Los había oído tantas veces, en ese orden u otros y en relación con alguien conocido, que decidí usarlos para un experimento. Decirlos de corrido a algunos conocidos, frente a ellos o por teléfono. Podía haberlos unido con una pregunta, pero no lo hice. Lo solté así, uno tras otro, sin más: Psicópata, narcisista, trilero, mentiroso. No fue sorpresa, pero todos apuntaron los nombres Presidente de Gobierno y Pedro Sánchez, hoy referidos a la misma persona, en una proporción concreta: Presidente 20 %, Sánchez 80%. Además, no todos pero sí la mayoría, aportaron calificativos, unos propios y otros ajenos recogidos de fuentes varias: Fullero, egocéntrico, felón, chulo-playa, superhéroe sin capa, Napoleón de sauna gay, cobarde, ególatra; hubo hasta un ‘tontoelhaba’ despectivo con tanta prosopopeya como fuerza semántica.
Pedro Sánchez es hoy el presidente del Gobierno de España y, como tal, merece respeto. Con su nombre asociado a los calificativos del título y a otros que están en el ambiente y difunden los medios de comunicación, él y la Presidencia del Gobierno están soportando un quebranto que conviene evitar, o al menos atenuar. Califíquese a Sánchez como cada cual entienda o quiera en privado o en público. Pero, en interés de todos, incluso de él mismo, hay que preservar y defender el buen nombre y la entidad de la Presidencia del Gobierno de España.
A la hora de enfocar el asunto, hay algo que tener en cuenta. Unas cuestiones menores, que afectan al caso actual: Cómo, cuándo, dónde y qué instituciones deben actuar. Quienes son responsables de la situación y como corregirla o repararla, etc. Y otras de mayor calado, para conseguir que la Presidencia del Gobierno de España no quede expuesta a la contingencia de una situación, como la actual, incompatible con el bien-hacer.
De momento, se antojan fórmulas para evitar el menoscabo de la presidencia del Gobierno: Una próxima, casi inmediata, por dimisión voluntaria de Pedro Sánchez. Otras dos, más largas y ajenas a él, con el retiro de los apoyos parlamentarios que lo mantienen en la Moncloa, o una Moción de censura constructiva, porque así lo marca la Constitución, para sustituirlo al frente del Gobierno. Y, por ultimo, prevista en la Constitución, convocatoria de elecciones generales para que el electorado decida qué hacer.
Por lo visto, si de cada cinco personas, cuatro creen que el deterioro de la figura presidente del Gobierno se debe a la personalidad de Sánchez y sólo una estima que se debe a su condición de presidente, podría fiarse en él la enmienda del entuerto. Sin embargo, siendo Sánchez el motivo del desastre y teniendo éste una importancia que excede a su entidad personal, no parece adecuado fiar en él. Ha podido, y puede, apartarse de la presidencia con lo que podría ser una dimisión honorable. Pero hasta ahora no lo ha hecho. Antes de la pandemia, a lo largo de ella y cuando estamos a punto de superarla, pudo ser una excusa la necesidad de sumar energías nacionales para hacer frente a la situación sanitaria y a las crisis consecuentes, pero, por lo visto, esa necesidad no se ha tenido en cuenta y sólo se ha aprovechado para dilatar la presencia de Sánchez en la presidencia del Gobierno. De cualquier forma, aunque solo una de cada cinco personas crea que el perjuicio se debe a la condición de Sánchez como Presidente de Gobierno, existe un deterioro que es necesario reparar. Porque no basta con que Sánchez se apunte al oficio de dar buenas noticias, reales o inventadas, mientras se esconde ante el público y los medios de comunicación para no ser denostado. Es necesaria una presidencia del gobierno sólida, transparente, respetada por todos, y honorable.
Psicópata, narcisista, trilero, mentiroso. Son calificativos que hay que erradicar. Son incompatibles con la entidad y honorabilidad de la Presidencia del Gobierno de España. Pero ahí están. Sin dedicárselas a Sánchez, por el respeto que merece la presidencia del Gobierno y para evitar consecuencias, reneguemos de ellos: Psicópata, narcisista, trilero, mentiroso.