Acaba de publicarse el libro en que Puigdemont se explica. Tras leerlo, su actuación podría definirse como la de un kamikaze. El Diccionario de la RAE ha adoptado este término japones con cinco acepciones: una para describir al piloto que se lanza contra el enemigo con su avión; otra para la persona que realiza una acción temeraria con propósito suicida. En el caso que nos ocupa es la que adoptó Puigdemont, si bien cabe decir que él nunca creyó que le llevara a ello, pero si salía mal su suicidio político podía transformarlo en una imagen de presidente exiliado.
Quien sabía cómo era el personaje al que propuso para presidir la Generalidad, era Artur Mas. El perfil de Puigdemont era perfecto: un hombre que apenas había salido de Girona, donde vivía ensimismado en su independentismo mental y había alcanzado a ser, por el mérito único de su militancia, alcalde de la ciudad. Para el astuto Mas sus condiciones eran idóneas: un fundamentalista que asumía el cargo aceptando el equipo de gobierno que le nombraban. No le importaba ni el quién, ni el para qué. De hecho, no se conoce de él ni una sola referencia a problemas de gestión: el empleo, la sanidad, la educación, la economía, no merecen un solo párrafo en el libro que Puigdemont ha escrito. Solo iba a dedicarse a un objetivo para dos millones de catalanes: conseguir la independencia.
He comprado su libro motivado por los artículos de Arcadi Espada. Entono el mea culpa porque, además de sumar unos euros a los derechos de autor de Puigdemont y su acólito Xevi Xirgo, asumía a priori el sufrimiento de leer sus 700 páginas. No obstante, lo consideré una obligación. En mi HISTORIA DEL PODER, editado por la Fundación Emprendedores, había dedicado amplio espacio al análisis del Procés y al origen histórico del problema catalán, hasta llegar a la situación presente, reiniciada después de Franco con el triste resultado que conocemos. Tengo por cierto que el nacionalismo en todas sus formas: supremacismo, insolidaridad, sentimiento identitario, etc., aparte de quedar marcado en la historia por ser origen del gran drama de la Primera Guerra mundial, vuelve a ser una amenaza para Europa. Es como un cáncer que se reproduce y que no puede darse por curado.
Arcadi, a su vez, afirma tras su propia lectura que el término adoptado en la sentencia del Procés, no es apropiado. El Tribunal buscó suavizar la calificación del delito de rebelión y para ello consideró que aquello sólo fue una “ensoñación”. El libro -dice Arcadi- se encarga de demostrar lo contrario, fue un plan preconcebido y ejecutado. Es más, Puigdemont confiesa en el prólogo que si ha decidido publicar sus papeles (casi un diario de campaña) es porque en el futuro reconocimiento internacional de la república catalana hay un momento fundacional que él protagonizó con la declaración de independencia. Es un proceso, repite, que no tiene marcha atrás. Así, pues, el inicio de su mandato arranca con una promesa: conseguir la secesión en dieciocho meses. El instrumento para lograrlo será el referéndum y su prioridad conseguir el reconocimiento internacional de Cataluña. A Mas se lo dijo con claridad: Si lo que querías es un candidato a la Generaltat no soy yo. Si es para conseguir la independencia, entonces sí: “haré ese trabajo, seré como un fusible, dispón de mí. Y si tienes que fundir el fusible, hazlo”. Es por lo que, para definir tal conducta, no he encontrado otra palabra mejor que la tomada de los japoneses: kamikaze. Y así es como va desarrollándose la actuación de nuestro personaje a lo largo de su denso relato que concluye con su huida a Bruselas bajo el amparo de los nacionalistas flamencos, cuyo peso político en Bélgica es conocido por su participación en el gobierno.
Puigdemont vive en su burbuja, se desentiende de toda realidad que no coincida con la que él ha creado. Recrimina a todo aquél que emita una opinión sobre que la sociedad catalana está dividida por el Procés. Incluso en su primera entrevista con Pedro Sánchez, cuando éste ya es líder del PSOE, le advierte severo: “nunca más menciones que hay un problema de convivencia en Cataluña.” Sin embargo, Puigdemont encontrará escollos en su camino. Provienen de las personas de su entorno, empezando por Oriol Junqueras, con el que confiesa no tener “química.” Junqueras es vicepresidente de la Generalitat y líder del partido coaligado ERC. Es su rival electoral, el que gana en las encuestas, aunque no llega a consumar ese resultado en las urnas. En el libro, Puigdemont no dejará de darle pellizcos que erosionen su figura; casi todas las acciones que cuenta de Junqueras van acompañadas de un pero corrosivo. También en el propio partido del presidente, aparte de las medianías que proliferan, hay quienes cuestionan los tiempos. Otros piensan en el dinero del día siguiente que también les afecta (son sueldos que rondan los seis mil euros mensuales).
Para superar tales escollos Puigdemont, desentendido de la acción de gobernar para todos los catalanes, se ocupa intensamente de hablar con cónsules diplomáticos, embajadores y se trastorna de alegría cuando excepcionalmente le recibe algún Ex. Uno de esos momentos estelares lo alcanza en un viaje a Estados Unidos y ser recibido por Jimmy Carter que tiene a la sazón más de noventa años y fue el 39º presidente americano. Puigdemont le dirá en esa entrevista que él es el 130º presidente de la Generalitat. En el mundo imaginario del independentismo se inicia la cuenta de los presidentes en el siglo XIV, merced a que un historiador afín considera presidentes a los eclesiásticos nombrados para representar a la corona de Aragón en el condado catalán.
Puigdemont no duda. Persistirá con absoluta fijeza en su objetivo; acusará en todos los ámbitos a España de no querer dialogar, porque para él dialogar es admitir que Cataluña se independice. Aceptaría eso sí, alguna variante: señala que podría pedir a Rajoy el reconocimiento previo como nación. Así -escribe- se abriría paso para reclamar luego el derecho a decidir que tienen todas las naciones. Lo que nunca podría esperar Puigdemont es que la actuación del gobierno de Rajoy le proporcionara tantas ocasiones de queja ante sus interlocutores internacionales. El presidente español, tibio, perezoso, refractario a cualquier situación que originara “líos” ocupa no poco espacio en el relato de Puigdemont que, reunido con Juan Luis Cebrián en noviembre de 2016, escucha de éste lo siguiente: “El presidente Rajoy tiene la teoría de que no hace falta hacer nada, y eso me preocupa”. Nosotros -responde Puigdemont- no daremos marcha atrás en nuestra hoja de ruta.
En un próximo artículo describiré actuaciones de Puigdemont en los atentados de Barcelona, en la convocatoria del referéndum , al papel de las entidades soberanistas y a las advertencias de grandes empresas de Cataluña. Y me tomaré el permiso del lector para exponer mis propias conclusiones sobre el independentismo.