Ya lo dijo Plutarco al referirse al repudio que hizo Julio César de su esposa Pompeya cuando se difundieron rumores de que un tal Publio Clodio Pulcro había intentado tener relaciones con su esposa: “la mujer del César no sólo tiene que ser honesta, debe parecerlo”.
El problema es que, en la actualidad española, se da la paradoja contraria: aunque esté bastante claro que la falta de honestidad es manifiesta, la defensa es criticar al contrario para tratar de que se olviden de las faltas que uno o una han cometido. Es en esta situación cuando me parecería adecuado parafrasear al premio Nobel anglo-hindú Rudyard Kipling, cuando en 1895 escribió aquellos famosos poemas que, hoy en día, si viviera, a lo mejor podría haber enunciado de la siguiente forma:
“Si ves que otros actúan de forma incorrecta y lo desvelas al pueblo sin intentar sacar ventaja ni personal, ni pecuniaria, ni política de la situación.
Si no te dejas llevar por la vanidad y evitas que los signos externos nublen tus valores y tus principios.
Si no mientes, ni omites, ni creas un entorno que sólo sea favorable a tus intereses personales, en lugar de a los de la comunidad que representas.
Si no te rodeas de personas que te adulan pensando sólo en sus propios intereses y no les das oportunidad para que medren y se enriquezcan a costa de los demás.
Si representas a tus ciudadanos y crees que deben ser partícipes de tus decisiones y las defiendes en el parlamento, y si pierdes lo aceptas con gallardía y evitas ganar en los medios lo que has perdido ante los representantes de los ciudadanos.
Si no aprovechas el mal de otros para incidir en la herida y sacar provecho de sus errores, aunque pienses que en el fondo han tenido buena voluntad.
Si asumes que tu servicio público no es eterno sino temporal, y aceptas irte sin condiciones cuando te das cuentas de que ya no puedes aportar nada más al bien común de tus ciudadanos.
Si el día en que dejas tu puesto no tienes más de lo que tenías cuando lo asumiste.
Si no utilizas ni ahora ni luego la información que tienes para tus propios intereses.
Si consideras que la democracia no es un instrumento para lograr tus objetivos, sino para servir y ayudar a los demás.
Si ves a los demás como compañeros y no como enemigos, y pactas con ellos cuando creas que es necesario para el bien de los miembros de la comunidad a la que representas.
Si no utilizas tu puesto y tu influencia para colocar a amigos y familiares en puestos que no se merecen.
Si, te juntes con quien te juntes, les pides también a ellos el cumplimiento con los valores y principios que tu preconizas.
Si no aceptas los votos de los que incitan al mal, aunque de ello dependa tu continuidad en tu puesto.
Si cuando te equivocas lo reconoces y renuncias a tu puesto si tú o tus acólitos han dañado a la comunidad en la que vives.
Si no te defiendes de tus errores o malos actos, tratando de mostrar que los demás son peores que tú, en vez de compararte con los que sí son mejores que tú.
Todo en este país no será de tu dominio, pero serás un verdadero político, alguien que mira por el bien de sus conciudadanos, en suma, un ser humano que se habrá ganado el derecho a ser miembro de la sociedad.”
Y es que los integrantes de su comunidad lo que esperan de un político es que se comporte como un ser humano, justo, equilibrado y deseoso de servir los intereses de los que forman parte de dicha comunidad. Cualquier otra cosa, sólo servirá para intereses espurios y para los que sólo piensan en su propio peculio.
Si sigues un código moral como el que se le exigía a la repudiada Pompeya, no te enriquecerás y serás un político, pero de los de verdad, no de los que quieren utilizar la política para sus intereses personales, defraudando a los que, ignorantes de tu realidad, te hayan votado en las elecciones.
A veces, parafrasear a Rudyard Kipling, ciento treinta años después, puede volvernos a la realidad de lo que ocurre con las relaciones humanas, tanto ahora como en la época de la Belle Epoque, pero la diferencia es que ha pasado ya mucho tiempo y parece que no hemos aprendido nada. La política no puede ser una profesión para colocarse y enriquecerse; debe ser como si, para los que hicimos la mili con lanza, tuviéramos que hacer otra vez el servicio militar y servir a nuestro país, lo cual debería ser un honor, no una “oportunidad” para medrar y enriquecernos.
Así que, vamos a ver si entre todos somos capaces de sanear esa cloaca en la que se ha convertido nuestro parlamento y somos capaces de demostrar, por una vez, que tenemos derecho a aspirar a ser europeos.