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ALEJAR EL DESCONOCIMIENTO

¿Qué debemos hacer con la Historia?

¿Qué debemos hacer con la Historia?
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· Por Sara López Martos, Licenciada en Economía por la Universidad de Barcelona (UB) y Experta en Organización de Eventos Institucionales, Congresos y Presentaciones Corporativas

martes 02 de marzo de 2021, 08:19h
El pasado 23 de febrero se cumplieron 40 años del intento de golpe de estado en España. Sin duda, este hecho marcó un antes y un después en nuestra historia y suposo un paso adelante en la consolidación de nuestra transición democrática. No obstante, en pleno revuelo causado por temas tales como las recientes informaciones relativas al rey emérito, el resultado de las elecciones catalanas al Parlament o el bloqueo de años en la renovación del Consejo General del Poder Judicial, ponen de nuevo en primera línea el debate inconcluso en relación a uno de los pilares de nuestro sistema democrático: la Constitución Española. Hoy, dejando a un lado mi pasión por el protocolo, me gustaría dedicar unas líneas a esta cuestión con la esperanza de dar una respuesta a la pregunta planteada en el título de mi artículo.

No cabe duda de que nuestro modelo democrático es uno de los más consolidados, siendo objeto de estudio y utilizado como referencia en países que han iniciado su camino hacia la democracia más tarde. En palabras de Meritxell Batet, se trata de una “democracia reconocida en el mundo y plenamente integrada en la comunidad internacional de los Estados libres”[1] ¿Significa eso que nuestra democracia es perfecta? Me resulta un poco aventurado afirmar que nuestro modelo democrático sea perfecto, a pesar de su trayectoria de más de 40 años. Es importante tener en cuenta que nos encontramos inmersos en una sociedad en continua evolución, con lo que conlleva la aparición de nuevas necesidades y demandas. De ahí la importancia de garantizar que el marco constitucional en el que nos movemos actualmente pueda no sólo dar respuesta a esas demandas, sino adaptarse también a los cambios que van apareciendo.

La Constitución Española de 1978 se erigió como uno de los pilares del sistema democrático, describiendo en su artículo 1 que “España se constituye en Estado social y democrático de derecho”. Del mismo modo, nuestra Carta Magna describe detalladamente a lo largo de su articulado las distintas Instituciones del Estado encargadas de velar por unos derechos y garantizar unas libertades, así como, diversos mecanismos de participación de los ciudadanos en el devenir político. Como herramienta base de nuestro sistema democrático, la Constitución también contempla la posibilidad de una reforma de su contenido, prueba de que ya se contemplaba la necesidad de introducir cambios en los engranajes de un sistema que empezaba entonces a andar bajo unas condiciones que muy seguro que irían cambiando y que plantearían nuevos retos.

Es cierto que el propio sistema de reforma incluido en nuestra ley de leyes puede hacer complicado el llegar a conseguir esa reforma tan defendida por algunos, pero eso no significa que no deba plantearse dicha posibilidad. Llegados a este punto, reconozco que la situación actual no es la misma que en 1978 (momento en que se aprobó la Constitución). Por eso, creo que es importante que se fomente el diálogo en torno a la reforma de la Ley de Leyes. Si bien, el resultado de este diálogo puede variar en función de las predisposiciones de las partes participantes en el mismo. De ahí que se me ocurran dos posibles escenarios que me gustaría compartir con ustedes.

Un primer futurible, poco optimista, me gustaría representarlo con una fábula: “He aquí una rana que había vivido siempre en un mísero pozo donde había nacido. Pasó por allí otra rana que había vivido siempre en el mar que se tropezó y cayó en el pozo en el que se inicia un diálogo:

  • ¿De dónde vienes?, preguntó la rana del pozo.
  • Del mar
  • ¿Es grande el mar?
  • Extraordinariamente grande, inmenso.
  • ¿Es el mar tan grande como mi pozo?
  • ¡Cómo puedes comparar tu pozo con el mar?, le respondió la rana.

Pero la rana del pozo, fuera de sí, vociferó:

  • Mentira, no puede haber nada más grande que mi pozo. ¡Eres una mentirosa!

