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Entrevistamos a Ignacio del Burgo, autor del libro ‘El trono en llamas. Los tres días que precipitaron la caída de alfonso XIII’ (Última Línea)

«La Segunda República fue una enorme estafa democrática, hecha a medida de media España»

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· Para el autor, es «incomprensible que un sistema democrático como el actual, que ha procurado a España el mayor periodo de paz, progreso y libertad de su historia, sea cuestionado de forma permanente»

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El 11 de abril, el abogado Ignacio del Burgo (Pamplona, 1973) presentó en El Corte Inglés de Pamplona ‘El trono en llamas. Los tres días que precipitaron la caída de alfonso XIII’ (Última Línea), una historia novela, que no novela histórica, como recalca el autor, que explica por qué el monarca abandonó España.

93 años ya de aquellos sucesos. El rey se fue para que no se derramara sangre española. ¿Por qué su marcha solo pospuso ese derramamiento de sangre?

El rey, con su marcha, quiso evitar que España se desangrara en un enfrentamiento fratricida. «Ni una sola gota española por mi causa», dijo a quienes le instaban a resistir a toda costa. Ocurre que la república surgida tras su marcha fue una enorme estafa democrática. Lejos de unir a los españoles, nació con una Constitución intolerante, radical y sectaria, hecha a medida de media España, y desató un ambiente irrespirable de violencia política y persecución religiosa ante la inhibición de los sucesivos gobiernos. Quienes, tras la marca del rey, anhelaban una república civilizada, fueron los primeros decepcionados. El fiasco fue mayúsculo. Ortega, con su célebre “no es esto, no es esto”, no pudo expresarlo mejor.

Tras las elecciones municipales del 12 de abril de 1931 había más concejales monárquicos que republicanos. ¿Por qué la moral de los ministros monárquicos estaba tan baja en esos tres días?

Las candidaturas «antisistema», de republicanos y socialistas, que concurrían en listas unitarias, se alzaron con la victoria en las grandes ciudades y la mayoría de las capitales de provincia. Los partidos del pacto de San Sebastián, unidos con el propósito de derrocar al rey, aprovecharon el resultado de las municipales para lanzar a sus partidarios a las calles exigiendo la marcha de Alfonso XIII. El régimen monárquico acusaba años de desgaste y el deseo de regresar a la «normalidad constitucional» tras el periodo dictatorial de Primo de Riveraresultó una misión imposible ante la inhibición de unos y la deserción de otros.

«Ninguna prueba avala la participación de Alfonso XIII en el golpe de Primo de Rivera, aunque la aceptó»

A Alfonso XIII se le achaca mucho que fuera ‘el rey de la dictadura de Primo de Rivera’, Juan Carlos ‘el rey de la dictadura de Franco’, la familia real se refugió en la Italia de Mussolini. ¿No hay mucha relación entre los Borbones y las dictaduras de corte fascistoide?

Ninguna prueba avala la participación de Alfonso XIII en el golpe de Primo de Rivera, aunque es cierto que lo aceptó y estuvo cómodo durante la dictadura. El rey se justificaba diciendo que la situación del momento era insostenible, que exigía un cambio y que los españoles secundaban la llegada de Primo. En esto último había algo de cierto. Prueba de ello es que los socialistas, por ejemplo, no hicieran ascos al dictador. Largo Caballero fue nombrado miembro del Consejo de Estado y el sindicato UGT experimentó una notable expansión en los años de Primo de Rivera. Por otro lado, la legitimidad del reinado de Juan Carlos I no radica en Franco, sino en el pueblo español, que validó la monarquía parlamentaria cuando refrendó, por una abrumadora mayoría, la Constitución de 1978.

Si no se conoce la Historia, se está condenado a repetirla. ¿Cree que la Ley de Memoria Democrática solo permite una forma de ver la Historia?

La historia es la que es, no la que a algunos les gustaría que fuera. El revisionismo oficialista, por un claro interés político, nos ofrece una visión simplista al trazar una línea divisoria entre buenos y malos. Es un planteamiento pueril que se esgrime con el propósito de levantar un nuevo muro entre españoles. La guerra civil fue la consumación de un terrible fracaso colectivo. Ambos bandos cometieron atrocidades. Alguien dijo, con razón, que el río se desbordó por las dos orillas. Por eso, todas las víctimas, sin distinción, merecen el mismo respeto. Ese fue el espíritu común de la Transición: la reconciliación y la concordia. Los políticos deberían dejar de manosear un capítulo tan triste de nuestra historia.

«Me resulta incomprensible que un sistema democrático como el actual, que ha procurado a España el mayor periodo de paz, progreso y libertad de su historia, sea cuestionado de forma permanente»

¿Qué parecidos y diferencias hay entre la situación actual y la de 1931 con respecto a la estabilidad de la monarquía y de la propia institucionalidad de España?

Las distancias son enormes. La sociedad española de los años treinta del siglo pasado nada tiene que ver con la actual, por no hablar de otros factores políticos, como la propia existencia de la Unión Europea. Sin embargo, existen algunas semejanzas: la polarización política, la cuestión catalana y la deslealtad hacia el régimen constitucional por destacados sectores de la izquierda, además de los nacionalismos. Me resulta incomprensible que un sistema democrático como el actual, que ha procurado a España el mayor periodo de paz, progreso y libertad de su historia, sea cuestionado de forma permanente.

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