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Cervantes, en buen lugar

· Por J. Nicolás Ferrando, director de Artelibro Editorial

Cervantes, en buen lugar
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Una de las grandezas de Miguel de Cervantes, padre de nuestra lengua, es que en su paso a la posteridad nos legó su magna obra, una de las más leídas en el mundo. Sin embargo, de él poco sabemos a ciencia cierta, lo que ha dado rienda suelta a historiadores, literatos, dramaturgos, novelistas, documentalistas y cineastas a imaginar algunos aspectos de su vida. Y es algo que irremediablemente seguiremos haciendo. Es, ciertamente, lo que realiza Alejandro Amenábar en El Cautivo, manteniendo intacta la dignidad de Cervantes mientras recrea uno de los episodios más intensos y decisivos de su vida: los años de prisión en Argel, tras haber caído prisionero de los corsarios en 1575. El cineasta, lejos de traicionar la memoria del escritor, logra acercar al espectador al hombre de carne y hueso, al soldado herido en Lepanto, al prisionero que nunca perdió la esperanza de la libertad y que supo transformar el sufrimiento en materia literaria.

La puesta en escena es fantástica: logra transportarnos al Argel del siglo XVI, más allá de la veracidad histórica o no del guion. La película tiene todos los ingredientes para atrapar al espectador: amor, sexo, traición, cuestiones religiosas, miserias humanas, juegos de poder e incluso algo de sangre. Cumple con creces esa mágica función del cine que tanto agradezco: hacerte olvidar de todo durante algo más de dos horas.

Es difícil entender algunas maliciosas críticas a esta película. Quizás respondan a esa idea trasnochada que un régimen no democrático quiso imponer durante casi cuarenta años en este país: que la figura del autor de El Quijote es intocable, una suerte de beato nacional. No es bueno, en ningún ámbito, endiosar a nuestros héroes literarios, porque si han destacado y pasado a la historia es precisamente porque entendieron la humanidad mejor que muchos de sus contemporáneos. De hecho, creo que es un ejercicio de hipocresía hacerlo. Y hablando de hipocresía, el papel secundario de Fernando Tejero de un cura inquisidor es fenomenal.

Considero que esta película lo humaniza, porque lo presenta, ante todo, como lo que fue: un contador de historias que trascienden el tiempo y el espacio, y que siguen iluminando nuestro presente. Cervantes no necesita estatuas de bronce ni discursos solemnes para recordarnos su grandilocuencia; basta con volver a sus páginas y descubrir que en ellas aún late la misma fuerza vital que Amenábar se ha atrevido a llevar a la gran pantalla.

Vaticino que será fascinante seguir especulando sobre si Cervantes fue o no homosexual, mujeriego, jugador, espía, dueño de diversos negocios o cualquier otra cosa que hoy intentemos adivinar, además de lo que con certeza sabemos que fue: escritor, soldado, cautivo y recaudador de impuestos. Al fin y al cabo, esas incógnitas forman parte de su misterio y contribuyen a mantenerlo vivo, cercano y abierto a nuevas interpretaciones. Lo que realmente importa es que, más allá de los datos biográficos que nunca conoceremos del todo, nos dejó una obra inmortal que nos enseña a mirar la realidad con ironía, compasión y valentía.

A El Cautivo, de Amenábar, le auguro un largo recorrido, éxito e incluso premios. Sobre todo, porque Miguel de Cervantes queda en muy buen lugar, a pesar de lo que digan algunos falsos puristas. Cuatro siglos después, su figura sigue interpelándonos con una fuerza intacta y colosal. El autor de El Quijote encarna la resistencia, el ingenio frente a la adversidad y la convicción de que la palabra puede abrir caminos allí donde la realidad se empeña en cerrarlos. Y eso, más allá del mito, es lo que lo hace eterno.

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