La debilidad actual de España ha quedado patente últimamente en política exterior. Las recientes fricciones con Marruecos ponen de relieve la pésima política de relaciones exteriores de nuestro gobierno, incapaz de adoptar una posición soberana de firmeza y fortaleza. España parece un zombi político en la escena internacional, sin un criterio estratégico. Ha quedado a la deriva y a merced de lo que se decida sobre sus intereses en Washington (Pentágono), Nueva York (Naciones Unidas), Bruselas (Comisión Europea y OTAN), Frankfurt (Banco Central Europeo) y por supuesto Berlín, que es en última instancia donde se lleva decidiendo nuestro sostenimiento financiero desde hace diez años.
La realpolitik siempre se impone. Si vis pacem para bellum. El único modo de ser un actor determinante en el tablero geopolítico, nos guste o no, es en el plano militar. Basta como ejemplo mirar a Rusia, que con una economía menor que la de Italia, es, sin embargo, un actor geopolítico de primer orden gracias a la capacidad de sus fuerzas armadas.
Un ejército con tecnología punta y preparado para actuar en cualquier situación sobrevenida ofrece varias ganancias inmediatas a su propio Estado: orden y disciplina social, seguridad interna y externa, y abundante actividad económica directa e indirecta. Un ejército requiere suministro de energía, tecnociencia y mucho desarrollo industrial. Invertir en seguridad y defensa significa impulsar la economía nacional, tanto el sector público como el privado. Si las capacidades militares de un Estado son grandes, eso le garantiza como mínimo que se le tenga en cuenta en las instancias internacionales, comenzando por los gobiernos de los países vecinos. Inviolabilidad de sus fronteras y respeto a sus intereses inmediatos.
Si en España hubiera voluntad política y conciencia social de la necesidad de mejorar drásticamente su política exterior, debería primeramente (re)militarizarse. Esto supondría asimismo reindustrializarse. Proteger el Estrecho, Ceuta, Melilla, las Canarias y nuestras flotas pesqueras con efectivos desplegados y bien armados, con carácter permanente, sería el mejor toque de atención a Marruecos, el único vecino que tiene España que representa una verdadera amenaza y un riesgo. Necesitamos mucha más inversión y presupuesto en i+D+I de defensa y seguridad, pero también en Inteligencia, donde hay mucho que mejorar. También en materia de soft power y lobbies internacionales, donde Marruecos ha sabido moverse muy astutamente. Mohamed VI supo dar a Trump, o mejor dicho a su yerno Jared Kushner, lo que necesitaba para satisfacer a Netanyahu, el reconocimiento de Israel. A cambio se cobró como precio la soberanía del Sáhara Occidental.
España tiene mucho que mejorar a nivel diplomático, comenzando por dejar de hacer el ridículo en misiones internacionales (en el Báltico, en Turquía...) para dar cobertura con nuestro ejército a intereses geoestratégicos de otras potencias, al mismo tiempo que sufre un déficit de seguridad en puntos muy sensibles, como Ceuta y Melilla, que no entran bajo la protección de la OTAN. Necesitamos urgentemente unos Ministerios de Defensa y Exteriores mucho mejor coordinados, y con dirigentes dignos de los cargos que ostentan.
España debería aproximarse a Francia en un frente común en materia de seguridad y defensa. Tras el Brexit, el país galo ha quedado como la potencia militar indiscutible de Europa. El gravamen que supone la OTAN para sus fuerzas armadas, obliga a Francia a subordinarse a Washington y a unos esquemas caducos que datan de la Guerra Fría y el Pacto de Varsovia. Francia anhela liderar un Euro-ejército y en ese hipotético marco España podría jugar un papel clave si Europa se “desotanizara”.
Francia está experimentando en los últimos meses una cierta repercusión de algunas voces significativas de militares. La preocupante situación de crisis social en muchos suburbios de las grandes ciudades, derivada de los errores de su política migratoria con respecto a la tolerancia hacia Islam radical, ha motivado dos recientes cartas firmadas por varios miles de militares y ex oficiales de alto rango, con duras críticas al gobierno de Macron. Reivindican un papel más destacado del ejército francés como garantía del restablecimiento del orden social en muchas zonas del país donde la legislación republicana está siendo de facto suplantada por la Sharía. Además, el general Pierre de Villiers ha sonado últimamente como presidenciable para las elecciones de mayo de 2022. Podría teóricamente obtener muchos votos de centro (La República En Marcha), centro-derecha (Los Republicanos) y derecha (Agrupación Nacional). Hay que recordar que cuando su república agoniza, los franceses tienen la costumbre de llamar a un militar para su refundación. La primera república terminó con Napoleón, la segunda con Napoleón III, la tercera con el mariscal Pétain, la cuarta con De Gaulle… ¿la quinta república terminará con otro militar?
