Sin embargo, me llamó poderosamente la atención una de las observaciones que compartió en una breve entrevista que le hicimos. Recalcó que “2025 es el centenario de Ana María Matute, pero también es el centenario de Carmen Martín Gaite. Y, de alguna manera, el enorme éxito de Olvidado Rey Gudú ha hecho que el centenario de Matute eclipse el de Martín Gaite. Quiero subrayarlo porque se trata de otra escritora sobresaliente, que reflexionó con lucidez sobre lo que significaba ser mujer en la España franquista”.
Carmen Martín Gaite y Ana María Matute fueron amigas y compartieron muchos valores en su literatura: desde la mirada crítica hacia la sociedad de su tiempo hasta la voluntad de dar voz a la experiencia femenina en un país marcado por la censura de la dictadura. Fueron de las pocas mujeres que alzaron la voz en aquellos años, y se pueden contar con los dedos de una mano. Carmen Laforet abrió el camino con Nada y no quisiera olvidar tampoco a Josefina Aldecoa, cuyo centenario se celebrará en 2026, o de Dolores Medio, autora de Nosotros, los Rivero, una de las novelas sociales más importantes de los años cincuenta.
La obra de Carmen Martín Gaite no ha sido tan reeditada como la de Ana María Matute, y buena parte de ella permanece lamentablemente descatalogada. No obstante, Martín Gaite recibió importantes galardones. En la primavera de 1954 obtuvo el Premio Café Gijón por su novela corta El balneario. Su consolidación como novelista llegó con el Premio Nadal, que ganó en enero de 1957 con su primera novela larga, Entre visillos, donde creó un personaje femenino singular conocido como la “chica rara”. Su segunda novela, Ritmo lento, quedó finalista del Premio Biblioteca Breve de Narrativa de 1962. En 1978 se convirtió en la primera mujer en recibir el Premio Nacional de Literatura —por El cuarto de atrás, publicada en 1977—, galardón que volvió a obtener en 1994 por el conjunto de su obra. Además, en 1988 le fue concedido el Premio Príncipe de Asturias de las Letras.
Carmen Martín Gaite, además, cultivó con brillantez el ensayo histórico y la crítica literaria, consolidándose como una de las voces más sólidas y versátiles de la literatura española del siglo XX. En su proceso creativo diferenciaba tres espacios distintos de satisfacción en la labor literaria.
El primero era el hecho mismo de escribir e investigar: “Una es la de cuando escribes. A mí lo que me gusta es escribir. No manejo el tema hasta que lo tengo bien cogido. Con mis notas, mis apuntes y mi memoria compongo ese tema. Ya sabes cómo aludo en mis textos a coser, a los hilos, a ese quitar y poner las cosas, a componerlas... No contarlo todo de golpe, eso es lo esencial para mantener el interés del lector...”.
El segundo era el juicio de la crítica, que, si se asume con humildad, puede convertirse en aprendizaje: “Otra es la satisfacción de la crítica que se te hace. Las leo y las recibo bien. Unas veces pienso que no se han fijado en algo a lo que yo concedo importancia, pero otras veces veo que los críticos han hecho puntualizaciones que me sorprenden por lo atinadas; a veces notan cosas que yo no veía del mismo modo, y que están bien. De hecho, el libro ya está en manos de los demás. Y es el momento del trabajo de los críticos”.
Y, por último, el veredicto inapelable del lector, al que otorgaba un papel activo: “Otra satisfacción es la que da el lector. Constato que le gusto a bastante gente, no voy a decir otra cosa. Y no me ven como una escritora que haya tirado la toalla, una escritora consagrada. Esta gratificación de la venta, digamos, no lo es en sí misma si uno no está contento consigo mismo. Lo que he hecho lo he hecho lo mejor que he sabido. Con la limitación que tenga en los temas, porque escribo de lo que conozco, y tampoco tengo demasiada tendencia a explicar cómo hago lo que hago. El lector ya lo entenderá. Por eso matizo la realidad, y no doy toda la información de golpe. Me satisface que el lector valore que lea poniendo de su parte”.
Este año del doble centenario nos invita, más allá de comparaciones, a releer a Ana María Matute y a Carmen Martín Gaite en diálogo. Dos escritoras distintas y complementarias que, con sus universos propios, ayudaron a iluminar la vida de las mujeres en la España de la posguerra y dejaron una herencia literaria imprescindible que merece ocupar un lugar central en nuestra memoria cultural.