¿No votarían en masa los españoles para que se acabase “con los privilegios de los políticos y sus amigos”? ¿No lo harían para eliminar los aplastantes gastos que generan los propios partidos políticos, detraídos unilateralmente del erario público? ¿Tendrían dudas a la hora de respaldar la persecución de los funcionarios que arruinasen el estado de las cuentas de nuestro país? ¿Acaso se opondrían los españoles a prohibir las insultantes condiciones de las jubilaciones de presidentes, vicepresidentes y otros altos cargos gubernamentales, tanto a nivel nacional como autonómico como provincial y local? ¿Sería un escándalo o por el contrario tendría base y respaldo aquí la democratización de los sindicatos, con elecciones en los gremios periódicas, limpias, supervisadas por la justicia y con limitación en los mandatos, en las antípodas del fenómeno de los ‘comegambas’? ¿Sería visto como un dislate el prohibir bajo una cantidad de supuestos perfectamente tasados el que sigan teniendo voz y voto en la vida pública aquellos políticos manchados en el fango de la corrupción?
Es, en efecto, la lógica natural; es el sentido común; es la simple aplicación de la cordura. En otros términos, el impulso del ‘cuerdo Milei’ significa abrir un camino en el que, en la gestión de los asuntos públicos, imperen y operen la sensatez, la prudencia y el buen juicio.
No, no están instalados en el delirio, desde el extremismo o la radicalidad, la minoría de nuestros dirigentes (nadie con tanta visibilidad como el argentino) que pelean contracorriente para cambiar la forma de hacer las cosas desde el poder. La demencia, por el contrario, se instala en los despachos y los pasillos cuando hay gobernantes cegados en dar satisfacción a las pretensiones y los deseos de grupos de delincuentes que, para más inri, como es el caso de los secesionistas catalanes, amenazan con seguir incansablemente delinquiendo.
Y no. No lo verán o reconocerán en el futuro incluso los propios socialistas cuando Sánchez termine de escribir las páginas más negras, como felón, de la historia de España. Ya lo están viendo muchos socialistas que callan ante los atropellos del ‘loco Sánchez’, y que, por tanto, son cómplices con su silencio, colaboradores, cooperadores necesarios de unas heridas de muerte que la casta de izquierdas -pura satrapía indocta- pretende invisibilizar para conservar no un plazo de lentejas sino -ahí están Tito Berni y Koldo-… sus chollos y sus vicios pagados de nuestro bolsillo.