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Los socios buenos

Los socios buenos

· Por Abel Cádiz

miércoles 09 de agosto de 2023, 11:01h
Primero voy a referirme a tres ministras que combinan juventud y atractivo, ósea que son guapas. Para que no se me enfaden las feministas por el piropo, diré que también es guapo su jefe, que las ha nombrado por lo que él considera un perfil idóneo. No importa que tengan un currículum cortito, fuera de su temprana militancia en el PSOE, pero nunca le harán sombra y lo esencial es que las tres, Maria del Pilar Alegría, Isabel Rodriguez y Diana Morant se distinguen por su desparpajo y, por no buscar un sinónimo más suave, por su cinismo. Unen a tal destreza su inhibición para considerar a los votantes con capacidad de discernimiento limitada, o tal vez están convencidas de que efectivamente no disciernen. Entiéndaseme bien, no voy a meterme con los votantes de Sánchez, ya lo hace un refrán borde, el que dice que sarna con gusto no pica.

Sólo quiero compartir mi estupefacción cuando veo escandalizarse a las tres ministras -y repetirlo cada vez que se ven delante de una cámara- porque el PP ha pactado con VOX en Valencia, Aragón o Extremadura, mientras se afanan en blanquear a los que declaran, incluso con orgullo, que no les importa España. Los tienen por socios buenos mientras demonizan a un partido que se declara respetuoso con la Constitución y termina sus mítines con un Viva España. Cierto que se ha colado en sus filas algún histrión desaforado, pero por ahora no se le conocen militantes puteros con dinero público o ladrones confesos.

Por ello me tomaré el trabajo de desvelarles quiénes son realmente esos socios que no les genera remilgos mientras, sea dicho metafóricamente, desgarran sus vestiduras ante un partido que pide abrirse paso en democracia. Me remonto al año 2012, cuando eran muy jóvenes y tal vez no se enteraron de un acuerdo de los socios buenos para iniciar el proceso de independencia de Cataluña. El pacto, suscrito por Artur Mas y Oriol Junqueras, es un documento de texto largo y rimbombante que encuentra en un condado del siglo XII, que luego dependería del reino de Aragón, el origen de la Generalitat. Sigue con la lista de cuitas que achacan a Felipe V (1714) y añaden luego los agravios de las dictaduras de Primo de Rivera (1923-1930) y Franco (1939-75). A la ingeniería social, iniciada sutilmente por Jordi Pujol, había que encontrar un mantra que calara a los catalanes hasta los huesos: el de España nos roba. Sólo faltaba la hoja de ruta y completar un relato que pudiera venderse en el exterior, destinando un buen pellizco presupuestario a crear unas cuantas docenas de embajadas. Para redondear su proyecto de romper España debían establecer conexión con algunas fundaciones y personajes inquietantes; es cuando aparece el lobby de George Soros Independent Diplomat, el grupo Bilderberg y otros prometedores contactos de Raül Romeva, en su papel de “ministro” de Exteriores de Cataluña, que aseguró tener ya logrado de Letonia, Lituania y Estonia su disposición para reconocer la independencia. Los contactos con el entorno de Putin vendrían más tarde, ya bajo el presidente Puigdemont.

Un relato completo y documentado del plan que llevó a cabo este grupo de personajes ha sido escrito por Pilar Urbano en un libro con el título de El alzamiento. Es la crónica de la manipulación de un pueblo, que deberían estudiar todos los que consideran buenos socios a los indultados del delito de sedición y a un huido de la justicia, obviando que hicieron todo lo posible por romper España y amenazan con volver a intentarlo. Su libro analiza al detalle el juicio impecable que presidió el juez Manuel Marchena, bajo la mirada de Bruselas, en el que declararon los nueve lideres independentistas y cerca de 400 testigos, se adentra en zonas de sombra que permanecían ocultas, deja entrever para nuestro escenario político un cuadro de riesgos que está presente en lo que el sanchismo considera buenos socios, pero que son los enemigos íntimos de nuestra democracia. Un acierto de la gran periodista, digno de mención, es que rescata una advertencia que Felipe González anticipó un año antes. Entrecomillo lo esencial: “la independencia de Cataluña no es posible. Galopar hacia un imposible puede provocar una fractura que cueste muchos años soldar. Y en el caso de que algún día hubiera que decidir sobre nuestro país tendríamos que decidirlo todos los españoles con tanto derecho como el presidente Mas”.

Y ahora caben las exclamaciones de asombro, el suspiro de desahogo, la incredulidad de los españoles que no se sienten atenazados al voto de sigla. No deja de causar impresión, incluso cierto impacto mental, ético y hasta estético, el contemplar cómo los intereses económicos de algún grupo empresarial, la defensa del status retributivo de un cargo, acaso inalcanzable en el sector privado, lleven a prestarse al impudor de intentar demonizar un día sí y otro también a los adversarios políticos. Y a la vez, pretenden que veamos como socios buenos a quienes hacen uso de la tribuna para pregonar su odio al Estado democrático. La Transición nos dio políticos que ahora podemos considerar irrepetibles, como Adolfo Suárez y Felipe González, sin olvidar a Manuel Fraga y Santiago Carrillo, así como muchos de los que participaron como colaboradores. De aquel momento arrancan los más de cuarenta años de paz, hito singular de nuestra historia, que ahora están siendo amenazados por los socios buenos que quiere Pedro Sánchez.

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