Mi cabeza, que está preparada con un pensamiento jurídico y racional, les dice a las tripas que eso es una barbaridad. Que en Estados Unidos hay pena de muerte y ello no impide que sea una de las sociedades occidentales con mayores niveles de violencia y delincuencia de este tipo. Y, sin embargo, en sociedades como las del norte de Europa que no tienen ni pena de muerte o cadena perpetua (revisable o no), los niveles de delincuencia de alta alarma social son menores (no quiere decir que no las haya).
Entonces mi duodeno, que es una víscera comprendida entre el final del estómago y el yeyuno, y es dónde van a parar los jugos digestivos del hígado y del páncreas, le dice al lóbulo frontal de mi cerebro: “tal vez si a quien hubiesen matado hubiese sido a uno de tus hijos, no serias tan racional y civilizado”.
Y tiene una razón “duodenal”, posiblemente no podría ser ni civilizado ni racional. Y si todos pensáramos y reaccionáramos igual que nuestras vísceras triperas, ni seriamos racionales ni civilizados. Seriamos manipulables como en la Edad Media en la que quemaban a la bruja de tu vecina.