El Camino de Santiago, lo he explicado a lo largo de esos 19 artículos escritos en esos 19 días empleados en realizar los 780 kilómetros que separan Sant Jean de Santiago, no es nada más, ni nada menos, que la palpable y peligrosa demostración de que nuestra vida puede ser distinta, mucho más sencilla, completa, armónica y feliz, amen de menos traumática y costosa, alejada de odios y envidias cotidianas. Es un trayecto durante el cual te enfrentas a ti mismo y terminas por conocerte mucho mejor. Un periodo en el que la desconexión de esa realidad impuesta es tan brutal, que llegas a cogerle miedo y cariño a partes iguales.
El apóstol me ha venido acompañando durante todo el recorrido. A lo largo de esas casi tres semanas lo supe con claridad en diferentes momentos, sobre todo cuando las heridas en los pies me llevaron a pensar que sería imposible seguir. Muchos de mis asiduos seguidores criticaban la cantidad de kilómetros que recorría a diario. Hoy confirmo que, de no haber sido así, es muy probable que no hubiera podio llegar hasta la plaza del Obradoiro, el fuego me lo habría impedido, como a decenas de peregrinos, algunos de los cuales tuve el honor de conocer y compartir con ellos. Un fuego al que por momentos sentí su aliento. Tanto en Villafranca del Bierzo, donde el color del cielo, la llegada de las cenizas y el olor incesante, hicieron presagiar lo peor, como en Melide, donde con un leve salto podría haber tocado la panza de las decenas de helicópteros e hidroaviones que sobrevolaban la zona, intentando apaciguar la virulencia de sendos incendios a ambos lados de mi trayectoria.
Unos fuegos que vuelven a poner el acento sobre la vergonzosa y desvergonzada, que no es lo mismo, actitud de nuestra clase política en general y sin excepción. Me pongo en la piel de los miles de españoles que han perdido todo y no imagino que pensarían viéndoles discutir sobre lo que deberían haber hecho unos y otros. Es tan criminal como maravilloso certificar como la otra España, la del resto de españoles, sigue funcionando a la perfección. Vemos la competencia de los efectivos que se dejan la piel y la solidaridad de las regiones por ayudar allí donde haga falta, tal y como sucedió hace ahora 10 meses en la dana de Valencia. Es la España que nos hace sentirnos orgullosos, que nos pone la piel de punta y la que permite pensar que todavía queda un rayo de esperanza. No creo que tardemos demasiado tiempo en preguntarnos colectivamente para que nos sirve la clase política.
Las autonomías son entes absolutamente fracasados. Empezando por esas que son privilegiadas en sus fueros económicos, como Navarra y Vascongadas, esas otras que sueñan en partir la nación como la Cataluña independentista y los bilduetarras del País Vasco, y terminando por la unión del conjunto, que no han servido para nada más que no sea dividir en 17 parcelas segmentos como la sanidad, la justicia, la educación o la seguridad, elementos que jamás deberían haber corrido ese camino que ahora lamentamos todos. Por no hablar de la sangría económica que suponen, convertidas en máquinas de colocación y creación de chiringuitos sin fin, lastre económico que ha redundado en una administración elefantiásica, endeudadas hasta el tuétanos y que por contra, son las que mejor remuneran a sus paniaguados trabajadores, mucho mejor que ningún trabajador por cuenta privada.
Pero la clave que de manera más gráfica pone en evidencia este despropósito, es el que se ha puesto de manifiesto durante la propagación ingente de estos fuegos que han asolado el noroeste de España: comunidades autónomas y gobierno central echándose las culpas unos a otros sobre la responsabilidad en la extinción. Demencial. Insisto, no tardaremos mucho tiempo en preguntarnos para que nos sirven.
Termino recordando que llevamos varios años seguidos de máxima recaudación fiscal, porque muchos se preguntan donde están esas brutales cantidades recaudadas, gracias a la esquilmación que se hace de nuestros bolsillos. La deuda cada día es mayor, las administraciones cada vez funcionan peor, la inversión en extinción ya la hemos visto, la eficacia de los transportes la comprobamos a diario... Y ese larguísimo etcétera de incomprensiones que nos conducen a ese laberinto de interrogantes sin respuesta. Toca espabilar. Mientras eso llega, disfruten lo votado.