En esta puja en el dominio internacional cada potencia busca configurar sus influencias en sus patios traseros. Rusia en Europa oriental, Asia central y en el Oriente Próximo. En cambio, China en la región del Indo-Pacífico, pero ambas potencias están unidas en el desarrollo del proyecto de dominación imperial chino de la nueva ruta de la Seda.
Es claro que con el galopante declive de Estados Unidos y de Europa, el péndulo se desplaza de occidente hacia Asia. China, Rusia e India se proyectan como las potencias que le disputan ese poder a Estados Unidos y Europa.
Ucrania es la escenografía de una guerra cruel y multidimensional: bélica, satelital, de comunicaciones, económica y financiera, donde Rusia, Estados Unidos y China rivalizan por el reparto del poder mundial. Un conflicto donde Ucrania y Europa son simples fichas de diversos mosaicos de intereses políticos, militares, económicos, financieros, armamentistas y estratégicos de los dos bloques.
Una guerra que se fue prendiendo a fuego lento durante tres décadas por la sistemática doctrina de expansión de la influencia de Estados Unidos y con su aparato militar de la OTAN hacia las goteras de Rusia. Moscú durante años soportó como Estados Unidos erosionaba sus áreas de influencias con las incorporaciones de 14 países que formaron la Cortina de Hierro de la antigua Unión Soviética.
La apuesta de Rusia en los últimos dos decenios ha sido buscar recuperar la influencia global que perdió con la desintegración de la Unión Soviética. Su política de reconstrucción imperial ha tenido tres grandes ejes: el fortalecimiento económico, militar y geoestratégico con la expansión de su política energética en el mundo. Rusia con la propuesta a Estados Unidos de renegociación de su seguridad y la de Europa, lo que pretende es repartirse con la Casa Blanca el control de Europa y así recuperar sus antiguos dominios en Europa oriental.
La guerra se prende cuando Estados Unidos decide no negociar el reparto de Europa y no renuncia a los intereses estratégicos en Europa oriental y Asia central. Estados Unidos como potencia no está dispuesta a ceder ni un milímetro de su hegemonía global. Tampoco, los rusos y los chinos están dispuestos a ceder sus áreas de influencias a los estadounidenses.
Por eso es interesante examinar como se desarrollaron las votaciones de los países en la ONU contra la invasión rusa a Ucrania. De los 193 países, votaron 176, de los cuales 94 con Estados Unidos para condenar a Rusia, 24 en contra de la condena y 58 abstenciones. La clave de aquellas condenas no están en las cantidades países que votaron condenando a Rusia por la despiadada invasión a Ucrania, sino como votaron las potencias globales y emergentes.
Entre los 82 países que votaron en contra de la condena y los que se abstuvieron de votar están las claves para comprender como se están configurando los dos grandes bloques en este nuevo orden mundial. Con Estados Unidos se alinearon los miembros de la OTAN y la UE, Australia, otros países de Asia, África, América Latina y el Caribe, pero con la excepción de las potencias europeas, Australia y Canadá, los otros países no tienen peso en la política internacional.
Entre tanto, Rusia conto con el apoyo sigiloso de tres potencias nucleares de Asia: China, India y Pakistán y gran parte de los países del mundo islámico y el mundo árabe en cabeza de potencias regionales como Irán, Arabia Saudita y Egipto. Un asunto que poco se analiza por las cascadas tergiversaciones y manipulaciones informativas. También se alinean la gran mayoría de los países africanos y en especialmente de las tres principales potencias africanas: Egipto, Nigeria y Sudáfrica y en América Latina Brasil, México y Argentina. En conclusión: la guerra de Ucrania está marcando el fin de la globalización y el surgimiento de los regionalismos.