El Camino empieza a introducir su magia en mis venas. Al ser este un fiel reflejo de los episodios que a diario vivimos en nuestra cotidiana vida, encuentras también bastantes espinas por el trazado. No trato de sortearlas, sino aprender de ellas. La vida no es ningún camino de rosas. Dormir cada noche en una cama diferente, rodeado de personas que no conoces y que, en su mayoría, no volverás a ver jamás, pone en alerta todos los sentidos. Anoche tuve otra prueba del algodón. Llegué reventado a Calzadilla de la Cueza después de 11 horas y 50 kilómetros caminando. La primera en la frente. El único albergue abierto tenía a un amargado por imagen. El problema lo tiene el Camino, no yo. Me alojé en el primer hostal que encontré y fue un completo acierto. Pagué algo más, cené y dormí como los ángeles. ¿Fue un paso atrás en la aventura?. No lo creo, no es más que otro reflejo de la propia vida. No compartir habitación relaja las alertas. Si lo tienes todo fácil y al alcance de la mano te conviertes en un ser débil e inseguro. Hay que probar todas las variantes para estar preparado.
Vengo recordando estos días la historia de un buen amigo que llegó a ser Diputado de Turismo. Viajaba muchísimo. Su mayor pánico se produjo la noche que, al despertar de madrugada, era incapaz de recordar donde estaba. No he llegado a eso todavía, es mejor no pensar que haces en ese lugar en cada ocasión que, a mitad de noche, abres los ojos. Salir de la zona de confort no puede más que reportar beneficios futuros. No es bueno permanecer demasiado tiempo con los pies separados del suelo.
Suena la alarma o quizás no, porque el cuerpo está alerta a cualquier ruido y siempre hay alguien que se despierta antes, y de nuevo, aunque sólo sea por un instante, te preguntas ¿porqué hago esto?. Después de 11 días, más de 400 kilómetros a mis espaldas, jornadas de intenso calor y los pies ciertamente tocados, las reflexiones varían. Las dudas empiezan a recuperar su espacio perdido en busca de una conquista que puede alterarlo todo. Ya no resulta tan sencillo contarle a los demás que emplear tus vacaciones en este tipo de aventuras es algo afrodisíaco. Lo sigo intentando.
Me queda casi toda la provincia de León por recorrer y la siempre enigmática Galicia, pero puedo asegurar que son dos Caminos muy distintos los que ya he conocido. Sigo encontrando el sentido porque lucho por no separarme del motivo que me trajo hasta aquí. No es tarea sencilla.
Salvando el apéndice de Sant Jean Pie de Port, cada vez más convencido de que está ahí para hacer la necesaria criba de apartar con prontitud a quienes se han equivocado de aventura, desde Roncesvalles hasta las puertas de Burgos, se vive un Camino de belleza paisajística y armonía radiante, fruto de la fabulosa inexperiencia que seduce conocer el Camino sólo de oídas, y desde la capital burgalesa hasta donde me encuentro ahora, la historia es otra muy distinta.
Los paisajes no atraen tanto, el verde deja paso al marrón claro y las rectas son eternas, muchas de ellas pegadas a las carreteras de turno. Se entiende aunque no comparto que muchos se salten este gran trozo del Camino, la llanura castellano-leonesa. El calor se ha vuelto asfixiante y hay demasiados amargados estrategicamente distribuidos por bares y albergues. Es la concentración en el sentido espiritual del reto la que amortigua la falta de fuerzas físicas y, de vez en cuando, morales.
Madrugar mucho y caminar al amanecer tiene efectos terapéuticos. Te obligas a revisar las constantes siluetas que se cruzan en tu Camino, enfocando esa vista tan despierta a pesar de las horas. Nadie te cubre ante cualquier imprevisto. Sombras que no existen, ruidos que te imaginas, la luna llena haciendo su papel, las estrellas que quieren guiarte sin tu saberlo. Observas los inmenos prados que se pierden por los distintos infinitos que te rodean, y los encuentras muy diferentes a los campos del mediodía abrasados por un sol que nos pone a prueba. Es el Camino, él no cambia, varían las circunstancias y nuestra forma de verlas. Como la vida misma. Es nuestro responsabilidad el enfoque que le damos a cada situación para que ella nos responda como esperamos.
La efervescencia de los primeros días deja paso a las incertidumbres de los últimos. Demasiadas preguntas sin respuesta. Hay que seguir. Caminas sólo, echas de menos a los tuyos. Los que están y lo que no. Empiezas hablar con todos, mucho más con los que se fueron. Te enfocas hacia el cielo, los buscas y notas su presencia. Intentas arreglar aquello a lo que ya llegas tarde. Somos así, estamos más que avisados, pero dejamos escapar demasiadas oportunidades que nos hubiera gustado remediar. Encontrar la paz es uno de los mejores premios de la ruta hacia el Apóstol.
Es ahora cuando el Camino empieza de verdad a ponernos a prueba. Duelen los pies como nos duele el alma en la vida. Rendirse sería la excusa fácil. Los amargados del Camino, que los hay y bastantes, no son más que el reflejo de los problemas cotidianos del día a día. Están ahí aposta, son la prueba que debes superar cada jornada, para entender que no es una ruta turística sino espiritual, de pleno conocimiento. ¿No nos plantea la vida algún problema inesperado cada día?.
Las últimas etapas son las más duras y solitarias. Estoy en la fase principal, en la columna vertebral de este peregrinaje, es momento de concentrarse y recordar porqué tomamos esta decisión, ¡que estamos buscando!. Agradecer todo lo bueno que tenemos y pensar en aquellos que lo están pasando infinitamente peor que cualquiera de nosotros, viene muy bien. No hay queja, sino predisposición de ayuda. Me lo demuestran Javier y Magdalena, los hospitaleros del albergue público de El Burgo Ranero. Serviciales, atentos, predispuestos. Un matrimonio que representa la esencia de ese Camino que siempre provee. Que compensa, que desmonta lo negativo y lo transforma en armonía. Eso es el Camino. Ahora sí.
Ayer hubiera huido de Calzadilla como alma en pena, hoy me quedaría a vivir en El Burgo. Es la vida y su reflejo. No hay que darle vueltas, sólo comprenderlo. Una vez conseguido habremos entendido la experiencia. Ahora depende de nosotros formar parte de un grupo o del otro. Las vacaciones no están sobrevaloradas, hay que aprovechar las oportunidades para encontrar el cambio a tiempo.
Mañana prosigue la aventura. Buen Camino.