Sin un ápice de admiración pero sin tampoco quitarle un cierto reconocimiento y su mérito, pues sería totalmente inapropiado y muy injusto hacerlo, rara vez encontré en el triunfador social típico y propio de la Europa Occidental del siglo XXI la gloria ni la épica del héroe arquetípico en su condición de representante de los valores tradicionales colectivos de una nación, y obsérvese que digo nación y no Estado; pues me estoy refiriendo a esa comunidad poblacional que ocupa un delimitado territorio del cual se considera soberana y que se ve a sí misma con un cierto grado de conciencia, diferenciada de los otros, y que trabajando juntos para ello aspira a tener un futuro común.
Supongo que por no tener nada de campeón ni de paladín ni haber en mi existencia ni una muestra de la más mínima gloria, siempre me atrajo la épica, igual sería más apropiado decir la “contraépica”, del antihéroe. La de quien en su continuo andar, casi siempre cabizbajo y con la frente dirigida al suelo pero sin agachar nunca del todo la cabeza, con la mirada torva al paso recorre sin detenerse ni quejarse su camino, frenando solo cuando toca frenar, sin jamás implorar al cielo y mucho menos solo por salir gratis el implorar, y por encima de todo cuidándose mucho de no molestar, por un debido recíproco respeto dado que lo que más valora es su tranquilidad. .
Hay quien, desde su simpleza y por su incapacidad para distinguir, a todos ellos, a los no vencedores los llaman perdedores por igual, ¡Craso error!
A quien un imponderable le hurta lo que se entiende que le es propio por naturaleza, sin la existencia de una ley inmanente que fundamente la titularidad de dicha propiedad, nada más injusto y cruel que llamarlo perdedor. Y si alguien lo hace es un miserable con pase de platino para todas las categorías que existen de la miseria de espíritu, porque es sabido que haber perdido porque te lo han robado no te convierte en perdedor.
Quien no lo consigue porque no lo intenta, cuando sus circunstancias no se lo impiden por completo, podremos calificarlo de cobarde, de vago o de comodón, pero tampoco es acertado llamarlo perdedor; y si luego pretende conseguir algún resultado tras no haberse esforzado es un perfecto estúpido, en el sentido de poseer en alto grado lo que Platón denominaba la “ámathía”, es decir la ignorancia bruta.
El traidor y el desertor si aceptan el castigo tampoco lo son, aunque no es frecuente se agradece que lo hagan sin patéticamente justificar su acción alegando su derecho a cambiar de opinión; al recibir lo que merecen nada se les ha escatimado, por si solos se han ganado su derecho a posar ante el paredón. Obviamente jamás es perdedor el traicionado si oportuna y puntualmente cumplió en toda ocasión con lo que se comprometió.
Quien se la juega con mayor o menor intervención del azar, y bajo su responsabilidad barajando sus probabilidades en la soledad de su mente, si no le sonríe la suerte en el tapete y silente repasa la apuesta para a continuación mentalmente contar las fichas que le quedan disponibles para la próxima mano, sencillamente es un no ganador. Al igual que también es un no ganador quien se prepara con honesta dedicación para cualquiera de los muchos exámenes o competiciones que en la vida nos ponen o nos dejamos poner y, porque ese día no toca por la razón que sea, no se superan de forma airosa.
Es quien tiene múltiples opciones, y previamente a su decisión le pide a otros cualificada información, y es honrada y generosamente informado, y en su egoísmo el muy avispado [con su poca cabeza para tanto aguijón] eludiendo su obligación cívica, se decide por la más arriesgada por ser la más ventajosa para él a corto plazo; y el que venga detrás, que arree.
Y luego por el motivo que sea revierte en el futuro para su perjuicio la situación que el mismo ha provocado por imprudente, exigiéndosele justa reparación, ahora le llaman karma, y con el espolón, que ufano exhibía ante el género que inflamaba sus deseos, desinflado y por los suelos, lloriqueando pide derecho de revisión, mediante la interposición de un recurso de reposición que ha oído por ahí que existe para estos casos, para que le exoneren de reparación y de la sanción; y entonces es cuando estamos ante el auténtico perdedor, ante un malogrado mamarracho que ha alienado por méritos propios su dignidad, si es que algún día la tuvo.
Aquí estamos ante un fracasado de verdad, muy frecuente hoy entre los abundantes impostados triunfadores que en Occidente habitan, que salvo para el santo o la santa, lo que es raro de encontrar, es difícil que genere natural y espontánea empatía; no hay perdida en la derrota del valiente por ser ley de vida, realmente solo se fracasa al perder la dignidad.