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El duque de Sevilla: un caballero y un ejemplo de nobleza

· Por Manuel Ruiz de Bucesta, Director del Instituto de Estudios Históricos Bances y Valdés

viernes 23 de mayo de 2025, 11:15h
Francisco de Borbón, V Duque de Sevilla, ​ Grande de España (D.E.P.)
Francisco de Borbón, V Duque de Sevilla, ​ Grande de España (D.E.P.)
Era un hombre tranquilo, paciente y cercano, fue una persona brillante en todos los ámbitos de la vida y, sin duda, un caballero tan extraordinario que es difícil poder transmitirlo tan solo con la palabra. Llegó al mundo como cualquiera de nosotros y tuvo una educación sólida, de aquellas que se manejaban con disciplina, pero había algo bien grande, y es que en su corazón llevaba tanta generosidad que su forma de ser le permitió integrarse perfectamente con todo el mundo.

La cortesía nunca ha sido una contrariedad ni un impedimento para formarse, diría que es algo substancial y que recoge muchas cosas buenas. Francisco de Borbón trae a la memoria a un hombre de una gran nobleza que poseía multitud de cosas buenas, sobre todo porque atesoraba en sí el antiguo ideal de los caballeros y de la propia historia. El duque de Sevilla ha demostrado con sus actos poder ser conocido como el auténtico noble español, ilustre de sangre y también de espíritu, era un hombre que siempre era bien recibido -en todas partes-, porque tanto su trato como su cordialidad eran excepcionales.

Bien diría que la glosa general y popular equivocará la nobleza con lo esplendoroso de las genealogías, que acotarán la definición en las uniones familiares o en las grandezas de los pasados, dejando de lado el verdadero y generoso compendio de virtudes que realmente son la demostración de un esplendor. La nobleza es sinónimo de generosidad, de altruismo, de brillo y grandeza, a más de lealtad y clase, es un conjunto de virtudes que logran hacer a una persona querida. De ahí la educación, pero una educación a manera de instrucción en donde la corrección, la urbanidad, la doctrina y la caballerosidad tienen que portarse a modo de guion y ser el distintivo que marca el respeto al prójimo. La consideración que debemos a nuestros iguales tiene que forjarse sin miramientos, aunque ello nos exija una porción de comedimiento. También, y no menos importante, no debe de mostrarse reparo en enseñar los valores del honor y el nombre que hemos heredado.

Francisco de Borbón ocupó el cargo de Consejero Magistral del Real Cuerpo de la Nobleza del Principado de Asturias y llevó con gran brillantez este puesto. Gozaba también de dos grandezas, una de España por su título de duque de Sevilla, y otra que es aún más grande, la del corazón. Para este humilde amigo suyo que hoy le llora, esa segunda grandeza siempre la he creído su mayor y más grande atributo, un sello particular con el que vivió en la sociedad, pero incluyó además un matiz de importancia que fue el de proscribir de su comportamiento el abuso, la injusticia, el desprecio o la iniquidad. Los buenos valores los dejó bien impresos en sus hijos que, sin duda, han recibido una instrucción sobresaliente. Hoy lloran por la tristeza de la muerte de un padre, quedan huérfanos, pero les ilumina la honestidad que llevan en sus corazones por esa enseñanza transmitida.

El duque de Sevilla sirvió bien a la nobleza y lo hizo durante los días de la batalla de la vida, en donde padeció grandes dolores y también celebró notables momentos. Era un buen hombre y lo era de palabra, ¡que no es poca cosa! Recuerdo que un día le decía que era indudable que a un hombre se le puede arrebatar todo, hasta la misma vida, pero que de ninguna manera le podrían hurtar por completo la libertad de su elección más privada, con la que cada uno puede decidir cómo recorrer su camino y que esa decisión, al final, será la que decidirá su destino. Pero a veces la casualidad nos desorienta en una forma de fatalidad porque hay desventuras que nos hacen perder hasta ese sendero, lo que resulta una especie de juego de la naturaleza que puede resultar una condena, y aquí están las lamentables pérdidas familiares, sobre todo de un hijo, que es lo más duro por lo que puede pasar un padre.

Personalmente diré que me queda un buen recuerdo suyo y también que me siento extremadamente honrado, porque he gozado de su aprecio, pero también porque me dio la más grande dignidad que puede recibir una persona de sus semejantes, que es, llamarme amigo. Es innegable que la amistad es un generosísimo gesto y un reconocimiento de tan alto valor que en la pirámide de las virtudes ocuparía uno de los primeros puestos.

Querido amigo mío, hoy tu camino por la tierra ha terminado y ahora comienza otro nuevo, arriba, en lo más alto, junto a Dios, quien no me cabe duda de que te tiene asignado un estrado junto a los más grandes hombres de nuestra vieja España.

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