Claro que la imagen no expresa con absoluta propiedad la realidad de nuestra actual historia de España. Porque si Iglesias podría replicar sin duda el monstruo de Lynch, Sánchez no es el para nada el otrora bondadoso padre de Laura Palmer. Obsesionado por la idea del poder (¿qué otra cosa es, por cierto, el PSOE sino una maquinaria para la obtención y la conservación del poder?), el actual presidente en funciones no es sino el instrumento de ese ejército sindical de intereses a que ha sido reducido el partido fundado por el homónimo de su futuro socio. Y no sólo un instrumento al servicio de ese partido, sino más bien ocurre que es él mismo quien hace del partido el instrumento de su obsesión personal por el poder.
Y es que Sánchez, también juega sin distancia crítica alguna el juego del poder químicamente puro, que es el poder por el poder, no el poder para... reformar, mejorar -o empeorar- las cosas; sino el poder definido como una tautología. Iglesias es la idea de compartir el poder hoy para no compartirlo nunca más: es como el poder “light” de los bolcheviques que únicamente pretendían desplazar del poder a los mencheviques para ejercerlo plenamente y sin intermediarios.
El abrazo -provocado- de Iglesias a Sánchez es sólo el gesto de abducción de aquél sobre éste, el aspaviento que prefigura el final de la historia. Del relato de las libertades y del éxito histórico de la transición española. Y el final, a plazo, del partido a ser jibarizado por los de Podemos.
Malas noticias para nuestro pobre país. Suerte que la España de 2019 se encuentra inserta en la UE y que ésta no admite demasiadas bromas en la mala gestión económica, que el abrazo de Iglesias a Sánchez, en unión de sus inevitables socios nos augura.
Aunque la previsible “pasada por la izquierda” que nos deparará el inmediato escenario no nos saldrá gratis, en términos de incremento de impuestos, pérdida de competitividad y de empobrecimiento de nuestra sufrida clase media.