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EN TORNO AL REFERENDUM DE INDEPENDENCIA DE CATALUÑA

Lo que el artículo 155 se llevó

Lo que el artículo 155 se llevó

· Por Enrique Calvet, eurodiputado del grupo ALDE y presidente de ULIS

sábado 01 de julio de 2017, 10:15h
A medida que se aproxima la tragedia, y cómo era de esperar desde una mínima lucidez, el artículo 155 de nuestra Constitución democrática empieza a ocupar más debate en nuestra ágora. Sin embargo, para algunos que hemos sido defensores de su aplicación desde hace tiempo, desde que parecía ser un natural y legal proceso de gobernación democrática ante gravísimos hechos, puede que ya sea demasiado tarde, incluso para salvar nuestra democracia. El terrible mal está hecho, y muy, muy avanzado. Proponemos aquí ver algunas consecuencias de no haberlo aplicado a tiempo, cuando era de puro sentido común. En primer lugar, la no aplicación del artículo ha fragilizado y restado a nuestra Constitución, credibilidad y solemnidad. La contradicción entre lo que propugna y su efectividad real es tan inmensa y sometida a tal arbitrariedad, que se está convirtiendo en un texto chicle, partidistamente, que no políticamente, utilizado para intereses de parte menores. Lejos queda el respeto que debería servir a un texto, clave de bóveda de nuestra democracia, defensor de los valores que votamos en su momento. Más bien existe la cultura de que es un instrumento para la lucha pequeña, que sólo se aplica en parte y diferentemente, según necesidades del ejecutivo y con la sumisa complicidad del judicial. No tenemos ya ni idea de cuáles son las líneas rojas a no traspasar para no arruinar nuestra convivencia. Excuso decirles, el efecto deletéreo que ello acarrea a nuestra sociedad y a su indispensable educación.

Pero tal vez lo más grave, aún ligado con lo anterior, sea la absoluta destrucción, a todos los niveles jurídicos, políticos, conceptuales, instintivos o intelectuales de la noción clave del interés general. Toda democracia se basa en la aceptación mayoritaria de un proyecto común al servicio del interés general, adoptado en elecciones libres e informadas y creando el Estado de Derecho que lo haga respetar y lo proteja, como dice el juramento a la Constitución americana, “contra el enemigo exterior e interior”. Y es la primera y más solemne obligación de la Jefatura del Estado y de los Gobiernos de turno, el ejercer su protección. Es la base de nuestras libertades y de nuestra prosperidad en democracia. De lo contrario, estaríamos al servicio de un dictador o de una oligarquía opresiva, por ejemplo. Recordemos que el mentado artículo 155 dice claramente: “Si una Comunidad Autónoma no cumpliere las obligaciones que la Constitución u otras leyes le impongan, o actuare de forma que atente gravemente al interés general de España….” Y vuelve a citar explícitamente que el Gobierno podrá actuar… para la protección del mencionado interés general.”

Pues bien, si con todo lo acaecido en los últimos años, aceleradamente en los más recientes, en la Cataluña ibérica, no se ha atentado gravemente contra el interés general de España (sobre todo de los españoles), ¿qué es el interés general? Cierto es, que se pueden encontrar otras cuñas disimuladas contra el bien común en otras regiones, últimamente hasta en un pintoresco y muy listo diputado canario, al que el interés general de España se le da una higa. Pero el ataque organizado, sistemáticamente desde puestos del Estado, con los impuestos de todos los españoles, con irrespeto grosero al Estado de Derecho, con afrentas y ataques a las libertades civiles de los españoles, con deterioro de la imagen de España y los españoles, etc.,… al interés general de España, es el mayor que se recuerda en las democracias dignas de ese nombre desde siglos. Desde Lincoln, probablemente. ¿Cuál es la consecuencia? La total banalización del mal y la pérdida de sentido ético de proyecto y democracia común. Si lo que lleva acaeciendo tan burda y groseramente tantos años, no es atentatorio contra el interés general, por lo que los Gobiernos no nos protegen contra su deterioro, nadie sabe lo que es el interés general, o mucho más lógico, el interés general no existe. Y si no existe, esto es un caótico ¡Viva Cartagena! Dónde cada cual se protege a sí mismo, si puede. Pero ya no es una democracia, y mucho menos una sociedad de ciudadanos libres e iguales ante la Ley. No creo que sea menester explicar el efecto deseducador, confundidor y tóxico en la sociedad de haber puesto en duda o anulado en el conocimiento colectivo, la existencia del bien general. Basta ser lúcido observador de nuestra “nueva casta política”, de sus discursos y actos, o incluso salir a la calle para hablar de solidaridad o fraternidad entre españoles para ver cuán lejos está nuestra sociedad, del concepto serio de democracia y no digamos del concepto de bien común. Citemos el ejemplo más cegador: quitar a una inmensa mayoría de los españoles, únicos actores concernidos por el bien común, la posibilidad de votar y decidir sobre su destino común, se vende y traga como un acto democrático. Aterrador. Y la pérdida de referentes y de la defensa activa de los valores llamados “republicanos” tras la Ilustración, pinta muy negro el futuro hacia una democracia consolidada. No digamos ya una anhelada, por muchos, democracia progresista.

