En pleno desarrollo de la Pandemia a nivel mundial, muchas son las voces que se levantan cuestionando la viabilidad/utilidad de las Naciones Unidas. Después de 75 años de su existencia la ONU ha afrontado graves crisis humanitarias, intervenido en cientos de misiones de pacificación y arbitrado en conflictos internacionales de alta, media y baja intensidad. Sin embargo, muchas son las lagunas respecto a la eficacia de su trabajo y el alto coste burocrático de su personal adscrito y de las acciones que realiza.
Imprescindible en la gestión de la “Guerra Fría”, Naciones Unidas ha ido perdiendo fuelle en el presente siglo, quedando relegada a un mero centro de coordinación de políticas globales, incluidas las de pacificación, desarrollo, igualdad, educación, medio ambiente, etc. Durante este tiempo se ha ido dotando de una superestructura, con un personal con salarios abusivos, una burocracia que la hace lenta y mastodóntica, con un nivel de eficacia que deja mucho que desear.
Todos los gobiernos coinciden en señalar que si la ONU no existiera, habría que crearla; pero al mismo tiempo, todos coinciden indicando que precisa de una transformación y adaptación global si realmente quiere afrontar los retos como organismo multilateral en los próximos decenios. Un organismo internacional como las Naciones Unidas no puede ir a remolque de las incidencias mundiales sino adelantarse a ellas, con un alto grado de previsión que logre evitar las improvisaciones de su intervención y el alto coste que ello conlleva.
Unido a ello, habría que dar un salto cualitativo en sus funciones de emitir directrices, recomendaciones y orientaciones, dotándose un cierto nivel ejecutorio de las políticas mundiales necesarias. Lejos estamos aún de contar con un “Gobierno Mundial”, pero es imprescindible caminar hacia ese rumbo en un mundo globalizado. Un Gobierno Mundial que emita políticas globales que marquen la tarea de los distintos gobiernos nacionales y cuente con los medios necesarios para evaluar su cumplimiento en cada rincón del planeta. Más poder orientador y también sancionador.
Si la ONU no se resetea y afronta los nuevos retos necesarios, la realidad mundial irá cambiando muy lentamente o casi nada. Los gobiernos nacionales (imbuidos en su práctica de hacer política para las próximas elecciones y no para las próximas generaciones) se encuentran demasiado cómodos con el actual funcionamiento de Naciones Unidas, pues hacen y deshacen a su antojo, sin asumir en su totalidad ninguna de las cartas que ellos mismos aprobaron en distintas Asambleas Generales de la organización.
Hace falta refundar la ONU desde una perspectiva social, pensando y organizando desde la realidad humana asimétrica en la que vivimos, más económica, más ágil, con más poder y mucho menos burocrática. De lo contrario, la población mundial les volverá la espalda ante su incapacidad para resolver, con la previsión necesaria, los avatares a los que nos enfrentamos y seguiremos viviendo en un planeta donde cada gobierno caduco impondrá sus propios criterios y prioridades. No es una cuestión de maquillaje o de reforma, se trata de un borrón y cuenta nueva, una transformación real que consiga que nos sintamos más humanidad.