Ya es la tercera edición del Festival que organiza la Comunidad de Madrid. Quedarse a dormir allí después de los espectáculos en alguno de sus vetustos y encantadores hoteles, de la cena con amores y amigos en las piedras de la plaza de la Constitución, de la coctelería destilada en las humedades del callejón siguiendo antiguas y secretas fórmulas, pertenece al orbe de la felicidad y es algo que siempre aconsejamos. Porque lo disfrutado se va transformando, extractando, sublimando en vida y el recuerdo de cada edición de va consagrando también y nos hace crecer. Hay en el FIVE una atmósfera mágica hacia nuestro pasado reciente, nos interpela siempre, y entre aquellas piedras habíamos estado una y cien veces en los dominios de la plenitud, asomados al balcón con las contraventanas pintadas de verde serrano.
Dicen algunos que Cervantes y Shakespeare se encontraron, entre la gitanilla y la española inglesa. Y la coreógrafa Cristiane Azem, que todo lo puede con su cuerpo y su mente privilegiados, su fértil imaginación desde que conocemos su obra, ha imaginado su Hamlet castizo y prístino recorriendo los territorios del flamenco y de la danza, en pleno ataque de romanticismo –emocional, sentimental, artístico– y tras una fértil carrera que seguíamos de cerca, luminosa y refulgente en movimiento. Para ello ha reunido a Merche Esmeralda y a Manuel Reyes, que han puesto en escena un ballet flamenco shakespeariano, con su príncipe de Dinamarca y demás familiares de dudosa catadura moral, empezando por su madre Gertrudis (Merche Esmeralda), siguiendo por el usurpador Claudio (José Merino) y terminando por la gentil Ophelia (Azem). El libreto ha corrido a cargo del dramaturgo Joe Occounie, premio Max de las Artes escénicas.
Reyes ha buscado en el drama del Bardo “la llaga del trágico destino del hombre” y lo encontraba “en el pulso vital del flamenco” y también en la danza japonesa del butoh y otras danzas rituales. Por su parte, Cristiane Azem indagaba en “el ser de la tragedia” que ella ubica en la historia del flamenco: “cada paso es trágico, cada taconeo acoge la desgarradora y sublime verdad del inherente dilema entre lo que deseas o abominas, entre ser o no ser”. De tempestuosas relaciones entre madre e hijo saben mucho Esmeralda y Reyes: hace treinta años interpretaron estos mismos roles en la versión de Medea que protagonizaron para el Ballet Nacional de España. Acompañaron a los artistas el contratenor José Hernández Pastor, Claudio Villanueva (guitarra), el percusionista turco Ismail Altunbas, Pablo Rubén Maldonado (piano) Batio Hangonyi (cello) y los cantaores Cristina Regajo y Juan José Amador Moreno.
El tiempo se ha transmutado una vez más en El Escorial en arte y conocimiento, y nos enriquece y habita. Así, los zarandeos del año intempestivo, largo y escarpado a veces, vienen a renovarse en los campos abiertos del Monte Abantos, como si nos corrigiese el curso de la existencia una magia ancestral; no se equivoquen, porque el milagro es humano, de artistas como Azem, siempre tan cerca y tan lejos, lavando finalmente las impurezas que dejamos se nos vayan acumulando sin darnos cuenta entre el cemento, el cristal y el acero capitalinos. En el FIVE anudamos y reanudamos el hilo de la infancia, de la vida misma, en esa arboleda montaraz y misteriosa donde termina cuajando lo que de verdad importa: unos bailaores que se juntaron para dar vida nueva e insólita a los personajes que una vez soñó un poeta de Stratford hace cuatrocientos años.