Siguiendo la metáfora con la que inicié el artículo anterior sobre Puigdemont, procede una referencia al “Estado Mayor” del Procés, que completaría la cuadrilla de pilotos kamikazes. En su república imaginaria los que van a ejecutar el plan son miembros de su partido, junto a los de ERC que lidera Junqueras. También participan los dos Jordis (Cuixart y Sánchez) que representan respectivamente a las entidades soberanistas Ómnium Cultural y ANC (Asamblea Nacional Catalana). Ambas cuentan con fervorosos independentistas que aportan 3 euros de cuota mensual. Su porcentaje respecto a la población de Cataluña no supera un digito, pero el sumatorio anual recaudado, según se ha publicado, alcanza los dos millones de euros, cifra suficiente para dar tranquilidad a la cúpula del govern al asegurar el pago de fianzas y sanciones.
Puigdemont por ese lado está tranquilo, aunque desconfía cada vez más de sus socios de ERC. También ha mantenido una entrevista con Pablo Iglesias, quien le dice que el Gobierno de España no entiende el problema catalán. “Si gobernáramos nosotros podríamos arreglarlo, pero me da miedo la reacción del Estado”. El jefe de Podemos le asegura, con un singular análisis, que dentro de quince años la situación cambiará, “porque el votante del PP tiene una media de 60 años y solo gana en entornos rurales. Las generaciones jóvenes lo resolverán porque nosotros somos su partido”. Puigdemont lo escucha perplejo y deja una nota malévola en su diario: yo creía que era un tío echao p´lante y resulta que tiene miedo.
En los primeros meses del año 2017 se producen contactos del Gobierno con la cúpula independentista. El conseller Santi Vila, que se descolgaría en el último minuto del Procés, informa a Puigdemont que la vicepresidenta Soraya Sáenz de Santamaria le ha expresado lo que están dispuestos a hacer: ¿Queréis las sedes de algún ministerio en Cataluña? ¡Adelante! ¿Queréis el Senado en Cataluña? ¡Adelante! pero no os daremos más competencias. Vila y Puigdemont comentan entre sí ¡Eso es españolizar Cataluña!. El año avanza hacia la fecha aún no anunciada del referéndum. Pero las tensiones dentro del equipo le desazonan. Hay discrepancias, contactos que se ocultan, actuaciones unilaterales que no controla. Puigdemont ha mantenido una ansiada entrevista con el expresidente Jordi Pujol y éste le comenta que no era independentista. Si lo es ahora es porque no han logrado su gran reivindicación, el dinero de Cataluña para los catalanes. Puigdemont recuerda que visitó el país Vasco para la ceremonia de investidura de Iñigo Urkullu. Habló con miembros del Euzkadi Buru Batzar y deja en sus notas unos comentarios que combinan crítica y envidia a la vez: “les da igual que sea Rajoy, Aznar, Zapatero. Simplemente van a lo suyo, pero van todos a una”. Y se lamenta: nosotros eso no sabemos hacerlo, estamos divididos.
En el segundo semestre de 2017 tendrá ocasión de encontrase con Rajoy. Ambos asistirán a la clausura de un importante foro internacional en Barcelona. Los sientan juntos en la mesa presidencial que comparten otras personas relevantes: Javier Godó, José Luis Bonet, Antonio Asensio, José Crehuras y Joan Rosell, entre otros. Puigdemont relata aquel encuentro empequeñeciendo a Rajoy, a la vez que nos muestra su propia pequeñez: Rajoy solo habló de futbol -señala- Incluso me vaticinó que el Girona ascendería, pero no pudimos hablar de otra cosa. Sólo futbol y futbol.
La dinámica del Procés sigue su curso en el año 2017, pero un suceso la interrumpe dramáticamente. El día 17 de agosto Puigdemont está disfrutando en la fiesta para independentistas que organiza Pilar Rahola, una política frustrada que ahora quiere tener protagonismo con sus soflamas en TV3 y otros medios independentistas. Cada verano invita a una paella en su casa de Cadaqués a la que acuden varias personas, cuyos nombres serán tachados en el libro (en mucha páginas hay renglones de trazo negro que oculta el texto; algo no debe saberse). Después de comer, cuando va a iniciarse la tertulia, un wasap le anuncia el atentado de la rambla de Barcelona. El balance de trece muertos y casi un centenar de heridos conmociona a todos. Hay alivio cuando se sabe que los mossos de escuadra han abatido a los terroristas.
Del suceso dejará un comentario que quiere sembrar dudas sobre información que podría tener la policía española y que habría omitido al jefe de los mossos, Josep Lluís Trapero. No pasa de ser una apostilla que se atreve a insinuar, pero “ha sido solo un pensamiento” – escribe. Sin embargo, lo que desquicia del todo al president es que, en presencia de todas las autoridades: Rajoy, Soraya Sáenz de Santamaría y Rebelo de Sosa, (presidente de Portugal que asiste porque una de las victimas era portugués) el arzobispo de Barcelona, cardenal Juan José Omella, ha hecho una homilía en la que se ha referido a él como “presidente de una autonomía”, ha alabado a los cuerpos y fuerzas de seguridad hablando de la “policía autonómica” Y encima lo ha hecho en castellano. Puigdemont está tan indignado que al ir a despedirse le espeta: ¿Cómo se te ha ocurrido tratarnos así? Y sin esperar la respuesta del sorprendido Omella le da la espalda y se va. El sábado 26 se desquitará del cabreo cuando se organiza la manifestación de repulsa; el govern se anticipan a convocarla y explica el por qué. Se trata de “evitar que el Estado monopolice el acto”. Asistirá el rey y el presidente Rajoy. La pitada que dedican a ambos será impresionante. Puigdemont deja anotado: “Levantabas la cabeza y veías gritando a tíos peludos de la CUP, abuelas y jubilados. No me atreví a mirar a los dos para que no creyeran que disfrutaba”.
Poco más cabe añadir sobre la actuación de Puigdemont hasta el 1-O. Forma parte del bucle en el que vivieron todos los implicados en el Procés, a pesar de los muchos recelos y también de algunos miedos. Pero él es como un piloto kamikaze y tiene fijo el objetivo. Desoirá la petición que le hace Miquel Roca para hablar con él en confianza. Había mantenido antes una entrevista con Jordi Gual, presidente de CaixaBank que le dijo sin tapujos: “no harás ningún disparate ¿verdad? Porque nosotros estamos algo inquietos. Puigdemont rememora aquella entrevista y escribe: ¿Algo inquietos? ¡No! Muy inquietos que no es lo mismo. También ha tenido que escuchar las diatribas de la oposición en el Parlament. Inés Arrimadas le advierte de su grave desafío al Estado y contra la Constitución. De ella dice “está obsesionada, no tiene vergüenza”. Pero lo que no espera es que Joan Coscubiela, exsecretario de CCOO en Cataluña, un hombre de limpia trayectoria en la izquierda, haga un discurso tan brillante y duro que le aplauden los diputados del PP y C´s. Puigdemont acusa el golpe y escribe: “lo que ha hecho hoy Coscubiela no tiene nombre”. Y así se van sucediendo los acontecimientos hasta llegar al momento en que decide huir a Bruselas. De la gestión del 1-O y las consecuencias del Procés, según explica su principal protagonista tratará el tercer y último artículo.