Este complicado e inédito entorno sirve de privilegiado escenario para reflexionar sobre valores tan importantes y necesarios como el poder en las relaciones humanas; la inevitable muerte; la amistad y el amor en un contexto de supervivencia; la soledad no deseada o el papel de la infancia y la adolescencia en un mundo que ha colapsado.
No es nada sencillo representar un argumento de ciencia ficción sin caer en una dramaturgia trasnochada o poco creíble. Ya nadie habla del fin de los días consigue transportar con éxito y con escasos medios escénicos al espectador a un ambiente natural y primigenio, convertido en un campamento improvisado situado en la sierra norte de Madrid, donde se aportan unas ingeniosas notas de humor y algún que otro monólogo que amenizan ciertamente la función.
Con más de una decena de actores y actrices sobre las tablas, también se permite el lujo de realizar una mordaz y velada crítica política sobre el devenir de esta nueva pandemia. ¿Hay que primar la opinión de los científicos o, por el contrario, debe prevalecer la actividad económica?, se pregunta en un ingenioso y divertido debate televisivo donde quedan claras ambas posturas en un formato desenfadado.
Dirigida por Itxaso Larrinaga y Juan Carlos de la Vega, me gustó especialmente cómo refleja la temática del miedo, un sentimiento que hace que tomemos decisiones -acertadas o erróneas- en nuestra existencia y del que poco se habla generalmente en un paisaje dominado por las casi omnipresentes redes sociales, que en muchas ocasiones distorsionan la realidad de manera inexcusable.
Por último, al dedicarme a la literatura, no puedo dejar de expresar mi beneplácito porque la obra rescate la imprescindible labor del periodismo y de la edición. Alguien siempre tiene que estar ahí para contar lo que pasa y dejar por escrito una evidencia para las generaciones futuras.
Ya nadie habla del fin de los días convierte el teatro en utopía. Es una pieza muy recomendable.