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Pensar

· Julio Bonmatí, Observador de masas

domingo 12 de mayo de 2024, 09:50h
Pensar

“No es cordura

querer curar la pasión,

cuando los remedios son

muerte, mudanza y locura.”

Miguel de Cervantes Saavedra

Me preguntaron hace unos días ¿Piensas mucho? Y tras dedicar un tiempo a pensar la respuesta ya la tengo: no se realmente si pienso mucho, eso ciertamente lo desconozco, lo que sí sé con seguridad es que dedico mucho de mi tiempo a pensar y la razón, una vez encontrada es sencilla y breve de explicar: dedico mucho tiempo a pensar hay que reconocerlo porque no valgo en grado pasable, con la justa nota de cinco, para ninguna otra cosa. Y el tiempo libre en algo lo he de ocupar.

Y encima no estoy seguro de valer para ello, a pensar bien me refiero, ni siquiera de hacerlo con un aceptable nivel de acierto; pero al carecer de dotes artísticas, de habilidades manuales y de conocimientos destacados que aporten alguna utilidad solo tengo como ya he dicho una manera de llenar mi tiempo, y se llama pensar.

Pensar para eludir y para reducir: pensar elude los estados de somnolencia e hipnosis al solo poder realizarse despierto y atento; y reduce las contradicciones como la de ser perezoso y a la vez querer ser rico con independencia de la naturaleza de la riqueza a la que se aspire.

Después de tanto tiempo haciéndolo, sé que todavía no lo domino y preciso más entrenamiento, ya he agotado hasta el aburrimiento la mayoría de los campos y materias que me afectan solo a mí, y desde un tiempo a esta parte también dedico no poco de ese tiempo, a modo de simple entretenimiento, a pensar soluciones a problemas que pueden suceder en entornos compartidos con los demás, como colectividad en la que respiro, que me imagino o me invento.

Al trabajar lo justo en calidad y cantidad para garantizar mi supervivencia hasta la hora señalada. Pensar que pienso, y a mayores pensar que poco hay que no ponga en duda, me acerca a tomar conciencia de mi particular existencia; si lo sé, tampoco es original mi pensamiento si solo alcanza a desarrollarse con base en la famosa máxima de Descartes. Máxime cuando ya se sabe que hay más de un tarugo incapaz de pensar ni por confusión que goza de una feliz existencia.

También si soy sincero más que para pensar entendiendo tal acción como la práctica de analizar una situación determinada con fines de mejoramiento; posiblemente en lo que más emplee mi pensamiento sea en imaginar, al dedicar muchos ratos mi mente a idealizar una realidad inexistente; tarea que te etiqueta al final dependiendo del resultado y así: si se materializa en algo alcanzable por los sentidos o la mente que sorprende a los demás eres un genio; en caso contrario eres un inútil y/o un gandul, según si quien opina al respecto carga con tu mantenimiento o está libre de ello.

En mi caso no hay duda al no ser un mantenido en lo material ni en lo emocional, está claro que me libro de ser un gandul por los pelos y quedo solo en inútil; pues cuando me gusta creer que pienso porque me reconforta creerlo, realmente lo que me gusta hacer es buscar imaginarias respuestas y reacciones a imaginarias situaciones, mayormente de esas que te complican por lo menos un poco la vida.

Por ejemplo, imagino que estoy en una gasolinera de autoservicio cogiendo la manguera del surtidor para repostar combustible; llega un coche negro, en paralelo se detiene al otro lado, baja un tipo mal encarado y callado, empalma con una mano una navaja de las llamadas mariposa, se agacha y la clava en dos de las ruedas de mi coche, me señala con el brazo extendido y la hoja de acero brillando, y se va. Y tranquilamente me pregunto ¿Ahora qué hago? Es obvio que aparentemente tengo un problema, pues solo tengo una rueda de recambio; pero bien pensado, -y aquí está la clave en el “bien pensado” que realmente es un “bien imaginado”-, el problema imaginado de repente desaparece de mi mente cuando caigo en la cuenta de que tengo contratada una póliza de seguro que cubre la contingencia de la asistencia en carretera. Al final todo queda en paciencia y espera.

Y de esta manera en una nueva ocasión con la imaginación aderezada de pensamiento basado en las cuatro reglas del método cartesiano -evidencia, análisis, deducción y comprobación- encuentro una imaginaria solución a un imaginario problema; para quedar una vez más exonerado y libre de aplicarme la frase que el insigne filósofo inventor de dicho método dijo justo antes de morir: “Mi vida estuvo llena de desgracias, muchas de las cuales jamás sucedieron.”

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