Visionarios como los citados Musk y Bezos lideran una época de innovación sin precedentes. Sin embargo todos ellos deben lidiar con el cartesiano debate entre regulación e innovación, con una presión gradual de gobiernos y organismos internacionales alarmados por las implicaciones sociales y financieras. El regreso del tycoon neoyorkino al despacho oval en Washington y el protagonismo del empresario surafricano - al frente del Departamento de Eficacia Gubernamental (DEG) – alimentan nuevas dinámicas para las conocidas Big Tech. Es previsible que Trump ofrezca una aminoración de las restricciones antimonopolio al ser asesorado por un multimillonario que desafía a los entes reguladores imponiendo estándares alternativos. Starlink proporciona conexión a Internet a cuatro millones de usuarios, una gran parte de ellos asentados en zonas remotas y sin alternativas.
Siguiendo el ejemplo de Musk en X, también Mark Zuckenberg – otrora dudoso adalid progresista – optó el pasado 7 de enero por eliminar los fact-checkers en las redes sociales Facebook e Instagram en aras de una más que cuestionable “libertad de expresión”. A principios de abril dio la orden de clausurar la sede de Barcelona. De tal manera ha implementado una fuerte desregulación en el filtrado de contenidos de los usuarios norteamericanos. De momento el creador de Facebook no ha notificado cómo se regulará Meta en Europa al existir leyes y normativas más estrictas sobre políticas de moderación y deteniendo los usuarios más autonomía en la denuncia de informaciones engañosas. Equilibrar la regulación y el progreso se convierte en un urgente desafío.
En un informe redactado en noviembre de 2024 la consultora Standard & Pool advirtió del desorbitante incremento de los gastos de las principales multinacionales tecnológicas entre 2023 y 2027. De 170 millones presupuestados hace un dos años a más de 250 millones de dólares. Amazon y Alfabeth lideran similares desembolsos seguidas por Meta, Microsoft y Oracle. Cuantías que van dirigidas a fortalecer la infraestructura tecnológica de sectores estratégicos como la computación en la nube, Inteligencia Artificial (IA), la conquista del espacio y el desarrollo armamentístico.
Pero los mercados potenciales son bastante más numerosos. En el panorama digital el colectivo GAFAM (Google, Amazon, Facebook, Apple y Microsoft) domina áreas claves como la publicidad telemática y la mensajería instantánea desarrollando ecosistemas endogámicos e interconectados. La citada NVIDIA ha logrado dominar el sector de la IA gracias a sus microprocesadores, se aconseja la lectura del ensayo “La guerra de los chips” de Chris Miller, fundamentales para aplicaciones como el reconocimiento facial y modelos de lenguaje.
En el sector espacial y de defensa SpaceX y Blue Origin han revolucionado la industria reduciendo los costes de lanzamiento y abriendo la veda a la anhelada colonización de otros planetas. El coloso de Musk, determinante a nivel geopolítico y de seguridad, enseña como la infraestructura privada amortizará el papel monopolista de una NASA que ya depende de la innovación y del progreso de similares mastodontes tecnológicos. Desde principios de siglo los gigantes digitales lograron capitalizar los huecos regulatorios para consolidar amplios márgenes de maniobra. De tal manera han obtenido el control de algunas infraestructuras críticas, originado monopolios en varios sectores e influido en la opinión pública y en la política internacional. Únicamente en 2018 el Reglamento General de Protección de Datos en Europa interfirió en un modelo de negocio que se basaba en el seguimiento de usuarios sin ningún consentimiento y favorecía prácticas abusivas de dumping fiscal.
En 2020 la administración Biden procuró reforzar normativas antimonopolio contra las grandes tecnológicas que se lucraban de prácticas anticompetitivas. Pero con el regreso de Donald Trump y la llegada de Musk al gobierno es altamente probable un retroceso hacia medidas permisivas y favorables a las Big Tech. El viraje de Meta, Amazon y otras empresas anteriormente cercanas al partido demócrata sólo tiene una explicación: desprenderse de cualquier acusación de hostilidad hacia la nueva administración. Fíjense en los cambios directivos de Meta. Joel Kaplan, ex subjefe de gabinete de la Casa Blanca con George W. Bush, ha sido nombrado jefe de política global a expensas del ex viceministro británico Nick Clegg. El mandamás de la Ultimate Fighting Championship (UFC) y sujeto muy cercano a Trump, Dana White, se ha unido a la junta directiva de la compañía. El sonrojo es atronador.
La influencia de las Big Tech dependerá de la capacidad de adaptarse a los desafíos estratégicos como la adaptación a nuevos enfoques legislativos, fortalecer la confianza de los consumidores y solidificar la posición en los mercados. El repentino surgimiento de directos competidores como DeepSeek y el avance de China en el desarrollo de la Inteligencia Artificial (IA) colocan a los mastodontes norteamericanos ante varias disyuntivas.
Una regulación excesiva nivelaría el campo de juego, pero el informe Draghi sobre competitividad europea destaca como el actual marco normativo de la UE obstaculiza la innovación y el crecimiento de las pequeñas y medianas empresas (Pymes) en el sector digital. El coste de cumplimiento supone una carga desorbitada y facultan el dominio de los grandes actores. De tal manera se corre el riesgo de desalentar la innovación y agrandar las desigualdades entre competidores.
Al mismo tiempo, la sostenibilidad ambiental representa otro desafío crítico. Los centros de datos y las actividades de extracción de minerales raros contribuyen al 4% de las emisiones globales de gases de efecto invernadero, superando el tráfico aéreo. No es baladí que formaciones de la izquierda radical estén movilizándose denunciando la proliferación de almacenes digitales en la Comunidad Autónoma de Madrid. Al ser la vivienda una temática instrumentalizada por el Gobierno y la oposición, es imperativo rebuscar otros argumentos de legitimización popular.
De cara al futuro se requiere equilibrar lo público y lo privado. El enfoque colaborativo representa sin lugar a duda la forma más efectiva con una regulación clara y transparente que posibilite el desarrollo tecnológico manteniendo la equidad y la sostenibilidad. Lo digital se ha convertido en el motor de la economía global. Dependerá de las grandes tecnológicas y de las instituciones allanar el camino hacia un progreso compartido.
Progreso que la dinamitaría ofensiva arancelaria del magnate norteamericano pone en entredicho. Si a mediados de enero las grandes tecnológicas abrazaron la reelección de Trump con la ilusoria e trivial esperanza de un entorno más favorable, las trabas al libre comercio, la presión regulatoria y los choques por la migración han agrietado esa sintonía antes incluso de cumplir los cien días. Silicon Valley, o Austin al hilo de la masiva deslocalización de Apple, Tesla y Google por los incentivos comerciales y rentabilidad económica, no obedecen a ninguna ideología. Únicamente a la rentabilidad financiera.