Con la verdad por delante sería lo mejor para el bien común diferenciar netamente las medidas a corto que, tras el terremoto de potencia nueve a nivel nacional que nos ha hecho polvo, son medidas de emergencia “humanitaria”, reacciones a corto indispensables para nuestra pervivencia. Por definición deberán ser medidas heterodoxas, transitorias, muy rápidas, permanentemente adaptables y eficaces en un único objetivo: paliar los catastróficos efectos económico sociales sobre los ciudadanos. En ese terreno, la idea solidaria del ingreso mínimo vital transitorio, la puesta en marcha eficaz de los viejos ERTES, las ayudas sectoriales, a autónomos, etc…nos parecen de cajón. Es una pena que la aplicación práctica esté fallando. Creemos que los créditos ICO , cualquier crédito, no son del momento, los ERTES desbordan la capacidad de nuestra paradójicamente hiperhinchada administración, el IMV se convierte en un factor de potente desigualdad por su cesión y suma a las autonomías, etc.. La mejora técnica y concreta de todo ello sí debería ser objeto de un amplio consenso competente, práctico, alejado de todo partidismo, que hiciera las medidas de emergencia eficaces.
Sin embargo, la crisis ha subrayado , confirmado aplastantemente, lo que ya era palmario antes: España , o lo que queda de ella, tiene extremas deficiencias políticas, económicas y sociales que lastran atrozmente el porvenir de sus ciudadanos en cuanto a prosperidad, igualdad, cohesión solidaria, y respeto internacional. Cualquiera con criterio honesto, amor al bien común de los españoles y experiencia nos hablará de indispensables reformas estructurales o de cambio de paradigma o de reforma constitucional incluso. La evidencia de su necesidad es tumbativa. Nosotros hablamos de “revolución no cruenta” como lo fueron los Pactos de la Moncloa y su subsiguiente periodo constituyente o como lo fue el plan de estabilización de los 50: un cambio radical de estructuras, de políticas económicas, de convivencia social. No es ahora, con el agua llegando a las fosas nasales, el momento de emprender esas grandes transformaciones, sólo de ir preparando con rigor los diagnósticos de los letales fallos del sistema y de evitar que causen mayores males (¿Iglesias en el CNI?, ¿pactar con separatistas y filo terroristas? ¿aplastar el Estado de derecho?...). Pero en cuanto se haya dominado la pandemia, digamos un semestre o un año, habrá que poner en marcha una revolución incruenta histórica y salvífica como en otros momentos de nuestra Historia, o dejar nuestra democracia morir en el intento.
Hasta entonces, mezclar medidas de emergencia a corto y reformas estructurales a largo (¿Nueva política industrial?, ¿reformar la educación o la sanidad sin antes darle la vuelta al Estado de las autonomías? Etc…) es pura maniobra de confusión y engaño para mantener el “statu quo” partidista. Manejan las luces cortas y las largas a la vez, nos ciegan pero demuestran no tener luces…