Solo cuando aprendes de lo que sufres, mentalmente maduras; por ese motivo cuando con cincuenta años, que se supone, se espera y más te vale que algo ya habrás sufrido, sigues pensando exactamente igual que cuando tenías veinte años y encima crees que eres un ejemplo de coherencia, en realidad solo eres un perfecto merluzo que no se percata de que lo que exclusiva y realmente ha ocurrido en su vida es que ha perdido treinta años. Y son demasiados años indebidamente desaprovechados para que no se tengan y se paguen profundas consecuencias negativas, la primera de ellas es tener todos los boletos de la rifa para que te toque padecer de neurosis.
Si alcanzada una edad aspiras a poseer ese ganado respeto que alguno se merece más allá del simplemente inherente por tener la condición humana y te quieres liberar del infantilismo llorón con el que vienes al mundo, es estúpido anhelar librarse por completo y para siempre del sufrimiento, por si no lo sabes las leyes inmanentes de la naturaleza no te van a permitir materializar tal deseo.
Para empezar porque esa dulce naturaleza te permite, cuando no te obliga, el alcance de ciertas muy útiles capacidades de supervivencia para luego, tras haberlas podido explotar y disfrutar satisfactoriamente al máximo, sin ninguna sutileza y sin admitir por tu parte ninguna oposición a un proceso degenerativo inevitablemente ir mermándotelas poco a poco. Es más, en una demostración de su natural ironía nos dotó de ingenio suficiente para que inventásemos el espejo y así poder visualmente disfrutar de no perdérnoslo.
Padecer tiene mucho que ver no con las muchas o pocas opciones que tienes en cada momento sino con la calidad de estas, y es curioso que habiendo casos donde la causa es la opulencia, casi siempre se identifica al sufrimiento con la carencia olvidando que aquel que necesita mucho tiene que resolver mucho y dada la limitación de tiempo que a todos nos embarga se ve obligado a seleccionar rápido y mal. De forma y manera que al tener que elegir con prisas lo adquirido satisface poco o nada y se vuelve de nuevo al punto de partida, a estar descontento y a ser un continuo inadaptado sin causa objetiva, lo que se conoce como un perfecto neurótico.
En teoría la primera reacción frente al sufrimiento debe ser la aceptación, como base para la ejecución de una nueva acción que haga viable el crecimiento, única reacción válida cuando te encuentras en unas fastidiadas circunstancias, con el propósito de convertirte en lo máximo que puedes llegar a ser con tales vientos en contra. Si lo consigues vences al sufrimiento y disminuye, sin que felizmente nunca desaparezca del todo para no olvidar lo aprendido, significativamente lo que sufres.
En la práctica la teoría anterior es posible ponerla en marcha solo a partir del segundo sufrimiento, en el primero es del todo imposible hacerlo, este [primer sufrimiento] como debutante nos sirve para errar en los remedios y abundar en las equivocaciones como inevitable premisa necesaria para aprender en carne propia, única forma de hacerlo en estos casos, y así finalmente dotarte de una experiencia capaz de poder ofrecer una oportunidad al acierto.
Por eso, de esta manera considero que queda acreditado lo que he comenzado diciendo que no es bueno sufrir, pero es bueno haber sufrido, porque así al tener ya por lo menos una primera experiencia, ya has podido aprender la teoría y ya estás preparado para aplicarla en la práctica a partir de la segunda y ulteriores ocasiones, que no dudes que las habrá, solo es cuestión de tiempo.
Si nunca has sufrido, e hiciste caso omiso al aviso inicial porque te pudo la curiosidad, ya sabes lo mucho que tienes en tales lides de ignorante y en este caso, por ser inherente a ello, también de memo para enfrentarte a tales cuitas, lo cual si quieres empezar a paliarlo me temo, que dada la carencia de la que ya eres consciente, vas a tener que empezar a sufrir por ello.