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Pedro Sánchez: la mentira como arma política

Pedro Sánchez: la mentira como arma política
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· Por J. Nicolás Ferrando, director de Artelibro Editorial

martes 01 de julio de 2025, 08:16h
La mentira, la ocultación de información, la tergiversación y el secretismo han estado siempre presentes en la vida pública de cualquier sociedad organizada. No se trata de un fenómeno nuevo, aunque mucho me temo que en España estamos asistiendo en los últimos tiempos a un exceso de falacias procedentes de un Gobierno a la defensiva, carente, a mi juicio, de las mínimas condiciones para mantenerse en el poder. Ya en el Renacimiento, Maquiavelo, en El Príncipe, dejó plasmado un auténtico compendio de justificaciones filosóficas para el uso del engaño por parte de los gobernantes. Según el florentino, el fin político puede justificar medios cuestionables, incluido el falseamiento de la verdad. La historia está repleta de ejemplos: Napoleón manejó la propaganda como arma de guerra, mientras que regímenes totalitarios del siglo XX elevaron la mentira a instrumento sistemático de control social.

Hoy, la mentira política ha adquirido nuevas dimensiones gracias a la velocidad de las redes sociales y a la multiplicación de canales informativos. En este contexto, el Gobierno de Pedro Sánchez se ha convertido, a juicio de muchos analistas, en un caso paradigmático de utilización de la mentira y la manipulación como herramientas de supervivencia política.

Basta repasar algunas hemerotecas para advertir contradicciones flagrantes. Pedro Sánchez aseguró en campaña electoral que jamás pactaría con fuerzas independentistas ni con partidos como Bildu. Sin embargo, la realidad parlamentaria ha desmontado esas promesas. También hubo compromisos firmes respecto a no promover una ley de amnistía que, sin embargo, se ha convertido en pieza clave de su estrategia de permanencia en La Moncloa.

Estas prácticas, más allá de las simpatías o antipatías ideológicas, erosionan profundamente la confianza de los ciudadanos en las instituciones. La democracia no puede sostenerse si la palabra de sus gobernantes se convierte en papel mojado. La polarización se acentúa, el debate público se encona y los ciudadanos terminan instalados en la desconfianza o en la indiferencia.

Ayer, sin embargo, el ingreso en prisión provisional de Santos Cerdán, hasta hace apenas quince días persona de máxima confianza de Pedro Sánchez en el partido, ha supuesto cruzar una línea roja difícil de reconducir. Hace solo un mes, el propio presidente le expresaba públicamente su respaldo, denunciando supuestos “ultraderechistas disfrazados de periodistas” y asegurando que aquello “no iba de partidos, sino de derechos”. Resulta casi motivo de sonrojo, si no fuera porque se trata del presidente de la cuarta economía del euro quien firma esas palabras.

Si el presidente del Gobierno conocía los presuntos enredos delictivos de Cerdán, muchos se preguntan si no sería, en realidad, el número uno de la trama corrupta. Si, por el contrario, nada sabía, cabe interrogarse sobre en qué lugar queda su responsabilidad “in vigilando”, máxime cuando sus dos últimos secretarios de Organización están hoy salpicados por gravísimos escándalos. Basta recordar las críticas que en su día recayeron sobre Esperanza Aguirre en una situación comparable.

Cada vez somos más los ciudadanos que asistimos, impávidos, al fin de un ciclo. Ya no creemos en las mentiras, los embustes, las medias verdades ni en el juego de trileros de Pedro Sánchez. Ya no surte efecto el eterno “¡que viene el lobo!” en referencia a la extrema derecha, ni la idea de que él representa un mal menor. Alguien de su misma formación política dijo una vez: “nos merecemos un gobierno que no nos mienta”. Debería aplicarse el cuento.

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