Como pueden ustedes comprobar, la rana del pozo no estaba en disposición de escuchar el punto de vista de la recién llegada hasta tal punto que la acaba echando de su hogar. En perspectiva de futuro, ¿realmente conviene seguir aplazando el debate cada vez que aparece? Postergarlo no lo hará desaparecer, más bien al contrario, provocará que más ciudadanos se sientan descontentos y no se sientan representados por sus instituciones. Anteriormente, he mencionado que nuestro sistema democrático no es perfecto, pero ¿podemos catalogarlo de maduro?

Considero que nuestro sistema democrático es lo suficientemente maduro como para reconocer que los desacuerdos deben resolverse y no disolverse. Tenemos los medios para poder exponer nuestros puntos de vista, suficiente información a nuestro alcance para poder contrastar y unas redes sociales cargadas de información instantánea. Sin embargo, ¿es todo esto suficiente para fomentar un buen diálogo? Sin duda no, y aquí es donde planteo el segundo futurible (más optimista) basado en un diálogo sincero, tal y como planteara Platón. ¿En qué se basa ese diálogo sincero? En primer lugar, los sujetos deben de estar en disposición de escuchar y con ello estar abiertos a modificar sus puntos de vista. ¿Les suena la expresión “No estoy de acuerdo con lo que dice, pero defenderé con mi vida su derecho a decirlo”?

Para iniciar un diálogo sincero es importante que cada uno de los participantes reconozca a sus interlocutores y les dé su lugar, tratándolos como iguales. Este reconocimiento del otro debe de ir asociada al respeto. No creo que la libertad de expresión deba asociarse a decir todo lo que uno quiera, sin medir las palabras. Ante todo, debe haber un respeto. Disponemos de muchos medios para poder expresar nuestras opiniones, ¿por qué no hacer un buen uso de ellos? De lo contrario, nosotros mismos estamos perdiendo legitimidad. En el fondo, creo que se trata de un aprendizaje en el que por un lado se nos enseñan las herramientas y medios de los que disponemos para expresar nuestras opiniones y por otro, se nos enseñan las reglas del juego para que el diálogo pueda resultar fructífero.

Teniendo en cuenta las dos alternativas, ¿con cuál se quedan ustedes? Con la de la rana ciega y encerrada en su mundo o con la opción de abrir un diálogo en el que se pueda hablar de forma libre y educada para que de esta forma todas las partes salgan ganando en el juego. ¿Acaso nuestra Carta Magna no establece como valores superiores de nuestro ordenamiento jurídico la libertad, la justicia, la igualdad y el pluralismo político? Ello no significa que tengan que desaparecer los pilares de nuestra democracia para partir de cero borrando de un plumazo todos los logros alcanzados por nuestra Constitución. De lo contrario, estaríamos negando parte de nuestra identidad y pasado. Sí que podemos partir de esos principios y valores, de los derechos y libertades detallados en su articulado, apoyándonos en las instituciones del Estado plenamente consolidadas en nuestra sociedad.

En una ocasión, Einstein dijo que “la separación entre pasado, presente y futuro, aunque tenaz sólo constituye una ilusión” y que si no se combinaban esas tres ilusiones, la sociedad se hundiría en la incertidumbre, la ansiedad y el estrés. Es cierto que nuestra democracia no es perfecta pero creo que es lo suficientemente madura como para poder afrontar con perspectiva los nuevos retos para de este modo no repetir la historia sino reescribirla, evitando así los errores del pasado. Se lo debemos a los medios de comunicación, a quienes defendieron nuestros valores constitucionales aquel 23 F, a las generaciones “en cuyas manos estará el futuro de España”, se lo debemos al pueblo español que días después de aquella noche manifestó de manera ejemplar su defensa de la libertad, la democracia y la Constitución”[2].


[1] Palabras pronunciadas por Meritxell Batet, Presidenta del Congreso en su discurso del Acto conmemorativo del 40 aniversario del 23-F en el Congreso.

[2] Palabras pronunciadas por S.M. el Rey Felipe VI durante el acto conmemorativo del 40 aniversario del 23-F en el Congreso.

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