Porque así está establecido, la moción de censura ha de ser constructiva. Para que no haya vacío de poder, los legisladores previeron que para echar a un Gobierno hay que acompañar una propuesta de recambio. Por ello, la Moción de Censura no puede pretender sólo echar a un Presidente de Gobierno, además ha de proponer un candidato que lo sustituya. Con ello, la pretensión comporta dos aspectos: Motivación de la censura. Y alternativa con propuesta de sustituto. Esas eran las dos cuestiones que se ventilaban en la Moción de Censura presentada a Mariano Rajoy, o contra Mariano Rajoy. De la primera, la motivación, que es de la que vamos a ocuparnos, se encargó la diputada Irene Montero. De la segunda debería haberse ocupado Pablo Iglesias, aspirante a Presidente de Gobierno para sustituir al censurado. Pero de ésta e Iglesias, por lo que veremos, acaso convenga prescindir. Al menos de momento. Tiempo habrá de ocuparse de ambos en otra ocasión y situación.
Montero fijó la corrupción como motivo principal para desalojar a Rajoy de la Presidencia del Gobierno. Todo el mundo está de acuerdo en que el tufo de corrupción enfanga lo que roza y que no es bueno que los poderes del Estado estén en manos de corruptos. Hasta ahí, todos de acuerdo. Pero Montero empleó algo más de 2 horas para asentar un aserto que no merece discusión. Y para enredar la realidad con hechos no siempre indiscutibles y razones no ontológicas. Con ello desvirtuó la pretensión, la realidad y el motivo. Con voz tranquila y sin aspavientos, podría haber citado hechos en una decena de minutos; advertir los afanes de su grupo en unos segundos; y, con ellos (hechos y afanes), componer una motivación aséptica para someterla a la realidad y a la legalidad nacional en un tiempo prudencial. Con ello, habría logrado la comprensión de todos. Sin embargo, optó por la palabrería, por la reiteración, por un tono irritado, y por usar un tiempo a todas luces excesivo. De esta forma, el motivo, que habría sido aceptado por todos, se convirtió en algo discutible, a veces demagógico, que transformaba las sacudidas de las denuncias reales en simples salvas de fogueo.
Bastó con que Rajoy subiera a la tribuna para: 1.- Con 5 líneas (página 4 del discurso), destrozar lo que Montero había ido elucubrando: ‘estamos ante una moción para derribar al gobierno, que no derribará al gobierno; una moción que atiende al deber moral y cívico, dicen ustedes, de sacar de las instituciones al Partido Popular, pero se conforman con no sacarlo; una iniciativa indispensable para salvar a España, pero que acepta dejarlo todo tal y como estaba’. 2.- Arrasar los excesos verbales con una sentencia de Quevedo’: ‘el exceso es el veneno de la razón’. Y 3.- Definir el acto (página 5 del discurso): ‘Una parodia de censura, un moción de fogueo que no se sabe si es contra el Gobierno, contra el Partido Popular, contra otros partidos, contra el universo mundo o contra todos a la vez’.
Es posible que el punto 1 tenga justificación. Porque se refiere a una moción cuyos fundamentos, por divulgados, podían anticiparse. Pero el punto 2 es ilógico que mente alguna lo prevea. Puede sospecharse la extensión de la intervención con un estudio psíquico o psicológico de la oradora, pero resulta inadmisible que un orador sensato (Rajoy) se aventure a usar una sentencia (la de Quevedo) que alguien ha tenido que buscar para encajar con el discurso (de Montero) algunas horas antes de que se haya confeccionado y pronunciado. Otro tanto puede decirse del punto 3 si no se conoce, a ciencia cierta, cómo Montero (o quien lo haya hecho) ha elaborado el discurso, qué argumentos iba a usar, o cómo se iba a estructurar. Y, más importante, qué efecto iba a tener tras pronunciarse, ya que con cambios de ritmo o modificación de tonos los alcances de la intervención habrían variado.
Se ha dicho que la moción de censura ha sido un ensayo con vistas al futuro; que abre camino a otra próxima y teniendo a otro candidato como aspirante a presidente de Gobierno. Y durante estos días y los que vengan se están empleando y se van a ocupar horas de escritura y lectura, ríos de tinta y flujos de opinión en las noticias que asoman como inmediatas tras la fallida Moción de Censura de Pablo Iglesias o las Salvas de Fogueo de Irene Montero.
Sin embargo, lo ocurrido también puede llevar algo distinto o añadido: Otra cosa, que tiene que ver con la realidad política, con el interés general y particular, con la idiosincrasia de los actores, y con todas las circunstancias que existen, unas conocidas y deducibles y otras desconocidas y absolutamente insospechadas.
Sin ánimo de estar en posesión de la verdad, admitiendo la casualidad y las capacidades premonitorias, telepáticas e intelectuales de los actores como posibles justificantes de hechos incomprensibles, y confiando en la bonhomía y patriotismo de los implicados, hay algo que conviene señalar sobre los dos discursos de Rajoy que facilitó a la prensa la Secretaría de Estado de Comunicación. El primero de 18 páginas y el segundo de 21 corresponden a las contestaciones del Presidente del Gobierno a las intervenciones de Irene Montero y de Pablo Iglesias.
Prescindiendo hoy del segundo (contestación a Iglesias), detengámonos en el primero, con el que Rajoy contestó a la diputada Montero. Fijándonos en su extensión y contenido, parece materialmente imposible que el discurso haga frente intelectualmente, puntualmente y concepto a concepto, a una intervención (la de Montero) que aún no había tenido lugar. Por ello, habremos de concluir que, o bien el Presidente conocía el contenido del discurso de Montero (al menos en esquema) antes de que ésta lo pronunciara; o que ésta se limitó a leer, o a interpretar con grandilocuencia y haciendo los aspavientos que se vieron, un texto (el que pronunció) acomodado a lo que iba a responder Rajoy y que pudieron facilitarle.
Cualquier otra interpretación hay que fiarla a entelequias de credibilidad muy limitada: casualidades, premoniciones, facultades telepáticas, capacidades intelectuales desmedidas... Y otras, más admisibles, y plausibles, que pueden tener cabida en el mundo real: Autoridades ejercidas. Imposiciones. Reparto de roles. Distribución de intereses. Obediencias y servidumbres...
Con todo, se compone una amplia panoplia de posibilidades: censura, salvas de fogueo, u otra cosa.