Desde 2015, nuestros gobiernos han estado 570 días en funciones, es decir, casi dos de los últimos ocho años. Por el contrario, si sumamos los días en funciones de los gobiernos anteriores a 2015 remontándonos a 1979, la suma es de 368 en casi cuatro lustros. Asombroso, desde el comienzo de los ochenta y hasta 2015, en 35 años, ninguno vio más de 40 días de interinidad gubernamental y la media fue de apenas 30 días por año. Sin embargo, desde 2015, los días de gobierno interino se cuentan por cientos anuales y la media cuadruplica a la de los 35 años anteriores. Todo un récord interino. Gobernar mientras se enfría el clavo ardiendo.
El gobierno de Mariano Rajoy desde 2015 superó los 300 días de situación “en funciones” y los de Pedro Sánchez desde 2019 se acercan a la cifra de Don Mariano con más de 250 amaneceres interinos y subiendo.
¿Qué supone un gobierno en funciones frente a uno refrendado? Fundamentalmente la limitación al despacho de temas ordinarios de la función pública de gobierno sin posibilidad de mayores cambios o de toma de medidas que no sean de urgencia extrema o de interés general y que así se demuestren. Sin embargo, ni se pueden aprobar nuevos presupuestos generales del estado, ni se proponen nuevas leyes. Pero también se minimizan los controles parlamentarios y se anestesia la actividad en ambas cámaras. Ley 50/1997, de 27 de noviembre, del Gobierno
No es de extrañar que cada día más y más iniciativas se vean atrapadas en proyectos de ley que no prosperan, que no se cierran nunca o que ni siquiera inician trámite. La actual situación, común en los últimos tiempos, se ha convertido en una parálisis funcional gubernamental que ha hecho de la excepción, la situación cotidiana. Navegamos entre periodos electorales cada vez más cercanos entre sí, con propuestas para formar gobierno que fracasan irremediablemente y procesos de investidura desvirtuados desde el comienzo. Un largo periodo de entreguerras que dura ya ocho años, que permite gobernar sin legislar ni presupuestar, liberando de las responsabilidades a los que elegimos para afrontarlas. Un desgobierno que funciona a través del gobierno en funciones.
Quizá lo primero que habría que hacer una vez se forme gobierno, si es que se forma algún día sea legislar para evitar esta situación anómala, que no solo supone el estancamiento de nuevas leyes y la inoperancia en la actualización de los presupuestos, sino que nos presenta internacionalmente como un país en funciones, sin interlocutores plenamente válidos y en situación de indefinido lapsus gubernamental. Un invitado incómodo que acude a las reuniones sin el reconocimiento de quien si merece plenamente y se ha ganado el derecho pleno de asistir. Una disfunción gubernamental.