Desde 1945 las democracias europeas no han hecho otra cosa que negociar, pero la caída del Muro de Berlín en 1989, con su efecto dominó, terminó por disolver a la Unión de Repúblicas Socialistas Soviéticas (URSS). Su modelo de sociedad era antagónico con la democracia liberal que, en el plano económico, se basa en el capitalismo con todos los defectos que se le achacan, pero que ha sido adoptado por aquellos países comunistas, incrementando sus defectos. Sin embargo, en el plano social y cultural, el modelo de democracia liberal tiene fundamentos más difíciles de asimilar, y de ello se deriva un obstáculo como veremos al examinar las fórmulas negociadoras en uno y otro modelo.
El otro obstáculo, más difícil si cabe, es el poder de Putin sobre la sociedad rusa y su nomenclatura política y empresarial. Ha sido muy analizado, pero procede detenernos en algunos aspectos. Putin se formó en la KGB, un servicio secreto que fue creado para mantener el poder sin limitaciones a fin de evitar toda amenaza al sistema. Después, su trayectoria personal en la nueva Rusia se desarrolló bajo el paraguas de dos personajes peculiares. Uno: el alcalde de San Petersburgo, que terminó cayendo por corrupción; el siguiente: Boris Yeltsin, estuvo nueve años en el poder con resultados muy negativos en economía e incluso en conflictos armados; el más notorio fue la primera guerra con Chechenia de la que Rusia tuvo que retirarse sin poder alcanzar sus objetivos.
Yeltsin dimitió en 1999 postulando a Putin como sucesor, el cual tardó menos de 24 horas en mostrar su concepción autoritaria del poder. De entrada, ni llamó a Yeltsin para agradecerle su implicación personal en la campaña que organizó desde el Kremlin para apoyarle. A continuación, quiso enmendar la derrota rusa en Chechenia y emprendió otra guerra en que impuso el control federal ruso con un gobierno títere. Afianzado en el poder y dominando todos sus resortes, Putin tiene hoy el mismo control de Rusia que Hitler tuvo en la Alemania nazi. Incluso ha superado el de todos los lideres comunistas, excepto Stalin, que liquidaba a todos sus rivales. Al fin y al cabo, a Putin solo se le achacan algunos casos de envenenamiento o meter en la cárcel a cualquier competidor.
Con todo, lo que más puede pesar para llegar a un acuerdo entre Rusia y Ucrania es que Putin se formó en un modelo de negociación que se conocía como “estilo soviético”. Lo estudié hace años y se basa en cinco principios:
1) Presentar demandas intransigentes que impiden al oponente cualquier expectativa mínimamente satisfactoria.
2) Quien negocia tiene autoridad limitada, lo que le impide contraer compromisos para que todo se supedite a la aprobación del líder supremo.
3) Ha de elevarse al máximo la tensión sobre el oponente para minar su moral y su capacidad de interlocución.
4) Se interpreta cualquier oferta del oponente como una muestra de su debilidad, de forma que no hay que actuar recíprocamente.
5) Hay que dilatar la negociación y agotar al contrario, tomándose el tiempo sin ninguna limitación.
Quien haya seguido las demandas de Putin y lo que dice su ministro de exteriores Lavrov, tras sus reuniones en Turquía, podrá comprobar la vigencia con la que siguen esta estrategia, cuyo fundamento se explica en la teoría de suma cero:uno debe ganar todo a costa del otro.
¿Y qué conclusión cabe? Me temo que no podemos esperar buenas noticias: la Unión Europea lleva décadas construyendo su convivencia en un modelo negociador integrativo, esto es, el beneficio de una parte no puede hacerse en detrimento de la otra, sino que ambas deben obtener un beneficio común con el acuerdo. Se trata de un concepto inadmisible para una mente modelada por la KGB.
Por atreverme a emitir una opinión: solo una dura y larga resistencia de Ucrania, con más apoyos reales en el plano militar y económico, haría comprender a Putin que debe renunciar a su programa máximo de intentar ocuparla, en su vano intento de reconstruir el imperio soviético que añora.