La anemia social de España también contrasta con la revitalización de nuestro otro vecino mediterráneo. En Italia llevan con un gobierno técnico desde febrero, liderado por Draghi. Un mandarinato compuesto por tecnócratas que no se presentarán a las siguientes elecciones y que gobiernan al margen de las encuestas, ofreciendo estabilidad en un momento de turbulencias y emergencia sanitaria. Los políticos italianos, con perspicacia y clarividencia, han sabido quitarse de en medio en un contexto de crisis pandémica que ha mostrado sobradamente la incapacidad de la partitocracia demoliberal para ofrecer gobernabilidad, y soluciones eficaces. No cabe la menor duda que la situación italiana mejorará con las reformas que este nuevo gobierno acometerá. Recordemos quien fue Draghi: ex presidente del Banco Central Europeo, exdirector ejecutivo del Banco Mundial, ex gobernador del Banco de Italia etc. Y nosotros seguimos, todavía, con Sánchez.
¿Cuánto más durará el cliente de Iván Redondo en la Moncloa? Probablemente lo que determinen previamente en Bruselas y Berlín, sobre todo en esta última capital, donde la Cancillería está experimentando un impasse a la espera de que las elecciones de septiembre decidan el sucesor de Merkel, posiblemente Laschet, su heredero al frente de la CDU. Hasta bien entrado el otoño la Unión Europea estará en stand by, esperando a lo que suceda dentro de su locomotora económica. No cabe descartar aún un posible y sorpresivo cambio de guion si resultara ganador el pujante Partido Verde con Baerbock al frente.
Volviendo a España, todo apunta a que, una vez enfriada la tensión con Marruecos, remodelado el gabinete e indultados los sediciosos, Sánchez podrá mantenerse en la Moncloa y concluir su legislatura, aunque el PSOE quede muy tocado electoralmente para entonces. La crisis económica irá agravándose en los próximos meses y golpeará con saña a las clases trabajadoras y medias. Al mismo tiempo la inflación comienza ya a repuntar y se irá comiendo las reservas y ahorros de las familias y pymes. Pero el régimen del 78 posiblemente no se resienta mucho por esto. A la crisis de 2008 podemos remitirnos para comprobar su formidable robustez. La partitocracia, el Ibex35 y el oligopolio mediático (Mediaset, Atresmedia, Prisa) han sido habitualmente bastante hábiles para conservar la paz social en las calles con muchas cortinas de humo, telerrealidad y circo, y eso en Bruselas lo saben y lo valoran muy positivamente. Las oligarquías transnacionales también conocen que la izquierda es virtuosa en el arte de garantizar con mejor tino que la derecha esa paz social tan necesaria para que puedan desarrollarse sus pingües negocios especulativos a costa de las pymes y del Estado. No hay mejor prueba de ello que atender a la mansedumbre de los sindicatos y de las plataformas reivindicativas y mareas de colores, tan prestas para el tumulto y la algarada callejera en cuanto el PSOE es desalojado del poder.
Sánchez es un peón de los poderes globalistas y de momento cumple razonablemente bien su función. Si Casado, que también es un peón de los mismos poderes, llega a la Moncloa cuando le toque su turno, presumiblemente en 2023, lo hará con un país socialmente devastado, hipertrofiado de deuda e insostenible estructuralmente. Por el momento seguimos esperando unos fondos de recuperación (o de rescate) que no llegan, a pesar de toda la propaganda institucional y corporativa gastada en su anuncio y bondades. Y no llegan porque, aunque formalmente Bruselas está en plazo para visar los planes nacionales que han presentado los distintos gobiernos, lo cierto es que todo el esquema financiero de dichos fondos tendrá que pasar por Berlín, y allí, como antes hemos dicho, se está esperando a saber quién será el nuevo canciller. Hasta que no haya un sucesor de Merkel no se adoptarán las medidas y condiciones para desbloquear ese ansiado maná que según la lacayuna prensa oficialista española hará que nuestra economía vuelva a ser una tierra donde fluyan ríos de leche y miel.
Los europeos sabemos quién manda en Europa. Bruselas es una sucursal de Berlín. No por casualidad Von der Leyen tiene apellido alemán…y fue ministra de Merkel, de defensa. Y sobre todo Frankfurt (sede del Banco Central Europeo), ciudad poco sospechosa de actuar contra los intereses del Bundesbank ni contra el marco alemán (renombrado desde 2002 como “Euro”). No obstante, los fondos alemanes, es decir, europeos, acabarán llegando porque Italia y Francia también los necesitan urgentemente. Italia y Francia han sabido jugar sus bazas, la una con un gobierno técnico presidido por el antiguo cocinero de la política monetaria, y la otra, siendo el gigante diplomático y militar de Europa. España de momento se beneficia de la inercia de estos dos socios, pero carece de estrategia. Si España no estuviera a la deriva y dispusiera de mucha más fuerza militar efectiva, otro gallo cantaría, tanto con respecto a nuestras fronteras africanas, como allí donde nos tutelan (Bruselas-Berlín).