Las bases estadounidenses en Oriente Medio parecen ser el objetivo predilecto de una respuesta del Estado persa, lo que podría desencadenar una larga guerra de desgaste entre Washington e Irán. Según algunas fuentes diplomáticas operativas en Bruselas, los científicos iraníes ya habían trasladado su material nuclear a un lugar seguro y ahora el mismo Pezeshkian, con el beneplácito de la Guardia Revolucionaria, podría considerar retirarse del Tratado de No Proliferación Nuclear y, en los próximos cinco, diez o quince años, intentar construir una bomba atómica. Después del ataque se abren diferentes escenarios. Si la vida del ayatolá estuviera realmente en peligro, ¿cómo respondería la sociedad iraní, de qué manera podría beneficiarse Israel, en qué situación se encontraría Oriente Medio y cómo afectaría una guerra convencional a la sociedad norteamericana? Intentamos formular variadas hipótesis.
Ante el bombardeo ordenado por Trump, la administración iraní puede transitar por dos senderos: abrazar la vía diplomática que defienden los sectores más pragmáticos y reformistas de un tablero político indudablemente conservador, u optar por la resistencia armada con el objetivo de debilitar a Washington. Antes de capitular Teherán podría infligir graves pérdidas entre las tropas estadounidenses operativas en Irak y ocasionar ingentes daños económicos que socavarían los compromisos políticos asumidos por el mismo tycoon en campaña electoral. El bloque del estrecho de Ormuz, punto neurálgico del transporte de hidrocarburos (20% del comercio mundial), dispararía los precios del gas natural y del crudo favoreciendo un vertiginoso aumento de la inflación también en EE.UU.
Trump debería enfrentarse a las quejas y la cólera de sus mismos electores. Durante el semestre previo a las elecciones políticas del 5 de noviembre de 2024 el republicano insistió reiteradamente en la necesidad de priorizar la economía nacional, resolver los conflictos internos y evitar nuevas intervenciones bélicas. Una guerra con Irán alienaría ulteriormente un movimiento nacionalista y aislacionista como el MAGA (Make America Great Again, NdA) y aquellos segmentos de su administración que anteponen la moderación a cualquier anhelo expansionista en política exterior. Si las hostilidades no se resuelven a corto plazo con la firma de un nuevo tratado, la decisión de bombardear Irán podría convertirse en un boomerang para Trump. Algo similar a lo ocurrido en 2003 a George W. Bush después de haber ordenado invadir Irak.
El discurso imperialista adoptado hasta ahora por el mandatario constituye el elemento de mayor ruptura y discontinuidad con su experiencia presidencial anterior. Su modelo de política exterior se fundamentaba en la abstención y el relativo desinterés hacia un mundo ingrato y peligroso, aquejado de defectos estructurales que Washington no puede resolver. Y tal posicionamiento es el defendido por algunas de las voces más influentes del conservadurismo norteamericano y del ecosistema MAGA como Steve Bannon y Tucker Carlson. Ambos han criticado abiertamente la decisión de bombardear Irán.
Otra coyuntura que merece ser analizado brevemente es la posibilidad de que un ataque quirúrgico ocasionara la muerte de Alí Jamenei, el líder espiritual y político de Irán. Si bien es un escenario que debería evitarse, la desaparición de la gran autoridad persa abriría el camino a escenarios complejos y arduos de predecir. Benedetta Berti, special advisor del secretario general de la OTAN Mark Rutte en una entrevista de 2024 (es posible consultarla en su totalidad al enlace rb.gy/jwnmps) señalaba como posible sucesor al hijo Mojitaba Jamenei, una figura influyente que goza de una sólida posición y el respeto de los altos clérigos. Sin embargo, la hipótesis de una sucesión dinástica parece inverosímil por la oposición que recibiría a nivel social y el rechazo tanto de Washington como de Tel Aviv.
Según la Constitución iraní, la elección de un nuevo líder corresponde a la denominada Asamblea de expertos, renovada en 2024 y en manos del sector conservador. Es más que probable que el nuevo ayatolá proceda de esta facción más radical del clero chií. Una opción que garantizaría la continuidad ideológica e institucional del país… a corto plazo. Ante el desconocimiento de la capacidad del futuro líder para ejercer un control efectivo, el sucesor de Jamenei podría resultar más simbólico que sustancial. Según Matthew Levitt, autor del imprescindible libro “Hamás: política, beneficencia y terrorismo al servicio de la yihad”, el poder real sería absorbido por los Pasdaran. En los últimos años ha ido aumentando su peso político, económico e institucional hasta el punto que reputados analistas como Andrea Plebani o Emanuele Ottolenghi describen a Irán como un sistema pretoriano en que el ejército recita un papel dominante.
Irán podría convertirse en una nueva Argelia o Egipto, países en los que el aparato militar ha subordinado progresivamente las instituciones civiles y religiosas. Y esta es una de las razones que inquieta ulteriormente a Benjamin Netanyahu. El asesinato de Jamenei, objetivo anhelado por Israel durante mucho tiempo, podría transformar al país chiita en un enemigo aún más radicalizado y reforzar la convicción de que el arma nuclear es la única garantía de supervivencia.
No es baladí que Israel prefiera un debilitamiento progresivo que conduzca al desmoronamiento de régimen teocrático. Desde Tel Aviv no se busca tanto un cambio de régimen, sino el totum revolutum del Estado. Convertirlo en una potencia regional inofensiva e incapaz de representar una amenaza. Objetivo compartido también por Arabia Saudí, la gran beneficiaria de este posible escenario.
En los últimos días la prensa internacional más conservadora (The Times, The New York Post) ha dado aliento a la hipótesis de un regreso de actores históricamente enfrentados al régimen islámico como el Mek, considerada organización terrorista por EE.UU. y Canadá, o el mismísimo Reza Pahlavi, hijo del último Sha. Pero ambas opciones resultan carentes de toda legitimidad tanto dentro como fuera del país. La oposición externa a la República Islámica sigue profundamente fragmentada e incapaz de secundar un liderazgo reconocido que logre la confianza de una población exhausta por las duras sanciones.
Aunque, hasta la fecha, el nuclear sigue siendo el escenario menos probable, la posibilidad de que una guerra convencional se dirija a una escalada con implicaciones atómicas no puede lamentablemente descartarse. Los programas de enriquecimiento de uranio superior al 60% pueden bombardearse y retrasarse, pero no eliminarlos del todo. Si se confirmara la destrucción de Fordrow, esto podría convencer a Irán de la absoluta necesidad de dotarse de una bomba cuya deflagración significaría un punto de no retorno. Un escenario que hoy se vuelve cada vez más probable.