Después comienza un extenso periplo de permanente transfuguismo, de continua deserción sin delación respecto a la inocencia con la que llegamos a este mundo. Momento clave es cuando descubrimos la posibilidad de la mentira; alguno tras revelársele la hace suya como herramienta básica en el desempeño diario para toda ocasión y lugar, no dejándola de utilizar ni tan siquiera tras alcanzar un puesto de máxima responsabilidad; más bien al contario si cabe, la usa más.
No me parece descabellado considerar que a cada etapa vital posterior llegamos como consecuencia de un largo, esforzado y vasto aprendizaje, desde luego jamás tan placentero como aquel primero tras el alumbramiento, que nos madura y nos impela a emplear para con nosotros mismos un discurso tránsfuga; ese que tras el debate interno que se precisa para nuestro crecimiento, defendiendo alternativamente tanto lo uno como lo contrario, está lleno de lógicos y naturales cambios de postura y de opinión, pero con consecuencias solo y exclusivamente para nuestra propia persona, sin ningún otro alcance más allá de uno mismo; en cualquier otro caso, cuando se ven afectados los demás aunque solo sea uno, se llama traición y a quien lo comete se le conoce merecidamente como felón.
En su cíclica repetición, lo que nos hace continuos principiantes, siempre al abandonar cada una de las etapas vitales amortizadas y de nuevo empezar la de nueva adquisición, sentimos una contradictoria emoción, la que nos provoca una tristeza por la definitiva despedida de lo que hasta ese momento nos ofrecía lo que ya es inevitablemente irrecuperable, y la que nos provoca la alegría de lo nuevo, de lo que está por descubrir y que cuando eres optimista envuelves con papel de esperanza y de potenciales buenas sorpresas.
Todos somos tránsfugas pero no todos somos fugitivos en permanente estado de huida, la diferencia está en que unos vivimos nuestro transfuguismo vital de forma interna y silente sin alaracas ni aspavientos asumiendo el precio sin queja; y otros, los cobardes que pusieron nido en una sinecura, para poder seguir transitando venden su libertad y al no poder acabar lo que empezaron se buscan como refugio donde recabar amparo y seguir molestando a los demás, ese patético cenagal conocido como el grupo mixto; y lo que es peor tienen la desvergüenza y la mala educación de hacerlo y lucirlo de manera pública.