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El rey emérito, el rey actual y el suicidio lento de una institución

· El rey Juan Carlos ha decidido publicar sus memorias, no como ejercicio de verdad, de autocrítica o de reparación moral, sino como un nuevo ajuste de cuentas: con su familia, con parte de los españoles y, en definitiva, con la propia historia

viernes 19 de diciembre de 2025, 08:52h
El rey emérito, el rey actual y el suicidio lento de una institución
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Un libro que no aporta nada esencialmente nuevo, que no aclara nada verdaderamente relevante y que, lejos de rehabilitar su figura, confirma que estamos ante lo que hoy es: un juguete roto del sistema que él mismo ayudó a construir y a degradar. Porque conviene decirlo ya, sin rodeos y sin complejos: los problemas personales, sentimentales, económicos y éticos del rey emérito han hecho un daño enorme a la institución. No hablamos de simples debilidades humanas. Hablamos de comportamientos que han erosionado la jefatura del Estado, que la han ridiculizado y que han sembrado desconfianza donde debía haber ejemplaridad.

Durante años, los mismos que ahora se rasgan las vestiduras le reían las gracias, le protegían, le tapaban y miraban hacia otro lado. Políticos, periodistas, empresarios y cortesanos mediáticos que hoy fingen sorpresa. Son los mismos que ahora nos intentan vender una versión edulcorada: que lo bueno fue la Transición y que lo malo vino después; que el rey fue ejemplar hasta cierto momento y que luego, misteriosamente, se torció. Una burda mentira.


El gran mito intocable: la Transición

Se ha construido una religión civil en torno a la Transición. Intocable, dogmática, incuestionable. Y quien ose señalar sus sombras es automáticamente tildado de extremista. Pero lo diré con toda claridad: la Transición fue un fracaso estructural, aunque se maquillara como un éxito coyuntural de estabilidad. No se resolvieron los problemas de fondo de España. Se pospusieron. Y hoy los estamos pagando con intereses.

El rey Juan Carlos tuvo un papel importante en aquella etapa, sí. Nadie lo niega. Pero también es verdad que muchos de los vicios del régimen actual nacen de aquel pacto de silencios, de aquellas concesiones sin límites, de aquel miedo permanente al qué dirán. Y de eso, en sus memorias, no habla. Nos habla de agravios personales, de traiciones íntimas, de disputas familiares, pero esconde cuidadosamente el fondo político del desastre.


Y cuando toca el 23-F, vuelve a hacerlo desde la versión cómoda, edulcorada, autoprotegida. Sin entrar en zonas oscuras, sin aclarar qué papeles jugaron realmente algunos actores clave del poder político de entonces. Felipe González incluido. Demasiadas preguntas siguen sin respuesta.

Un exilio que no es exilio

Otro de los grandes engaños repetidos hasta la saciedad: que el rey está “exiliado”. Falso. No existe ninguna ley que le prohíba estar en España. Nadie lo ha condenado. Nadie lo ha desterrado judicialmente. Está fuera por decisión propia, por vergüenza o por imposición familiar, pero no por obligación legal.


Y esto también hay que decirlo con claridad: tras los desplantes, humillaciones y desprecios públicos que ha sufrido por parte de su propio entorno, no parece que Zarzuela tenga especial interés en verle cerca. El relato del sacrificio heroico es otra construcción falsa.

Sus memorias no son las de un hombre injustamente apartado por servir a España. Son las de alguien que no asume responsabilidades, que se justifica y que culpa a todos salvo a sí mismo.

Felipe VI: entre el miedo y la sumisión

Pero si grave ha sido el deterioro causado por el rey emérito, no menos inquietante es la actitud del actual monarca. Felipe VI no ha enderezado el rumbo. No ha marcado un antes y un después real. Ha optado por una estrategia de perfil bajo, de silencio incómodo y, demasiadas veces, de sumisión política.


Su reciente presencia en Guernica, blanqueando el relato del separatismo y de la izquierda, mientras evita sistemáticamente lugares como Paracuellos del Jarama o Cabra —donde la aviación republicana causó una matanza comparable— no es neutralidad institucional: es tomar partido por un relato. El relato del PSOE y de la izquierda.

Felipe VI parece creer que cayendo simpático a la izquierda se garantiza la supervivencia de la institución. Grave error histórico. A la izquierda nunca le bastará ninguna concesión. Nunca perdonará a la Corona su propia existencia. Le pasó a su padre, y le pasará a él.


Mientras tanto, desprecia —o al menos desatiende— a quienes serían los únicos en defender la institución sin complejos. Y eso, a medio plazo, es letal.


Una institución desacreditada

La Corona hoy está dañada por muchos factores:

Por los escándalos sentimentales y económicos del rey emérito.

Por sus amistades peligrosas y relaciones opacas.

Por su conducta personal incompatible con la ejemplaridad.

Pero también por la falta de firmeza del actual monarca en la defensa de España, de su unidad y de su verdad histórica.

Nunca se defiende con claridad la Nación. Siempre se busca contentar a quienes quieren destruirla. Y eso no es neutralidad. Eso es rendición simbólica.


El caso Nóos y el despacho equivocado

La institución también se equivocó gravemente cuando permitió que la infanta Cristina fuera defendida por Miguel Roca, personaje clave del pujolismo, del autonomismo corrupto y del sistema de redes clientelares que ha hecho tanto daño a España. Aquello fue un mensaje devastador: ni siquiera en el momento más crítico se rompía con los vicios del régimen.

Un libro inútil

Estas memorias no rehabilitan a Juan Carlos I. No limpian su legado. No explican lo esencial. Son un ejercicio de vanidad tardía, de victimismo selectivo y de ajuste de cuentas personal. Y llegan cuando su figura ya está irreversiblemente deteriorada ante millones de españoles.


El rey emérito está solo. Y no por una conspiración. Está solo porque antes eligió rodearse de quienes hoy le han abandonado.

Dos errores, una institución en peligro

Juan Carlos I cometió el error de pensar que su figura estaba por encima de todo.

Felipe VI comete el error de creer que agradar al PSOE le salvará.

Ambos se equivocan.

La institución no se tambalea solo por los escándalos de uno. Se debilita también por la tibieza del otro. Y mientras tanto, el Partido Socialista —enemigo histórico de la idea misma de la Corona— avanza sin resistencia real.


El resultado es evidente: una institución desdibujada, sin músculo, sin relato propio y cada vez más expuesta al desgaste total.

Y lo más trágico es que todo esto era perfectamente evitable.

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