Observamos que resurge, con cada vez mayor periodicidad, el malhadado tema del “foralismo”, uno de los grandes agujeros de nuestra Constitución. En puridad, no se puede decir que es un concepto anti democrático, ya que lo hicieron democrático los abundantísimos españoles que votaron sí a la Constitución del 78. Democráticamnte se puede apoyar mayoritariamente situaciones de desigualdad conceptual, aunque pensamos que en el siglo XXI es muy indeseable. Estábamos allí y con edad de votar, por lo que apreciamos cómo, a nuestro juicio, ese concepto fue adoptado con intención coyuntural, la de convencer a ETA y al secesionismo vasco. Nos sorprendió esa falta de visión, que, como no podía ser de otra manera, fracasó estrepitosamente en sus pretensiones. Pero se votó, y democráticamente hemos de respetarlo hasta que cambiemos, o no, la CE.
El problema de mantener esos privilegios decimonónico-carlistas, por cierto de fuerte raíz franquista e incluso José Antoniana ( ambos hablaron de provincias traidoras y no traidoras para concebir privilegios) no es democrático, es que es absolutamente opuesto a una democracia de ciudadanos libres, iguales y solidarios, a partir de que concede privilegios territoriales no debidos a situaciones geográficas particulares. Y conviene no apelar a míticos derechos medievales no vaya a ser que cualquier otra región quiera recuperar el derecho de pernada. En cierta manera impide totalmente la igualdad ontológica entre españoles y crea envidia y enfrentamientos territoriales en una democracia que, según otros preceptos constitucionales contradictorios debería ser una democracia de ciudadanos muy río arriba de derechos regionales. Pero ahí está, y probablemente tengan razón quienes dicen que no conviene abrir ese melón emponzoñado en estos momentos en los que nuestra Patria se enfrenta con carácter permanente a un golpe de Estado y a una desintegración acelerada de sí misma y de sus Instituciones. Deberá ser la tarea de futura(s) generación(es), si es que España sigue en pie-
Pero, en cambio, existe un tema que se puede y debe resolver a la mayor urgencia por decencia y ética social. Los españoles soportan mal las desigualdades materiales exageradas o abusivas, afortunadamente. Y en ese marco, el cálculo de los cupos “forales” es una vergüenza gigantesca y humillante. Genera envidias, reclamaciones de otras regiones centrífugas al grito de ¿”Y yo por qué no?”, y provocan desigualdades intolerables e indignas de una democracia seria. ( Por ejemplo, en la renta mínima de inserción o equivalente y en la financiación de los gastos sociales) y rompe obscenamente toda noción de solidaridad individual. Con la verdad por delante, es indispensable una Ley urgente que retome el cálculo de los cupos “forales”, una revisión de lo acaecido ( “métodos mágicos” dijo el profesor Lafuente ) y el establecimiento de un sistema justo, igualitario y solidario. Por vergüenza torera.