Pues bien, parece que en estos días nadie se puede resistir a dar su opinión sobre el gran apagón eléctrico. Pero después de las “explicaciones” de nuestro excelso presidente, creo que sí que tengo algo que manifestar. Empezaré por decir que las cosas no pasan porque sí. Son ya muchos años desde la fatídica apuesta de Zapatero por las energías renovables a unos costes infinitos y que provocó pleitos de todo tipo cuando se vio que era imposible mantener los compromisos estatales con los inversores y operadores. Pero la semilla ya estaba plantada y en cuanto los medioambientalistas radicales volvieron a conseguir el poder con Sánchez, en vez de una taza tuvimos taza y media de ecologismo ideológico.
De nada ha servido decirles que el mix energético no puede ser negociable. Las renovables funcionan cuando hay viento (eólicas) o sol (fotovoltaicas). Pero las que dan una energía permanente son las nucleares, las centrales de ciclo combinado (gas) y las hidroeléctricas, estas últimas con variación según la época del año. Por tanto, no se puede pensar en un futuro sólo de renovables, a pesar de las aseveraciones chamánicas. Hay que definir ese mix, por ejemplo, 10/15% de nuclear, 15/20% de gas, 20/25% de hidroeléctrica y el resto (40/45%) de renovables. De esa manera, cuando no haya viento o sol, el sistema seguirá permanentemente abastecido por el resto de energías.
En paralelo, habría que renovar el parque nuclear. En la actualidad, en Francia hay 54 generadores nucleares, muchos de ellos de nueva generación, más pequeños y seguros, con los que nuestros vecinos tienen asegurada una energía limpia y barata, que luego nos venden a España con pingües beneficios y que, además, en el hipotético caso de un accidente nuclear, la nube tóxica nos llegaría a nosotros sí o sí, es decir, tenemos los inconvenientes de energía más cara y el mismo riesgo que los franceses en caso de accidente. Una estrategia estupenda por parte de nuestros próceres políticos.
Por último, tendremos de una vez que eliminar la “excepción ibérica”, es decir, eso de estar apenas conectados con el resto de las redes europeas. El riesgo de apagón es mucho mayor cuando estás aislado que cuando tus vecinos pueden bombear rápidamente la energía que precisas. Ello, junto con actualizar la tecnología en materia de acumuladores serviría para alejar la posibilidad de tener un apagón como el que tuvimos.
Pero el gobierno no se preocupa de estas cosas. Ahora está dedicado a la caza y captura de culpables, por ejemplo, las compañías eléctricas, con el único objetivo de encontrar un chivo expiatorio con el que eludir su clara responsabilidad en este apagón. Incluso nuestro experto presidente, en su primera intervención tras el apagón, ha calificado a Redeia como una empresa “privada”, cuando tiene una participación significativa en el capital y pone a su presidente y consejeros a su conveniencia.
Es hora de que dejemos de hacer tanto caso a crías suecas que dicen que no hay planeta B, pero son de familia acomodada y cuando llegan a su casa, entran en su habitación y siempre pueden encender la luz y ver su serie favorita en streaming. Entre otras cosas porque, para poder hacer eso, tiene que haber energía en sus diferentes modalidades, y si no usamos el petróleo, el gas o la energía nuclear, difícilmente podremos mantener nuestro estilo de vida.
Los radicales dogmáticos defensores del medio ambiente no son conscientes del daño que hacen al desarrollo de la sociedad con su ideología extrema. Recordemos que hace años querían sacrificar a las vacas de las granjas porque echaban demasiado carbono a la atmósfera con sus ventosidades. Pensemos en la época del Jurásico, con la tierra llena de diplodocus y brontosaurios que no hacían más que comer hierba. Cada ventosidad de uno de esos animales probablemente equivaldría a las de cien vacas y misteriosamente la vida en la tierra continuó sin problemas.
Pensemos también en las últimas cuatro glaciaciones que han ocurrido cada diez mil años, llevando la Tierra a temperaturas veinticinco grados por debajo de las actuales. Han pasado ya diez mil años desde la última ¿Quién nos dice que no estaremos dentro de cinco años a una temperatura media de cero grados y que ello supondría la muerte por frío e inanición de la mitad de la población humana actual?
A estos ideólogos sin mucho conocimiento también habría que decirles que hasta el simple vapor de agua produce también gases de efecto invernadero y sin agua no podemos vivir. La naturaleza es sabia y tiene sus mecanismos de adaptación al medio. Es cierto que los seres humanos podemos alterar parcialmente estos mecanismos, pero no de una forma definitiva cargándonos el planeta como dicen los radicales en su discurso exacerbado.
No estoy negando la influencia de los seres humanos en el cambio climático, y sé que, por supuesto, tiene costes para la sociedad. Precisamente, en el año 2013, publiqué como coautor un libro sobre el coste que tendría el cambio climático para España, en el que se establecía un modelo econométrico para evaluar el gasto que supondría el cambio climático para España en los años siguientes. Tres años después también codirigí una tesis doctoral sobre los efectos del cambio climático en la economía y en la sociedad.
Por tanto, no es un tema que me sea ajeno. Como siempre, la pregunta es ¿qué podemos hacer? Pues, por ejemplo, se puede actuar contra la preocupante sábana de plásticos de kilómetros de ancho que hay en los mares del sudeste asiático y que llevará siglos conseguir que se degrade. Eso es mucho más grave que el carbono que echan las fábricas a la atmósfera o los residuos que dejan las centrales nucleares, a los cuales habría que buscar una solución, almacenándolos con la seguridad necesaria, hasta que se encuentre una solución para su eliminación.
En cuanto al deshielo del agua de los polos, que hay quien prevé que incluso hagan desaparecer algunas islas del Océano Pacífico, lo cierto es que las subidas y bajadas del nivel del mar forman parte de la geología de la Tierra. Se han descubierto restos de civilizaciones de hace miles de años sumergidas bajo el mar, probablemente por efecto del deshielo de la última glaciación. Eso no es algo que podamos resolver, simplemente forma parte del concepto de vida en la Tierra. Si sube el nivel del mar, haremos nuestras viviendas un poco más arriba y ya está.
Aparte de esto, quién nos dice que los saudíes no son capaces, con su enorme capacidad financiera, de instalar enormes plantas desalinizadoras con las que bombear el agua hacia sus desiertos y convertirlos en vergeles, rebajando el nivel de las aguas marinas. O quién nos dice que dentro de veinticinco años no tendrán los chinos la tecnología necesaria para enterrar los residuos nucleares en un cráter de la cara oculta de la luna.
En fin, en los próximos días, seguro que sale nuestro presidente dándonos las soluciones “verdes” que le han sugerido sus chamanes medioambientales. Esperemos que no sean como las que podrían expresar los humoristas en sus viñetas, en las que se viera a Pedro Sánchez pidiendo a Zeus que desde el Olimpo nos ilumine con sus rayos mientras que su amigo Oscar López le dice “que así no se hace Pedro”.
A lo mejor, lo que habría que hacer es formar un equipo de profesionales del sector eléctrico que elaborara un libro blanco sobre el futuro energético de España para los próximos veinticinco años, indicándo las reformas que habría que hacer, fueran verdes o no, y luego hasta hacerles caso. Si, además, pusiéramos a presidir Redeia a un ingeniero con experiencia en redes eléctricas, aunque no sea amigo, en lugar de una registradora de la propiedad, puede que las cosas fueran algo mejor.