Ésa es exactamente la posición en la que está quedando la Unión Europea en la crisis de Ucrania, “como la chata de Pumarín”, con sus gerifaltes (de cara a sus propios intereses y de espaldas a los generales) enfundados en la indumentaria de auténticos “catetos a babor”.
La foto de Macron en la esquinita de la mesa de Trump, cual secretario, cual pinche, en modo becario, no viene sino a instituir la irrelevancia de las castas burocráticas y parasitarias europeas cundo se les saca de su principal ocupación: el expolio de las clases populares, especialmente de las clases medias de casi una treintena de Estados del viejo continente.
La UE, en la crisis con Rusia, ha disparado con pólvora del rey (la del sufrido y triturado contribuyente), que está terminando por revelarse -dados los efectos- como pólvora mojada. Se ha comportado como un auténtico pigmeo venido (sin razón ni sustento alguno) a más. Ha maniobrado como el caniche que se planta ladrando a espasmos en medio de la calle frente a un pitbull. Es la inconsciencia, también la inconsistencia y, en definitiva, la pura marginalidad (¡qué cara nos sale!) de unas elites globalistas, las de Bruselas y Estrasburgo, que están demostrando cada día, a la hora de la verdad, lo que pintan en el concierto internacional.
Europa es el pitufo de la Defensa en ese concierto internacional porque no ha apostado por la investigación ni el desarrollo, por la aplicación de la ciencia al campo de la seguridad… y la consecuencia es que no deja de ser un actor atrasado y retrasado.
Lo que para las castas parasitarias y burocráticas europeas parecía irracional (el cese de las hostilidades) no es sino el único camino al que las partes están abocadas desde la avenida de Trump. Lo que para las castas parasitarias y burocráticas europeas parecía inaceptable (la elevación de la contribución con el PIB a los esfuerzos estratégicos militares) no es sino la única vía posible con un Tío Sam harto de cruzar el charco para sacar las castañas del fuego a sus socios.
O esas castas parasitarias y burocráticas aprenden las lecciones (cosa no del todo probable), o el papel de la Unión Europea en la aldea global quedará reducido -poco más, poco menos- al de la ‘Chata de Pumarín’, una estampa ridícula, penosa, impotente y peripatética.