El Mundo el pasado 26 de agosto.

Conocer la historia tiene efectos pedagógicos. La guerra del Yom Kipur en 1973 arrojó a Israel a una “década perdida”, afirma el historiador Ilan Pappé. La reasignación de activos de la economía civil hacia el sector bélico ocasionó un enorme daño que pudo sanearse con el plan de recuperación económica de 1985. Las cifras de entonces son similares a las actuales. Desde la matanza del 7 de Octubre de 2023 el gasto en defensa ha alcanzado el 9% del PIB, una cuantía importante si bien inferior al 30% de 1975. Pero la última vez que la deuda superó el 85% fue en 2003, durante la segunda intifada. Entonces se tardó diez años en volver al umbral sostenible del 60%.

Israel no es el mismo que hace setenta años. En septiembre del año pasado los datos eran significativamente mejores, con una economía floreciente y diversificada. Pero la cultura occidental se fundamenta en el estado del bienestar. Y la aceptabilidad de una recesión, aunque por razones bélicas, es prácticamente inviable en una sociedad democrática. Si el trabajador formado tiene más posibilidades de abandonar el país, aquellos que más se significan a favor del despliegue de las tropas en Líbano son los judíos ultraortodoxos, que no desempeñan ninguna actividad laboral.

Fleur Hassan, vicealcaldesa de Jerusalén y representantes de Exteriores de Israel, en una entrevista con Gonzalo Araluce de Voz Populi hacía hincapié en un problema “de difícil solución (…). El Gobierno les subvenciona para que estudien, pero no van al ejército y tampoco trabajan”. La economía es la gran perjudicada, “hay un 15% de población ultraortodoxa, una cifra que crecerá en los próximos años (…) y este país no puede sostener” a quienes “no aportan mano de obra y además pretenden separarse del resto de la población. (…)”.

Los expertos llevan un año advirtiendo al Gobierno de “Bibi” de que la ampliación del conflicto podría volverse insostenible desde el prisma financiero. Pero con la excepción de la citada gibraltareña – Fleur Hassan nación en el Peñón en 1972 y es hija del ex ministro principal Joshua – la clase política israelí aún no parece dispuesta a tomar en serio sus opiniones.

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