En efecto, que vienen tiempos de bonanza y no de vacas flacas es apenas un sueño o una ilusión, la improcedente impostura producto de la imaginación de un poder ejecutivo que sabe (aunque lo silencie y oculte) que es improbable que se realice lo que está pregonando sin ton ni son. Porque eso es lo que está ocurriendo con vaticinios y previsiones sobre un inminente confort que están fuera de lugar, que no tienen motivo ni causa, que carecen de orden y medida.
En la peor tendencia de las sociedades subdesarrolladas, la española atraviesa una fase potente de empobrecimiento, de achatarramiento (un poco más, todavía más) de las clases medias, y de crecimiento del gap que separa a ricos de menesterosos. Es lo que, en términos fácticos, se traduce en un fracaso en toda regla del Estado del bienestar: por mala organización, por gestión deficiente de los recursos… y por el destino de los mismos a lo que no produce o directamente sobra, como buena parte de las legiones de cargos enchufados recientemente (otra oleada más) por socialistas y podemitas; con un agravante, por estar algunos de ellos no sólo investigados por los tribunales de justicia sino condenados, en sentencia firme.
Con una derecha algo más espabilada, PP y Vox estarían hoy sumando sin despeinarse los 200 escaños en una España que sufre las erráticas decisiones y las carentes estrategias de la izquierda más extrema, intervencionista e indocta. Lo peor que pueden hacer unos y otros es confundir sus deseos (que el PSOE adelante elecciones) con la realidad, que es la de un país que agonizará durante los dos próximos años.
Es el momento, precisamente por ello, de rearmar concienzudamente ese bloque para una victoria contundente que marque un cambio de ciclo. Hará falta bastante más que ideas, resistencia y paciencia, mucha paciencia.