Cuando se compite con uno mismo entramos en conflicto y en este caso al tener el partido un plazo finito hay dos posibles formas temporales de terminar el desencuentro, la de ganar o la de perder; y a su vez al tener el terreno de juego una extensión infinita hay dos imposibles maneras espaciales de prorrogar el encuentro, la de la plena insatisfacción o la de la plena satisfacción.
Ganar quedándote insatisfecho se produce cuando por un lado obtienes alguna deseada cosa, pero por otra parte a cambio también pierdes algo a lo que te une un gran apego, lo que es poco placentero y muy habitual; y cuando la ocasión permite solo entregar algo para no ganar nada, no pierdes del todo si de lo que te desprendes el vínculo existente permite practicar el desapego y por ello al hacerlo en el paladar te queda un extraño regusto de satisfacción, algo que es placentero por inhabitual.
Mido la generosidad tanto en las personas que me quieren como en las cosas que quiero. En las primeras no lo hago por lo que me dan, pues recibo de todas ellas mucho más de lo que merezco, lo hago por la altura de su respeto y apoyo a mi reprobable egoísmo en términos de mi caprichosa libertad; y en las segundas no lo hago por su utilidad, pues en todas la encuentro sobradamente, lo hago por el grado de facilidad que me proporcionan para practicar sin limitaciones mi egoísta desapego para con ellas.
Con el pasar del tiempo por mi cuerpo, lo que se conoce como envejecer, cada vez más creo que solo realmente “Vence”, con mayúscula, quien por encima de todo ejerce la máxima generosidad, esa que consiste en amar con plena dedicación y entrega incluso el egoísta egoísmo del ser querido, sin plantearse la existencia de una sola duda ni un solo “pero” en ello; y como encontrar seres con tal voluntad de desprendimiento no es precisamente fácil la Sabia Naturaleza, al no hallarlos tras mucho buscar, tuvo que recurrir a inventar la figura de la “madre”. Y con ello, tras su enfado por el agotamiento nacido de crear tan perfecto invento, con su innato natural humor si no a todos los seres vivos permite llegar a serlo, decidió esa misma Madre Naturaleza obligarnos a todos sin excepción, incluso a las que lo son, también a tener una.
Asumir tu responsabilidad y por prudencia haber tenido en cuenta con anticipación los efectos para aquella en el cálculo de tus probabilidades con la finalidad de minimizar los perjuicios propios y ajenos, es lo que diferencia al que es de fiar del que no es confiable; siempre recuerdo a aquel impostado maestro del piano que presumía de haber sido en una vida anterior un guerrero famoso, y cuando tocaba “Para Elisa” y por el desafino interpretativo a su auditorio le dolían los oídos, se justificaba diciendo que la culpa la tenía toda el amigo Ludwig que no la había compuesto del todo bien, al no ser lo suficientemente sordo como lo era él.
Todos los hechos vividos a través de las emociones que nos generan de alguna manera nos cambian, y de esa forma por la vía de la experiencia no dejamos de construirnos o destruirnos para en la esencia que nos debe sostener toda la vida seguir siendo hasta el último aliento nosotros mismos, siempre identificables para los otros por vernos directamente a través de sus subjetivos ojos, y de vez en cuando también reconocibles indirectamente para nosotros mismos al precisar del espejo para observarnos a través de nuestras no objetivas pupilas.
Solo realmente se es vencedor, ahora con minúscula, en el combate que todos debemos obligatoriamente disputar cada día, cuando al terminar la jornada y realizar la obligada comparación que toca hacer cada noche antes de dormir “tú versión 2.0 de hoy” supera a “tú versión 2.0 de ayer”.
Y se es derrotado cuando te juras, y lo que es peor, juras a los demás después de cometer un nuevo error, otro más, que ya por fin has madurado; cuando la puñetera verdad, y lo sabes de sobra, es que inmediatamente a continuación de haberlo prometido por más que lo intentes no podrás dejar de seguir repitiendo el mismo patrón cada vez que te veas en la misma situación. Cuando se carece de voluntad, todo depende solo de la ocasión, por tal motivo el rechazo lo produce mayormente el sujeto y no el objeto.
Por eso, más vale pronto aprender que cuando tras la derrota que antes o después a todos nos llega, y para sobrevivir te ves obligado a partir y tienes que hacer la maleta, la diferencia entre lo que se quiere y lo que se necesita está en lo que se puede cargar a la espalda sin que ello te impida, precisamente gracias a su ausencia, seguir andando un buen trecho hacia el más allá, donde si por un casual finalmente lo alcanzas, para la eternidad habrás ciertamente vencido y te habrás ganado el derecho pleno, por fin ahora si, a que te apoden “ludwig” palabra alemana que sencillamente significa famoso guerrero.