Ha dicho Arturo Pérez Reverte en una entrevista que le fascina Pedro Sánchez. Le contradigo con humildad afirmando que a mí tampoco. Pero sí reconozco con el gran escritor que, como arquetipo del poder, es un caso fascinante. Para demostrarlo debemos apartarnos un momento del coro vocinglero (decimos vocinglero en la acepción de la RAE: hablar mucho y vanamente) ya que la inmensa acumulación de críticas que recibe no le inmutan. Se supone que su asesor de cabecera, Iván Redondo, ha diseñado su perfil y su estrategia, pero el caso Sánchez viene de atrás, cuando concibió su asalto al poder con ocasión de que le utilizaran Susana y los suyos para desembarazarse de Eduardo Madina, aspirante a la Secretaría General del PSOE. Susana dijo entonces del joven Pedro: “No vale, pero nos vale”. Y ahí empezó todo pues, una vez en la nomenclatura socialista, no cejó hasta posesionarse del partido.
Nadie puede negar su tenacidad, unida a una innegable maña para tal logro, pero la historia del poder muestra muchos ejemplos singulares: Robespierre alcanzó el dominio absoluto sobre Francia en la Revolución de 1789 con el apoyo del Club Jacobino que nunca pasó de 900 miembros inscritos. Más cerca del tiempo presente, Mao Tse-Tung consiguió financiación de la URSS al lograr al menos 40 afiliados, condición impuesta por el Komintern para proporcionarle la primera ayuda económica que le permitió en dos décadas ser el amo de China. Todavía hay un caso en la historia más transcendente, en este caso de un gran líder religioso: Mahoma escapó por los pelos de la Meca a Medina, de quienes querían asesinarlo y con solo 83 seguidores, según sus biógrafos, fundó en la ciudad que le acogió “La Sagrada Hermandad del Islam” que en apenas 25 años dio lugar a más conquistas que las que hizo el Imperio Romano en seis siglos.
La pulsión humana del poder es algo extraordinario, pero poco estudiado. La forma de alcanzarlo y ejercerlo ofrece un extenso muestrario, mas salvando cuantas distancias se quieran sobre tipos y conductas del poder a través de la historia, lo que debe preocuparnos y ocuparnos son las consecuencias que los ciudadanos pueden sufrir por decisiones de un poder absoluto. El siglo pasado nos ofrece ejemplos terribles: Hitler y Mussolini se elevaron sobre muchos millones de votos y luego se convirtieron en líderes absolutos al eliminar cualquier dique de contención. En los países comunistas ni siquiera tuvieron que suprimir contrapoderes, porque ni Lenin, ni Stalin, ni Mao dejaron que nacieran. El drama de las dos grandes guerras y las dictaduras que alimentó la primera mitad del siglo XX aleccionó a las democracias que decidieron construir la Unión Europea. De ahí surgió el reforzamiento de la división de poderes que solo trata de que exista control sobre el poder ejecutivo.
Es un hecho probado que el individuo aislado dentro de la masa es débil para evitar la deriva autoritaria del poder. Además, en la sociedad se hace realidad lo que ya formuló Maquiavelo hace 500 años: El príncipe debe saber que hay tres clases de comprensión humana: un cierto número de personas que disciernen por sí, otras que comprenden a los que disciernen y la gran mayoría que no disciernen por sí ni por la demostración de otros ¿Quién piensa hoy que haya cambiado mucho esta radiografía social? No hace falta mucha agudeza para percatarnos que las técnicas de comunicación política se emplean a fondo desde tal principio. Pero el genio florentino fue más lejos en su disección de la conducta del poder y lo dejó escrito en “El Príncipe” pues “este no tiene por qué respetar su propio juramento cuando va contra sus intereses, ya que los hombres son tan simples que siempre están dispuestos a dejarse engañar”. Para subrayar tal aseveración Maquiavelo pone como ejemplo al papa Alejandro VI del que dijo: “no hubo otro que prometiese con más desparpajo ni que hiciera tantos juramentos sin cumplir ninguno”.
Tal conducta es una tentación para quien tiene una pulsión de poder irrefrenable. ¿Por qué va a ser menos Sánchez que el valenciano Borgia? He ahí lo fascinante de un caso que desprecia el principio liberal, asentado en la cultura democrática, según el cual para lograr el fin hay medios que nunca se justifican. Pérez Reverte adornó su juicio con adjetivos certeros, propios de un miembro de la Real Academia Española y cerró la entrevista con uno inglés: es un killer, los ha matado a todos: en su partido a Felipe González, a Alfonso Guerra; en la oposición a Rajoy. La referencia al asesinato en épocas antiguas no era metafórica, pues sobre la silla del poder pendía la espada, cuando no el veneno. Ahora se trata de matar políticamente a un rival. Ciertamente Sánchez ha sembrado de cadáveres políticos su trayectoria fulgurante para llegar a la presidencia de Gobierno. Aceptémoslo, su caso es simplemente fascinante si se circunscribe a la lucha por el poder político. Si desborda ese límite y quiere eliminar cualquier forma de contrapoder institucional, entonces estará dando pasos para que la víctima sea la democracia.