Una tercera consecuencia de dejar crecer impunemente lo que objetivamente es uno de los mayores ataques posibles al interés general es la debilidad y falta de credibilidad de España en el concierto internacional. Lo padezco casi a diario, ya que cuanta pregunta o gestión haga a las Instituciones europeas, me encuentro con las mismas respuestas: “¿Es que Uds. no tienen jueces? ¿Es que no gobierna nadie? Podemos ayudarles, pero no entendemos qué les pasa, es inconcebible”. Y Asterix diciendo “Ils sont fous ces espagnols” pero preparando contingencias. La aplicación estricta y contundente de las Leyes y el Estado de Derecho también tiene un efecto de seriedad y solemnidad que te da peso en las relaciones internacionales. Pero si en España todo vale, ¿quién se fía? ¿Qué seguridad jurídica ofrecemos?

Recordemos, antes de la cuarta consecuencia que vamos a citar, que la impunidad, y a veces complicidad, se está ofreciendo a quién está destruyendo los valores fundamentales de la existencia de nuestra democracia, y las partes esenciales de nuestra Constitución. No se trata de aspectos menores u ornamentales de nuestro texto básico de convivencia, ciertamente absurdamente largo. Se está atacando el pilar esencial de nuestra convivencia, su propia existencia. ¡Como para dejarlo impune o minimizarlo!

Entonces, como no se puede ocultar y disfrazar la gravedad de su enfermedad todo el tiempo a un paciente, algo pasará. Todo grano revienta. Y aquí puede darse otra mala consecuencia de no haber aplicado el 155 a tiempo. Y es que ya no se pueda aplicar por ilegitimidad. En efecto, si no se ha hecho hasta ahora, ¿qué justificaría, nacional e internacionalmente, hacerlo ahora? ¿No era todo correcto y nos hacíamos unas risas con fotos con los sediciosos y secesionistas? ¿Por qué cambia ahora la actitud? La banalización de graves delitos va a pasar factura. Llevan años complotando abiertamente (y con el dinero de todos) contra nuestra democracia, incumpliendo sentencias, practicando referéndums secesionistas. Y todo era normal. Nada de lo que pueda ocurrir es peor que lo que ya han hecho. ¿Entonces? Pues es posible que para reconducir la confusión de dentro y fuera y volver a protegernos haya que recurrir a mucha mayor severidad y trauma. Es posible, pero si es evitable mejor, porque de alguna manera supondría un fracaso de nuestra democracia. Hemos llegado a un punto en que lo que está en juego es el nivel de trauma de salida, porque trauma habrá, cualquiera que sea la salida. Y ello se debe a que no se ejerció a tiempo la defensa del interés general. La lenidad siempre produce el sufrimiento de los débiles.

Supongo que cuando todos despertemos, trabajaremos para evitar mayores traumas, pero los gobiernos tienen que saber que cada día que pasa sin aplicarse el 155 de nuestra Constitución, nuestros derechos y libertades son vapuleados y nuestra democracia se ve más deteriorada.

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